Kitabı oxu: «Revistas para la democracia. El papel de la prensa no diaria durante la Transición», səhifə 6

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Un año más tarde, en 1954 funda la revista cultural Nuestro Tiempo, vinculada a la Universidad de Navarra, y estrecha su relación con Antonio Fontán. En este contexto y a falta de influencia institucional, La Actualidad Española se encontraba en condiciones de constituirse en un estratégico foco de influencia social para este círculo opusdeísta cada vez más desvinculado de la ortodoxia ideológica del régimen y más afín a la figura de don Juan, en cuyo Consejo Privado se integraría el propio Fontán en 1956.1 La Actualidad Española, en estas últimas décadas de la dictadura, encarnaba el afán de las élites opusdeístas de liderar en España un proyecto de modernización económica basado en la racionalización y competitividad propias del capitalismo de mercado, una vaga reforma política en torno a don Juan y una concepción ultraconservadora de lo social. De este modo, a través de lo que sus promotores llamaron «vocación apostólica», La Actualidad Española asentaba su línea editorial sobre una concepción cristiana de la vida pública muy tradicional que explicaba su frontal oposición a esa otra vertiente del catolicismo cada vez más próximo a posiciones liberales que representaban la ACNP y revistas como El Ciervo (Pecourt, 2008: 90).

A medida que avanzaba la década de los sesenta y se multiplicaba el control de miembros del Opus Dei sobre medios de comunicación, Madrid, Nuevo Diario, La Actualidad Española, Telva, El Alcázar, Europa Press, la presión del ministro Manuel Fraga sobre ellos se intensificó con la convicción de que, debilitándolos, rebajaba la influencia de López Rodó y, por extensión, del Opus Dei en el Gobierno. Para entonces, la dirección de La Actualidad Española había pasado de Jesús María Zuloaga a Antonio Fontán en 1957 y a José Luis Cebrián Boné en 1960, que permaneció en el cargo hasta ser relevado por Manuel Fernández Areal en 1975. Cuando este último toma el testigo, La Actualidad Española no acababa de despegar en el mercado editorial y decide reestructurar su formato y actualizar su contenido en un remozado modelo de revista con la que afrontar un posible cambio de régimen (Fontes y Menéndez, 2004: 473).

DESCONCIERTO Y REAJUSTE ANTE LA NUEVA REALIDAD

Tras la muerte de Franco y en plena convulsión del mercado de revistas, La Actualidad Española se vinculó a la «solución monárquica» y, dado que la opción juanista había quedado descartada,2 sus páginas le rindieron caudaloso homenaje como figura arbitral capaz de hacer posible la reconciliación entre los españoles (Seoane y Sueiro, 2004: 31) y, por supuesto, como fuente de legitimidad histórica de la nueva monarquía.3 Sintiéndose obligada a dar respuesta a la convulsión nacional que sucedió a la muerte de Franco y su relevo en la Jefatura del Estado, La Actualidad Española optó por ensalzar la obra política del dictador, considerando su régimen un capítulo cerrado en la Historia de España, mientras volcaba toda su atención sobre la institución monárquica garante, desde su punto de vista, de estabilidad por encima de regímenes políticos.

Mientras La Actualidad Española se ocupaba en los primeros meses de 1976 de glosar en reportajes sin fin la figura de don Juan, los columnistas de opinión, asumiendo el papel de consejeros áulicos improvisados, se entregaban a la tarea de prescribir al joven rey Juan Carlos su deber como «celoso guardián del sistema constitucional», garantizando la continuidad e impidiendo disposiciones de Gobierno que atenten contra él.4 Conscientes de que el afianzamiento de la Monarquía necesitaba algo más que consejeros, en La Actualidad Española se hizo todo un esfuerzo por promover en la sociedad española el afecto a la institución a través del afecto hacia las personas que la encarnaban, los miembros de la familia real. Los reportajes gráficos sobre su vida privada –escenas cotidianas, juegos infantiles, viajes familiares, anecdotarios...– son incontables y reiterados en el empeño por acercar a los lectores la vida de una familia ejemplarmente normal.

Con la restauración de la Monarquía y la constatación de la debilidad creciente del régimen, la posibilidad de una reforma institucional pasó a situarse en el centro estratégico del debate y los sectores más flexibles de las esferas políticas y empresariales tomaron conciencia de que la supervivencia del régimen franquista y su propia supervivencia en los puestos de privilegio dependía del éxito de una reforma controlada «desde arriba» (Pecourt, 2008: 122-123). El proyecto de reforma proyectado por Manuel Fraga desde el Gobierno Arias se resumía en una reforma gradual de algunas leyes fundamentales y en la preservación del orden económico y de sus élites, entendiendo que la combinación de las instituciones propias del autoritarismo con algún procedimiento democrático como el del sufragio universal para una de las cámaras permitiría asentar una democracia limitada bajo control (González Cuevas, 2000: 427).

La agitación social y política que se vivía en las calles españolas en los primeros meses de 1976 y que pretendía ser acallada por el Gobierno a través de la represión era ignorada por La Actualidad Española. En su lugar, la revista optó por respaldar la reforma política parcial del Gobierno a través de la construcción de un marco de «pluralidad razonable» o, lo que es lo mismo, de lo que Manuel Fraga llamaba diálogo con las «fuerzas fiables» (Soto Carmona, 2017: 33). En su conjunto, eran las que componían el curioso muestrario de entrevistas de La Actualidad Española, del que formaban parte el falangista Cantarero del Castillo, autoproclamado representante del socialismo no revolucionario, Enrique Sánchez León, partidario de incorporar a la legalidad con «máxima urgencia» a la oposición democrática, o Enrique Tierno Galván, sentenciando crípticamente que «se han acabado las ortodoxias inmovilistas y se va a una mayor flexibilidad».5

A partir de esta estrategia político-informativa, en La Actualidad Española tan importantes fueron los silencios como los contenidos. Para La Actualidad Española la política no estaba en la calle, sino en algunos despachos y, en coherencia con ello, no hay en sus páginas rastro de oposición democrática, como tampoco existen el conflicto ni las protestas, ni movilizaciones o manifestaciones, y en las raras ocasiones en las que menciona la existencia de una huelga, la interpreta como fruto de una irresponsabilidad.6 El resto de su agenda lo compone una mezcolanza que oscila entre crónicas de carácter internacional, reportajes sensacionalistas sobre temas sociales, educación, alcoholismo, drogas o delincuencia,7 que no parecen más que una respuesta insegura a la acelerada transformación de la sociedad española, y una sección de ciencia, dedicada a asuntos como el sexo, el aborto o la eutanasia, tratados como temas de moral resueltos en los textos papales y episcopales.8 Más allá del planteamiento cristiano de su línea editorial, evidente desde su primer número, tras la muerte de Franco y abiertas todas las incertidumbres posibles en torno al futuro del país, lo católico se presentaba para La Actualidad Española y, por extensión, para los sectores más conservadores, como un aglutinante funcional con el que preservar, al menos, el orden social y de las costumbres.9

En apariencia, La Actualidad Española seguía siendo la que había sido desde 1952, una revista cuyo contenido, desde la sección de ciencia a la de internacional pasando por las entrevistas a personajes famosos de la televisión y los reportajes sobre sagas de actores, se somete a las reglas del entretenimiento. Sin embargo, siendo igual, La Actualidad Española ya no era la misma desde 1976. Ante el empuje de las fuerzas de oposición y su iniciativa de constituir plataformas políticas unitarias, el franquismo «reformista» se veía en la necesidad de reinventarse como opción en competencia, para lo cual necesitaba estructuras partidarias y mediáticas desde las que articular un discurso coherente, unos cuadros políticos influyentes y una base social suficientemente sólida. Y es aquí donde La Actualidad Española estaba en condiciones de cumplir un papel mucho más político que el que había desempeñado bajo la dictadura, adscribiéndose a la defensa del proyecto reformista diseñado por Manuel Fraga. No deja de extrañar el acercamiento de La Actualidad Española a las posiciones del viejo adversario político del Opus Dei si no fuera porque con toda probabilidad tuvo que ver con el progresivo acercamiento entre Manuel Fraga y el opusdeísta Laureano López Rodó desde la primavera de 1975 (Cosyaga García, 2004: 5) que finalmente culminó con la constitución de Alianza Popular en octubre de 1976.

Mientras tanto, La Actualidad Española se ocupó, durante el primer trimestre de 1976, de que la derecha reformista hiciera una demostración de fuerza ante las cuestiones que la oposición democrática estaba planteando en la calle y en medios afines: amnistía, derecho de huelga y legalización de partidos políticos. A todo ello se daba respuesta en las páginas de La Actualidad Española en boca de quien, a su juicio, debía darla: el Gobierno y aquellos a quienes la revista reconocía autoridad política para hacerlo. A estos se consultaba en lo que La Actualidad Española llamaba «encuestas» y que no eran sino un formulario de a lo sumo tres preguntas sobre una cuestión políticamente candente, ya fuera el derecho de huelga, la reforma sindical o la legalización de asociaciones políticas. En todos los casos, las «encuestas» generaban un simulacro de pluralidad plutocrática y una diversidad limitada de respuestas, siempre dentro de la legalidad.

En marzo de 1976, los sucesos de Vitoria y la constitución de la llamada Platajunta de la oposición hicieron tambalear las pretensiones de Arias. La oposición democrática parecía asumir la iniciativa y el proyecto reformista se estancaba, lo que evidenciaba la soledad del Gobierno ante una clase política fragmentada que, ya antes de la muerte de Franco, había evolucionado en todas las direcciones imaginables (Saz, 2007: 162). A fin de tomar el control de la situación, la Federación de Partidos Liberales, que Fontán había contribuido a fundar junto a Joaquín Garrigues Walker, solicitó al Rey la formación de un nuevo Gobierno que elaborase un proyecto de Constitución y convocara elecciones en un plazo no superior a doce meses. En ese momento y sin hacer la más mínima mención a ello, La Actualidad Española sufrió una convulsión; abandonó precipitadamente su apoyo a la reforma y sus páginas se llenaron de información sobre la Platajunta, disturbios en Madrid, pretensiones autonomistas en Cataluña con «el pueblo en la calle»,10 congresos del PSOE, PSDE, PSP, Izquierda Democrática, UGT, entrevistas a exiliados insignes –Claudio Sánchez Albornoz y Salvador de Madariaga– y, finalmente, las palabras de don Juan de Borbón desde Estoril: «Las dos Españas deben acercarse reconociendo su valores comunes».11 En medio de esta agitación, el cese de Arias Navarro sumió a La Actualidad Española en un desconcierto que no hizo sino anticipar el cese de Manuel Fernández Areal en la dirección de la revista. «El país se está acelerando y es natural que dentro de las empresas surja también el tópico contraste de pareceres».12 Su momento, como el de Arias, había pasado y el relevo al frente de la revista parecía ir en la misma dirección que la del nuevo Gobierno.

El nuevo director se presentaba en septiembre de 1976 como un joven profesional de apenas 33 años, pero con una sólida experiencia en el grupo de Prensa y Ediciones S.A., de cuyo equipo fundador había formado parte. Había sido gerente de Nuevo Diario y El Alcázar, director de las secciones de Nacional y Opinión de este último y subdirector de la Agencia EFE, además de profesor de periodismo en la Universidad de Navarra. A La Actualidad Española se llevaba a Luis Infante (exredactor en Nuevo Diario y El Alcázar) y a Ramón Pi (exredactor de Nuevo Diario, El Alcázar y ABC de Sevilla), que ahora ocuparían sus puestos como redactores jefes en La Actualidad Española, y a Sucre Alcalá Rodríguez, incorporado en octubre como adjunto a la dirección. Todos ellos habían sido compañeros de Villanueva en Nuevo Diario hasta finales de 1970, cuando salieron de la redacción precisamente en el momento en que el periódico pasó a manos de López Rodó. Todo indicaba que el colectivo opusdeísta más abierto a una reforma democrática –a todas luces distanciado de lo que representaba el antiguo ministro– se estaba imponiendo en la empresa editora de La Actualidad Española. Y, con ese respaldo, la revista emprendió un marcado viraje hacia el compromiso con el nuevo proyecto de reforma de Adolfo Suárez. Sus páginas se inundaron de contenido político y elevaron los nombres del reformismo suarista a protagonistas indiscutidos del proceso de transición.

La Actualidad Española abría la nueva etapa con un contundente «Adiós democracia orgánica» en portada y un primer editorial donde Villanueva, tras «la clausura del franquismo» y desde una «plataforma independiente del Estado, del Gobierno, de grupos políticos y económicos», se proponía «defender un tránsito pacífico hacia una España plenamente democrática». Para ello, aludía a su tarea: ofrecer información veraz, explicación de los asuntos de interés y cumplir con el periodismo entendido como servicio público.13 La revista se modernizaba en términos profesionales, pero también formales. Redujo su formato a 21 × 27, asemejándose al de las revistas europeas de información política que seguían la estela de Time, incrementó su número de páginas hasta acercarlo a las 90 e incorporó al equipo a jóvenes profesionales estrechamente ligados al liderazgo de Villanueva: Paola Arnaldo, Rosa María Echeverría, Pilar Cambra, Alberto Anaut, Javier Fernández o Margarita Belda.

Entre todos hicieron que La Actualidad Española dejara atrás su vocación por el entretenimiento, el reportaje gráfico y un papel vagamente político para erigirse en bastión de la reforma suarista. Partían de una constatación, la reconversión de las grandes revistas ilustradas europeas –Tempo, Paris Match, L’Express– en revistas de información política y de un diagnóstico que «nadie puede poner en tela de juicio la posición de La Actualidad Española de líder en el terreno de las grandes revistas ilustradas españolas, pero el momento de ellas declina porque los signos de España apuntan hacia nuevos tiempos». Añadían que la nueva revista se proponía «informar y ayudar a interpretar en un tiempo en que las vías que se abren hacia la democracia y la normalización del país son irreversibles». En este contexto mediático y político, La Actualidad Española asumía como «estricta y breve definición, la de ser un semanario informativo»,14 en definitiva, ser otra revista. El desafío, señalaban en ese primer número de septiembre de 1976, era la información. Obviaban que el principal desafío de una revista distinta era hacerse con un público diferente o confiar en que su público los acompañara en ese viaje de refundación.

De entrada, la fórmula periodística que ofrecían a sus lectores guardaba poco parecido con la de la etapa anterior. Con portadas siempre llamativas, cada número ofrecía una exclusiva acompañada de un informe y, eventualmente, de una encuesta. El nuevo equipo de profesionales, consciente de la importancia de los sondeos de opinión en los sistemas democráticos y del despegue en nuestro país de las primeras grandes corporaciones dedicadas al escrutinio político, utilizó las encuestas como no se había hecho antes en España, como material periodístico. Sus resultados fueron noticia, objeto de análisis y pauta de comportamiento político. La revista, gracias a las encuestas, se erigía en prescriptora política, pero también en legitimadora de la opinión mayoritaria.

Las encuestas le sirvieron a La Actualidad Española para refrendar sus propias posiciones, creando el simulacro de que, tras sus particulares propuestas políticas, había una mayoría social. Además, las encuestas dieron proyección a la propia revista. De ellas se hablaba en la prensa diaria, adquiriendo con ello La Actualidad Española una preeminencia mediática que, paradójicamente, no se correspondía con sus cifras de venta.15 De particular interés fue la primera encuesta de opinión sobre el presidente Suárez, cuyos resultados le sirvieron a La Actualidad Española para glosar su figura como un hombre común de costumbres austeras a quien los españoles reconocían «su honradez y falta de ambición y oportunismo político».16 El nuevo equipo de redactores estaba orientando La Actualidad Española en la misma dirección hacia la que avanzaba Antonio Fontán y, con él, el colectivo opusdeísta más proclive a abrir el camino y liderar el proceso de democratización del país. Sin presencia física en la revista, pero con autoridad indiscutible sobre los que fueran sus discípulos en la Universidad de Navarra (Villanueva, 2003), Antonio Fontán se encontraba próximo a las posiciones liberales de Garrigues Walker, precisamente las que inspiraban la línea editorial de La Actualidad Española desde los últimos meses de 1976 y a las que la revista se refería como «derecha democrática»17 frente a esa otra derecha de la recién constituida Alianza Popular de Manuel Fraga Iribarne y Laureano López Rodó, tachada en sus páginas de «franquista».18

Estaba claro que, con Adolfo Suárez en la presidencia del Gobierno, la cuestión central era quién iba a liderar el proceso de cambio. Y La Actualidad Española, descartadas para ella la oposición democrática y la derecha «franquista», se expresaba y actuaba con claridad: debían ser los círculos liberales y demócrata-cristianos más próximos a la figura y al proyecto reformista de Adolfo Suárez quienes encabezaran el proceso. Se trataba de un apoyo ideológico, pero, sobre todo, estratégico, dirigido a reforzar la posición mediática y social de las asociaciones políticas que comenzaban a organizarse en torno a Suárez. La Actualidad Española apoyaba indiscutidamente a estos grupos convirtiéndolos en objeto constante de información y análisis político, y a sus líderes como personalidades notables a las que dar voz.

A lo largo del último y trascendental trimestre de 1976, en el que Adolfo Suárez desde el Gobierno estaba trabajando por sacar adelante el Proyecto de Ley para la Reforma Política, la agenda de La Actualidad Española basculaba en torno a esas emergentes élites políticas, careciendo como ellas de una base social que aún no habían creado. La tirada de la revista seguía siendo preocupante y las cifras a la baja que se registraban desde octubre señalaban que quizá el viraje emprendido estaba siendo demasiado arriesgado o que sus efectos tardarían en llegar.19 En términos políticos, su apoyo a Suárez y a los grupos que acabarían integrándose en Unión de Centro Democrático era incondicional. El problema residía en que estos no eran más que cuadros políticos sin una base social que aportar a la revista. Se trataba de partidos de notables encabezados por figuras políticas de renombre y que hacían de la negociación y la alianza la base estratégica de su afianzamiento político. Aun así, La Actualidad Española se ocupó con entusiasmo de hacer llegar a sus lectores el significado de esa ideología inexistente que empezaba a sonar como centrismo, asociándolo a los valores del individualismo liberal, del humanismo cristiano, de la moderación y del reformismo (González Cuevas, 2005: 233). La revista acabó ejerciendo de este modo el valioso papel de vehículo de comunicación política con la vana pretensión de contribuir al ensanchamiento de la base social de estas nuevas formaciones y, por supuesto, de su propia audiencia.20

Tras la aprobación de la Ley para la Reforma Política, interpretada como un triunfo personal de Adolfo Suárez,21 se abría una fase decisiva en el tránsito político. Si en 1976 se dirimía un combate a tres bandas entre el inmovilismo, la ruptura y la reforma (en sus dos y sucesivas acepciones), 1977 iba a representar la verdadera prueba de fuego para el reformismo democrático, que el editorial del 3 de enero calificaba de «triunfante»,22 pero también para la propia deriva suarista de La Actualidad Española. Para entonces, recién iniciado el nuevo año con la convulsión de la semana trágica de final de enero en Madrid, la legalización de los partidos políticos y la convocatoria de elecciones a Cortes, la marea interna dentro de La Actualidad Española y el hecho de que sus cifras de tirada no remontaran contribuyeron a justificar un nuevo viraje; de momento, únicamente en su concepción periodística.

En el mes de febrero fue nombrado director adjunto Juan Kindelán, que, de inmediato, hizo notar su impronta en el empeño por reestructurar la revista para hacerla más atrayente. La Actualidad Española se «sensacionalizó» con portadas de impacto,23 «grandes exclusivas»,24 reportajes con abundante carga gráfica sobre las cuestiones más dramáticas de actualidad25 y entrevistas insólitas26 en un intento desesperado por elevar las cifras de tirada. El apoyo a Suárez seguía siendo firme y, particularmente, en el controvertido tema de la legalización del Partido Comunista.

Comenzaron normalizando la presencia pública de Santiago Carrillo en una extensa entrevista que llevaron a portada,27 para continuar con un artículo de opinión titulado «Sí a los comunistas»,28 donde Ramón Pi, temiendo los efectos del artículo 172 del Código Penal «made in Fraga», sostenía que «la cuestión es que esta democracia no se la va a creer nadie si no están presentes los comunistas». También en este tema las encuestas sirvieron para refrendar las propias posiciones. Una de ellas, elaborada por Metra-Seis para la revista, indicaba el aumento de los partidarios de la legalización del PCE antes de las elecciones29 y otra, encargada por el Gobierno para uso interno y cuyos resultados «inexplicablemente» manejaba La Actualidad Española, conjuraba todo tipo de temores al indicar que, de presentarse a las elecciones, los comunistas no pasarían del 7 % de los votos.30 Es bastante probable que este interés de La Actualidad Española por reforzar la iniciativa de Adolfo Suárez de legalizar el PCE desencadenara algo más que una tormenta en el Consejo Editorial porque de inmediato se impuso en la revista un brusco giro hacia Alianza Popular que debió de provocar, a su vez, no poca controversia en el Consejo de Redacción.

PRELUDIO DE DIMISIONES Y DESENLACE

Aparentemente, el equipo de redacción pareció plegarse a las nuevas directrices editoriales con una extensa entrevista a Manuel Fraga a la que le sucedieron incontables artículos críticos con el Gobierno, todos ellos denigrantes con la figura de Suárez y descalificadores del centro político. Sobre el Gobierno se arrojaron dudas de juego sucio, de «pasteleo electoral», se le tachó de contradictorio,31 a Suárez se le caricaturizó con titulares como «Adolfo, Ávila te espera»32 o con afirmaciones en algún editorial como «los banqueros americanos no han picado el anzuelo de Suárez»;33 del centro se dijo que «no acaba de cuajar»,34 mientras sus líderes, tan renombrados semanas antes, desaparecían de las páginas de La Actualidad Española como por ensalmo.

En su lugar, emergían los hombres de Alianza Popular, como Laureano López Rodó en la sección de «Líderes en La Actualidad», donde proclamaba con autoridad que «la legalización del PCE es un antojo presidencial».35 Hasta Ramón Pi, tan comprometido semanas atrás con el proyecto suarista, se hizo eco del «reto» de Fraga a debatir en TVE con Suárez y concluía que «Adolfo, como era de prever, ha declinado esta ocasión [...] porque malicio yo que lo del pim pam pum dialéctico no creo que sea el plato preferido del presidente de Gobierno».36 El caos se apoderó de las páginas de la revista y sin recato dejaron traslucir el conflicto interno que debió de vivirse en la redacción en la primavera del 77 y, mientras escribían al dictado de los accionistas, decidieron seguir encargando encuestas de apoyo a Suárez que, además de ser publicadas en la propia revista, eran difundidas por la agencia Logos en otras cabeceras –ABC, Ya, Diario 16 y Pueblo–.37 Toda una declaración de guerra de la Redacción contra los propietarios de La Actualidad Española.

Esta situación tan insostenible se resolvió finalmente con la dimisión de Juan Pablo de Villanueva y de sus más estrechos colaboradores el 24 de mayo de 1977. El día anterior había salido el último número bajo su dirección con el titular en portada «El País Vasco explota» y su último editorial, en el que, liberándose de las directrices fraguistas, defendía que «con claridad, lucidez y justicia es posible articular un nuevo marco de convivencia entre todos los pueblos de la nación, arrumbando definitivamente el centralismo y la secular tentación disgregadora».38 No hubo carta de despedida a los lectores ni más noticia de su marcha que un escueto comunicado de la revista una semana después donde se informaba a los lectores de la dimisión de Juan Pablo de Villanueva, director, Juan Kindelán, director adjunto, Sucre Alcalá Rodríguez, adjunto a la dirección, Luis Infante y Ramón Pi, redactores jefe, y Pilar Cambra y Alberto Anaut, redactores. Quien sí explicó las razones del desencuentro y la dimisión de este equipo fue el semanario Blanco y Negro pocos días después a partir de declaraciones de algunos dimisionarios a quienes no citaba.39 De acuerdo con lo publicado, ante los malos resultados económicos de la revista, Jaime Vicens, director general de SARPE, encargó una encuesta entre los accionistas que reveló que el 80 % de estos estaban en desacuerdo con la línea editorial de La Actualidad Española y preferían una revista más acorde con la ideología de Alianza Popular. Llegaron las presiones sobre la redacción, el intento fallido del equipo de Villanueva de comprar la revista40 y, finalmente, su dimisión.

Asumió la dirección en funciones Jesús Bernal, uno de los redactores más antiguos de La Actualidad Española, consciente, como declaró a Blanco y Negro, de que su posición era transitoria. No sabía entonces que fuera a ser tan breve, porque el 25 de julio de 1977 salió el último número de La Actualidad Española bajo la propiedad de SARPE y se despidió simbólicamente con una extensa entrevista a quien había sido su fundador, Antonio Fontán, recién elegido presidente del Senado.41 En septiembre, el diario El País publicó la lamentable noticia de que todos los trabajadores de La Actualidad Española habían sido despedidos.42

A partir de ese momento, se habló del interés de Andrés Reguera Guajardo, exministro de Información y Turismo en el primer Gobierno Suárez, por comprar la cabecera.43 Finalmente la adquirió un grupo de accionistas vinculado al empresario José Luis Sagredo y se relanzó en enero de 1978. Con los nuevos propietarios y bajo la dirección de Juan Caño, la revista se despolitiza, aligera llamativamente su contenido y se convierte en un magazine a medio camino entre el sensacionalismo y la trivialidad. Pese a que el grupo editorial Opinión Pública S.A. que se hace con su propiedad es afín a Adolfo Suárez, especialmente necesitado de respaldo mediático a lo largo de 1978, en pleno proceso constituyente, La Actualidad Española toma el rumbo de la despolitización, quizá urgida por la necesidad de buscar en esos contenidos un hueco en el mercado editorial que no acabó de encontrar y que precipitó su desaparición un año después.

LA IMPRONTA MONÁRQUICA DE GACETA ILUSTRADA

A diferencia de la inspiración confesional y política que caracteriza a La Actualidad Española, esta nueva revista fundada en 1956, cuatro años más tarde que la anterior, tiene un enfoque comercial y una mirada internacional inspirada en los grandes semanarios gráficos y en color, como el estadounidense Life y el francés Paris Match. El nombre adoptado, Gaceta Ilustrada, es ecléctico políticamente y conecta con la tradición de las antiguas revistas familiares ilustradas, como se puede ver en las grandes secciones del primer número: «La técnica en la industria», «La historia reciente», «Ingenios policiales», «El hombre y su mundo», «La mujer», «Los hijos y los estudios», «Deportes», «La medicina hoy» y «Tiempo menor».

Propiedad del conde de Godó, Gaceta Ilustrada se imprime en los talleres La Vanguardia Española, como se indica en la ficha técnica correspondiente, con administración y redacción en Barcelona y dirección y redacción en Madrid. Durante el primer año, es director Manuel Jiménez Quílez, procedente del diario Ya y la agencia católica Logos y hasta el momento comisario de Extensión Cultural del Ministerio de Educación Nacional. En 1962 será nombrado director general de Prensa, tras acceder al Ministerio de Información y Turismo Manuel Fraga Iribarne. Manuel Suárez-Caso, inicialmente redactor jefe, será el director de Gaceta Ilustrada desde septiembre de 1957 hasta marzo de 1976.

Carlos Godó Valls –segundo conde de Godó y gentilhombre de cámara de Alfonso XIII– había recuperado la propiedad de La Vanguardia al final de la Guerra Civil, al precio de añadir al nombre del diario el adjetivo Española –mantenido hasta 1978 y de cargar con la imposición como director del biógrafo de Franco Luis de Galinsoga, que en 1960 protagonizará un incidente sobre la lengua catalana en una parroquia de Barcelona que culminará con su cese por el propio Caudillo. Con la fundación de Gaceta Ilustrada, Godó se adentra en el mercado español de revistas desde una posición de fuerza en el catalán, en el que también es copropietario de Diario de Barcelona y del semanario Destino, de los que se retirará años más tarde.

La imagen, el tema y la nota de explicación de la primera portada son indicativos de la mirada internacional de la revista: «Una hermosa mujer –y a Dios no le importan colores– da apertura a este primer número de GACETA ILUSTRADA, como anticipo del reportaje “Blancos contra negros” (páginas 14 a 18)». La forma como se resuelve la salutación fundacional al Generalísimo Franco, habitual en la salida de la mayoría de publicaciones, tiene un especial significado: «Cómo fue nombrado Franco Generalísimo y Jefe del Estado» es el primer reportaje de la sección «La historia reciente», coincidiendo la fecha del primer número, 13 de octubre de 1956, con el vigésimo aniversario de aquella fecha. Lo significativo es que el autor, el teniente general Alfredo Kindelán –escritor prolífico, además de uno de los nueve jefes militares que participó en aquella decisión el 1 de octubre de 1936–, había participado en 1941 en una conspiración monárquica contra Franco (Preston, 1993: 491).

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