Atrayendo

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Jake veía que el rostro y las manos estaban tan pálidas que parecían hechas de papel, y brillaban en el sol de la mañana como si fueran porcelana. La mujer simplemente no parecía real, sino más bien una escultura grotesca. Muchas moscas estaban sobrevolando el cuerpo.

Jake se puso de pie y le preguntó al jefe Messenger: —¿Quién encontró el cuerpo?

Como en respuesta, Jake oyó la voz de un hombre gritando: —¿Qué demonios está pasando aquí? ¿Cuánto tiempo más llevará esto?

Jake se volvió y vio a un hombre de cabello largo con una barba desarreglada acercándose a ellos. Parecía furioso, y su voz estaba temblando.

Gritó: —¿Cuándo demonios se llevarán esta—esta cosa? Esto es un gran inconveniente. He tenido que mantener a mi ganado en un pastizal sobrepastoreado por todo esto. Tengo mucho trabajo por hacer hoy. ¿Cuánto tiempo más llevará esto?

Jake se volvió a Hamish Cross y dijo en voz baja:

—Ya pueden llevarse el cuerpo.

Cross asintió y le dio órdenes a su equipo. Luego se llevó al hombre enojado y le habló en voz baja para calmarlo.

El jefe Messenger le explicó a Jake: —Ese es Guy Dafoe, el dueño de esta propiedad. Es un agricultor ecológico, nuestro hippie local. Lleva poco tiempo aquí. Resulta que esta zona es buena para criar ganado alimentado con pasto. La agricultura orgánica ha impulsado mucho la economía local.

El teléfono móvil del jefe sonó y él tomó la llamada. Escuchó durante un momento, y luego le dijo a Jake: —Es Dave Tallhamer, el sheriff de Hyland. Supongo que ya sabes que hay un sospechoso en custodia por el primer asesinato, Philip Cardin. Él es el ex esposo de la víctima y un mal tipo. No tiene coartada. Tallhamer pensó lo que lo tenían pillado. Pero supongo que este nuevo asesinato cambia las cosas, ¿no? David quiere saber si debería soltarlo.

Jake se quedó pensando por un momento y luego dijo: —No hasta que haya tenido la oportunidad de hablar con él.

El jefe Messenger lo miró con curiosidad y dijo: —Eh, ¿el hecho de que estaba encerrado en la celda durante el segundo asesinato no lo exonera?

Jake contuvo un suspiro de impaciencia y simplemente repitió: —Quiero hablar con él.

Messenger asintió y siguió hablando con el sheriff.

Jake no quería explicar nada ahora mismo. La verdad era que no sabía nada en absoluto sobre el sospechoso bajo custodia o incluso por qué era un sospechoso. Philip Cardin podría tener un cómplice que cometió este nuevo asesinato.

«Sabrá Dios qué está pasando», pensó Jake.

En este momento de la investigación, siempre había miles de preguntas y pocas respuestas. Jake esperaba que eso cambiara dentro de poco.

Mientras que Messenger seguía hablando por teléfono, Jake se acercó al esposo de la víctima, quien estaba apoyado en una patrulla mirando hacia el espacio.

Jake dijo: —Sr. Nelson, mi más sentido pésame. Soy el agente especial Jake Crivaro, y estoy aquí para ayudar a llevar al asesino de su esposa ante la justicia.

Nelson asintió con la cabeza, pero se veía muy ausente.

Jake dijo con voz firme: —Sr. Nelson, ¿tiene alguna idea de quién pudo haber hecho esto? ¿O por qué?

Nelson lo miró con una expresión aturdida y dijo: —¿Qué? —Luego repitió—: No, no, no.

Jake sabía que no tenía sentido hacerle más preguntas, al menos no en este momento. Era evidente que estaba en un profundo estado de shock. Y eso no era nada sorprendente. No solo su esposa estaba muerta, sino que la forma en que había muerto era especialmente grotesca.

Jake se volvió a acercar a la escena del crimen, donde su equipo de forenses estaba trabajando.

Miró a su alrededor, notando lo aislado que parecía el lugar. Al menos no había una multitud de curiosos rondando…

«Y hasta ahora no hay señales de la prensa», pensó.

Pero en ese momento, oyó el sonido de otro helicóptero. Miró a su alrededor y vio que un helicóptero de noticias estaba descendiendo.

Jake suspiró profundamente y pensó: «Este caso no será nada fácil.»

CAPÍTULO SEIS

Riley sintió un cosquilleo de expectación cuando el orador se puso al frente de los aproximadamente 200 reclutas. El hombre parecía que pertenecía a una época diferente, con sus solapas delgadas, su corbata negra delgada y su corte de cabello militar. Recordaba a Riley a fotos que había visto de astronautas de la década de los 60. Mientras el hombre miraba unas fichas, y luego a su público, Riley esperó sus palabras de bienvenida y elogio.

El director de la Academia, Lane Swanson, comenzó como ella había esperado:

—Sé que todos ustedes han estado trabajando duro para prepararse para este día. Bueno, déjenme decirles que ninguno está preparado. —Muchos de los reclutas suspiraron y Swanson hizo una pausa para que sus palabras surtieran efecto. Luego continuó—: De eso trata este programa de 20 semanas, de prepararlos lo más que se pueda para ser agentes del FBI. Y parte de esa preparación consiste en aprender los límites de la preparación, cómo enfrentar lo inesperado y aprender a pensar sobre la marcha. Recuerden que la Academia del FBI es mundialmente reconocida. Nuestros estándares son altos. No todos ustedes aprobarán. Pero los que sí estarán lo más preparados posible para las tareas que les esperan.

Riley escuchó a Swanson con atención mientras explicaba las normas del FBI respecto al fomento de la seguridad, el espíritu de cuerpo, uniformidad, responsabilidad y disciplina. Luego habló del plan de estudio riguroso, clases que abarcaban desde la ley, hasta ética de interrogación y recopilación de pruebas.

Riley se sentía cada vez más ansiosa mientras entendía que definitivamente ya no era pasante de verano. El programa de verano parecía un campamento de adolescentes en comparación con lo que ahora enfrentaría.

¿Estaba completamente fuera de lugar?

¿Esto había sido una mala idea?

Por un lado, se sentía como una niña mientras miraba a los demás reclutas. Casi nadie era de su edad. Intuía que muchos de ellos tenían mucha experiencia. La mayoría eran mayores de 23, y algunos parecían como si estuvieran al borde de la edad de reclutamiento máxima permitida de 37.

Ella sabía que venían de todo tipo de trabajos. Muchos habían sido oficiales de policía, y muchos otros habían servido en el ejército. Otros habían trabajado como maestros, abogados, científicos, empresarios y en muchas otras ocupaciones. Pero todos tenían una cosa en común: un fuerte compromiso a pasar el resto de sus vidas en la aplicación de la ley.

Solo unos pocos estaban recién salidos del programa de prácticas. John Welch, quien estaba sentado un par de filas delante de ella, era uno de ellos. Al igual que Riley, se le había hecho una excepción a la regla de que todos los reclutas tenían que tener al menos tres años de experiencia en aplicación de la ley para entrar en la Academia.

Swanson terminó su discurso diciendo: —Ansío estrechar la mano de aquellos de ustedes que se gradúen de la Academia. Ese día serán juramentados por el mismísimo director del FBI, Bill Cormack. Buena suerte a todos. Y ahora, ¡a trabajar!

Un instructor tomó el lugar de Swanson en el podio y comenzó a llamar los nombres de las reclutas. Eran llamados «NAF», o nuevos agentes en formación. A medida que los NAF respondían a sus nombres, el instructor les asignaba grupos más pequeños con los que compartirían clases.

Mientras esperaba que su nombre fuera llamado, Riley recordó lo tedioso que había sido el día de ayer. Después de registrarse, tuvo que hacer muchas filas para llenar formularios, comprar un uniforme y obtener su asignación de habitación.

Hoy estaba resultando ser muy diferente.

Sintió una punzada al oír que John Welch había sido asignado a otro grupo. Supuso que hubiese sido de ayuda tener a un amigo durante las semanas difíciles por delante.

Por otro lado, pensó: «Quizá sea lo mejor.»

Dado lo mucho que sus sentimientos hacia John la confundían, su presencia podría distraerla.

Riley se sintió aliviada al encontrarse a sí misma en el mismo grupo que Francine Dow, la compañera de habitación que le habían asignado ayer. Frankie, como prefería ser llamada, era mayor que Riley, tal vez de casi 30, una pelirroja alegre cuyos rasgos la hacían parecer muy experimentada.

Riley y Frankie no habían llegado a conocerse mucho. Habían tenido tiempo para poco ayer, excepto desempacar y ordenar todo en su pequeña habitación de residencia, y no habían desayuno juntas.

El grupo de Riley fue reunido en el pasillo por el agente Marty Glick, el instructor del grupo. Riley supuso que tenía unos treinta años. Era alto, musculoso y parecía ser un hombre muy serio.

Le dijo al grupo: —Tienen un gran día por delante. Pero antes de empezar, hay algo que quiero mostrarles.

Glick los condujo hasta el vestíbulo principal, una enorme sala con el sello del FBI en el centro del piso de mármol. Riley había pasado por aquí al entrar, y sabía que se llamaba la Sala de Honor. Era un lugar donde se inmortalizaban los agentes del FBI que morían en el cumplimiento de su deber.

Glick los condujo a una pared con retratos y nombres. Vio una placa que leía:

Graduados de la Academia Nacional que murieron en el cumplimiento del deber como resultado directo de una confrontación.

Todo el grupo jadeó mientras miró el santuario. Glick no dijo nada por un momento, solo permitió que el impacto emocional de todo surtiera efecto.

Finalmente dijo en casi un susurro: —No los defrauden.

Mientras abría el paso para llevar a los reclutas al resto de sus actividades, Riley miró sobre su hombro a los retratos en la pared. No pudo evitar preguntarse: «¿Mi foto estará allí algún día?»

 

Obviamente no había forma de saberlo. Lo único que sabía con certeza era que los próximos días traerían retos que nunca había enfrentado antes. En ese momento, sintió que tenía una responsabilidad para con esos agentes que habían muerto en el cumplimiento de su deber.

«No puedo defraudarlos», pensó.

CAPÍTULO SIETE

Jake condujo el vehículo prestado por un laberinto de caminos de grava desde Dighton hacia el pueblo de Hyland. El jefe Messenger le había prestado el auto para que Jake pudiera irse antes de que el helicóptero de prensa aterrizara.

No tenía idea de qué esperar en Hyland, pero estaba agradecido de haber evadido los invasores. Odiaba ser asediado por reporteros haciéndole preguntas que no podía responder. A la prensa le encantaba los asesinatos sensacionales en lugares aislados. El hecho de que la víctima era la esposa del alcalde sin duda hacía la historia aún más irresistible para ellos.

Condujo con la ventana abierta, disfrutando del aire fresco del campo. Messenger había marcado un mapa para él, y Jake estaba disfrutando del lento recorrido por estas carreteras rurales. El hombre que estaba en camino a entrevistar no se iba a ningún lado.

Quizá el sospechoso en la cárcel de Hyland no tenía nada que ver con ninguno de los asesinatos. Había estado encarcelado durante el asesinato de la segunda víctima.

«Sin embargo, eso no demuestra su inocencia», pensó Jake.

Era probable que dos o más asesinos estuvieran trabajando juntos. Hope Nelson podría había sido tomada por alguien que estaba imitando el asesinato de Alice Gibson.

Nada de eso sorprendería a Jake. Había trabajado en casos más extraños durante su larga carrera.

A lo que Jake llegó a Hyland, lo primero que notó fue lo pequeño que era, mucho más pequeño que Dighton, con una población aproximadamente de un millar. El letrero que acababa de pasar indicaba que solo un par de cientos de personas vivían aquí.

La comisaría no era más que otro escaparate en la corta calle comercial.

Mientras se estacionaba junto a la acera, Jake vio a un hombre obeso uniformado apoyado en la puerta, pareciendo que no tenía mucho qué hacer.

Jake se salió del auto. Mientras se acercaba a la comisaría, notó que el gran policía estaba mirando a alguien directamente al otro lado de la calle. Era un hombre que llevaba una bata médica blanca y estaba con los brazos cruzados. Jake tuvo la extraña impresión de que los dos habían estado mirándose el uno al otro en silencio por un buen rato.

«¿De qué trata todo esto?», se preguntó.

Se acercó al hombre uniformado en la puerta y le mostró su placa. El hombre se presentó como el sheriff David Tallhamer. Estaba masticando tabaco.

Le dijo a Jake en un tono aburrido: —Adelante, déjame presentarte a nuestro invitado, Phil Cardin.

Mientras Tallhamer abría el camino, Jake miró hacia atrás y vio que el hombre de la bata blanca seguía en su lugar.

Una vez adentro, Tallhamer introdujo a Jake a un oficial que tenía los pies sobre su escritorio, leyendo un periódico. El policía le asintió con la cabeza a Jake y siguió leyendo.

La pequeña comisaría parecía estar saturada de aburrimiento. Si Jake ya lo no supiera, jamás habría pensado que estos dos policías hastiados habían estado trabajando en un caso espantoso de asesinato.

Tallhamer llevó a Jake hasta la parte trasera de la comisaría que llevaba a la cárcel. La cárcel en sí solo estaba compuesta por dos celdas frente a frente a lo largo de un pasillo estrecho. Ambas celdas estaban ocupadas.

En una de las celdas, un hombre en un traje de negocios raído yacía en su cama roncando. En la otra, un hombre de aspecto sombrío con jeans y una camiseta estaba sentado en su litera.

Tallhamer sacó sus llaves, abrió la celda del prisionero sentado y dijo: —Tienes visita, Phil. Un agente del FBI de buena fe, según él.

Jake entró en la celda, mientras que Tallhamer se situó justo fuera, manteniendo la puerta de la celda abierta.

Phil Cardin entrecerró los ojos y le dijo: —FBI, ¿eh? Bueno, tal vez usted pueda enseñarle a esta gentuza cómo hacer su maldito trabajo. No maté a nadie, mucho menos a mi ex esposa. Yo sería el primero en alardear de ello si lo hubiera hecho. Así que déjeme salir de aquí.

Jake se preguntó: «¿Alguien le habrá hablado del otro asesinato?»

Jake percibió que Cardin no sabía nada al respecto. Supuso que eso era lo mejor, al menos por el momento.

Jake le dijo: —Tengo algunas preguntas, señor Cardin. ¿Quiere que esté un abogado presente?

Cardin rio, señaló al hombre que dormía en la celda opuesta y dijo: —Él ya está presente, de cierta forma. —Luego le gritó al hombre—: Oye, Ozzie. Espabílate. Necesito representación legal. Asegúrate de que mis derechos no sean violados. Aunque supongo que de ese tren ya salió de la estación, borracho incompetente.

El hombre del traje se sentó, se frotó los ojos y dijo: —¿Por qué demonios estás gritando? ¿No ves que estoy durmiendo? Dios mío, me duele mucho la cabeza.

Jake quedó boquiabierto. El sheriff gordo se echó a reír de buena gana ante su evidente sorpresa.

Tallhamer dijo: —Agente Crivaro, te presento a Oswald Hines, el abogado del pueblo. Cada cierto tiempo se requieren sus servicios. Convenientemente, fue arrestado hace poco por ebriedad y alteración del orden público, así que está más que disponible. No es que eso es un hecho inusual.

Oswald Hines tosió, gruñó y luego dijo: —Sí, supongo que esa es la verdad. Este es mi hogar lejos del hogar, o más bien mi segunda oficina. En momentos como este, es un lugar muy práctico. No quiero caminar para ningún lado por lo mal que me siento. —Hines respiró profundo, mirando a los demás con ojos legañosos. Luego le dijo a Jake—: Escuche, agente como sea que se llame. Como abogado de este hombre, insisto que lo deje en paz. Lleva una semana respondiendo preguntas. De hecho, está siendo retenido sin causa. —El abogado bostezó y añadió—: En realidad, esperaba que ya no estuviera aquí. Más les vale que ya no esté aquí para cuando despierte de nuevo.

Cuando el abogado se volvió a acostar, el sheriff dijo: —No te duermas, Ozzie. Tienes trabajo que hacer. Te buscaré una taza de café. ¿Quieres que te deje salir de tu celda para que puedas estar más cerca de tu cliente?

—No, estoy bien aquí —dijo Ozzie—. Apúrate con el café. Sabes cómo me gusta.

Echándose a reír, sheriff Tallhamer dijo: —¿Cómo es que te gusta?

—En cualquier taza —gruñó Ozzie—. Ve a buscarlo ahora.

Tallhamer regresó a la oficina. Jake miró fijamente al prisionero y dijo: —Sr. Cardin, entiendo que no tiene una coartada para el asesinato de su ex esposa.

Cardin se encogió de hombros y dijo: —No sé por qué todos dicen eso. Estaba en casa. Comí una cena congelada, vi televisión un rato y luego dormí hasta el otro día. No estaba ni cerca de donde ocurrió, dondequiera que fue.

—¿Alguien puede corroborarlo? —dijo Jake.

Cardin sonrió y dijo: —No, pero nadie puede corroborar lo contrario tampoco, ¿cierto?

Al ver la expresión sarcástica de Cardin, Jake se preguntó: «¿Es culpable y solo burlándose de mí? ¿O simplemente no entiende la gravedad de la situación?»

Jake preguntó: —¿Cómo era su relación con su ex esposa al momento de su muerte?

El abogado gritó: —Phil, no respondas a esa pregunta.

Cardin miró a la otra celda y dijo: —Cállate, Ozzie. No voy a decirle algo que no le he dicho al sheriff un centenar de veces. No importará de todos modos. —Luego, mirando a Jake, Cardin dijo en un tono sarcástico—: Las cosas eran color de rosa entre Alice y yo. Nuestro divorcio fue amistoso. Nunca la lastimaría.

El sheriff regresó, le entregó una taza de café al abogado y le dijo a Cardin: —Mentiroso. El día de su asesinato, irrumpiste en el salón de belleza en el que trabajaba, gritando en frente de su clientela que había arruinado tu vida, que la odiabas y que la querías muerta. Es por eso que estás aquí.

Jake se metió las manos en los bolsillos y dijo: —¿Le importaría decirme por qué hizo eso?

Cardin dijo enfurecido: —Bueno, es que ella arruinó mi vida. Me ha ido muy mal desde que la perra me echó y se casó con ese maldito médico. Justo ese día me despidieron de mi trabajo como cocinero de comida rápida en la Cafetería Mick.

—¿Y eso fue su culpa? —dijo Jake.

Cardin miró a Jake a los ojos y dijo con los dientes apretados: —Todo fue su culpa.

Jake sintió un escalofrío al oír el odio en su voz.

«Le encanta hacerse la víctima», pensó.

Jake había lidiado con muchos asesinos que no aceptaban la responsabilidad de todo lo que salía mal en su vida. Jake sabía que el resentimiento de Cardin no probaba su culpabilidad. Pero sin duda entendía por qué había sido detenido.

Aun así, Jake sabía que no debía seguir en custodia, ahora que había habido otro asesinato. Por lo que el jefe Messenger le había dicho a Jake en Dighton, no había ninguna evidencia física que vinculara a Cardin con el crimen. La única prueba era comportamiento amenazante, especialmente la explosión reciente en el salón de belleza donde Alice había trabajado. Todo era circunstancial…

«A menos que diga algo comprometedor aquí y ahora», pensó Jake.

Jake le dijo a Cardin: —Supongo que no está afligido por su muerte.

Cardin gruñó y dijo: —Tal vez sí lo estuviera si Alice no se hubiera portado tan mal conmigo. Pasó todo nuestro matrimonio llamándome perdedor, como si el feo con el que se casó fuera mejor que yo. Bueno, solo me convertí en perdedor cuando se divorció de mí. Las cosas empezaron a ir mal cuando estuve por mi cuenta. No es justo…

Jake siguió escuchando a Cardin quejarse de su ex. Su amargura era palpable, al igual que su angustia. Jake sospechaba que Cardin nunca dejó de amar a Alice. Una parte de él había albergado la esperanza de que volverían.

Sin embargo, su amor por ella era obviamente enfermizo, retorcido y obsesivo. Jake había lidiado con un montón de asesinos cuya motivación era eso que llamaban «amor».

Cardin dejó de despotricar por unos momentos para decir: —¿Es cierto que la encontraron envuelta en alambre de púas? —Sacudiendo la cabeza con una sonrisa, añadió—: Vaya, qué creativo.

Esas palabras sacudieron a Jake un poco.

¿Qué había querido decir Cardin con eso?

¿Estaba admirando la obra de otra persona?

¿O estaba astutamente regodeándose con su propio ingenio?

Jake supuso que había llegado el momento de tratar de hacerlo hablar del otro asesinato. Si Cardin tenía un cómplice que había matado a Hope Nelson, tal vez Jake podría hacerlo admitirlo. Pero sabía que tenía que tener cuidado.

Jake dijo: —Sr. Cardin, ¿conoce a una mujer llamada Hope Nelson, de Dighton?

Cardin se rascó la cabeza y dijo:

—Nelson… el nombre me parece conocido. ¿No es la esposa del alcalde?

Apoyado en las barras de la celda, sheriff Tallhamer gruñó y dijo: —Ella está muerta.

Jake contuvo un gemido de desaliento. No había planeado decirle la verdad de forma tan contundente. En su lugar, había planeado tomarse su tiempo para tratar de averiguar si ya sabía lo que le había pasado a Hope Nelson.

El abogado se puso de pie en la otra celda.

—¿Muerta? —gritó—. ¿De qué diablos estás hablando?

Tallhamer escupió un poco de tabaco en el piso de cemento y dijo: —Fue asesinada anoche, exactamente de la misma forma que Alice. Colgada de un poste, envuelta en alambre de púas.

De repente pareciendo sobrio, Ozzie espetó: —¿Entonces qué demonios sigue haciendo mi cliente aquí? No me digan que creen que mató a otra mujer anoche mientras estuvo encerrado aquí.

En ese momento, Jake se sintió desesperanzado. Sabía que sus tácticas ya no servirían de nada.

Sin embargo, le volvió a preguntar a Cardin: —¿Conocía a Hope Nelson?

—¿Qué le dije? —preguntó Cardin, sorprendido.

Pero Jake no sabía si estaba mintiendo o no.

Ozzie agarró los barrotes de su celda y gritó: —¡Si no sueltan a mi cliente ahora mismo, los demandaré!

Jake contuvo un suspiro.

Ozzie estaba en lo cierto, por supuesto, pero…

«Escogió el peor momento para ser competente», pensó.

 

Jake se volvió a Tallhamer y dijo: —Suelta a Cardin, pero asegúrense de vigilarlo de cerca.

Tallhamer le dijo a su ayudante que trajera las pertenencias de Cardin. A lo que el sheriff abrió la celda de Cardin, se volvió hacia Ozzie y dijo:

—¿Quieres irte también?

Ozzie bostezó y se recostó en su litera. —No, ya trabajé mucho por hoy. Si no necesitan esta celda, me volveré a dormir.

Tallhamer sonrió y dijo: —Adelante.

A lo que Jake salió de la comisaría con Tallhamer y Cardin, vio que el hombre de bata blanca seguía al otro lado de la calle en exactamente el mismo lugar que antes.

En ese momento, el hombre comenzó a acercarse a ellos.

Tallhamer le dijo a Jake en voz baja: —Prepárate.

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