Kitabı oxu: «Hoy camino con Dios», səhifə 5

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Valores - 28 de enero

¡Trágame, tierra!

“Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno” (Efe. 3:6).

¿Alguna vez dijiste algo e inmediatamente tuviste ganas de que te tragara la tierra?

Cierta vez hice un comentario del que hasta ahora me avergüenzo. Estábamos trabajando en una comunidad en Brasil y uno de mis amigos me escuchó decir algo negativo e inapropiado. Me reprendió. Él tenía razón, así que tragué mi orgullo y usé esa oportunidad para grabar la importante lección. Por eso, en mi Biblia, al lado de este texto, coloqué las letras BR, para no olvidar nunca esa verdad que tenía que tener presente siempre, pues lucho mucho con lo que se me escapa al hablar y también con algunos temas de conversación que sé que no debería alimentar. Ese episodio quedó entre mi amigo y yo. Pero ¿cuántas veces nuestro descuido enciende fuegos muy difíciles de apagar? ¿Cuánto daño hacemos al hablar sin pensar?

“¡Cuán cuidadosos debiéramos ser, para que nuestras palabras y actos estén en armonía con las sagradas verdades que Dios nos ha encomendado! [...] Cuando se asocien entre sí, pongan guardia a sus palabras. Que su conversación sea de tal naturaleza, que no tengan necesidad de arrepentirse de ella” (La voz: su educación y uso correcto, p. 118).

“Pocos se dan cuenta, de que ahuyentan al Espíritu de Dios con sus pensamientos y sentimientos egoístas, y su conversación necia y frívola. [...] La pureza en la conversación y la verdadera cortesía cristiana, deberían practicarse constantemente” (ibíd., pp. 118, 119).

Hoy, conscientemente, midamos nuestras palabras. Seamos agentes de bendición con ellas y, si podemos, apaguemos los “fuegos” también.

Podemos ser combustible que alimente las llamas, o agua que las apague. Para esto, se requiere un examen cuidadoso no solo de conciencia, sino de todo lo que compartimos en las redes, lo que comentamos en las fotos u otras publicaciones, lo que fomentamos con esas acciones, e incluso a quiénes seguimos.

Hoy decimos más con nuestra conducta en las redes que con comentarios verbales, cara a cara. Aunque ciertas interacciones se estén perdiendo por el protagonismo que gana el mundo virtual, debemos cuidar nuestra lengua y también los teclados de nuestros dispositivos. Pero Dios promete darnos sabiduría y control, para que ese elemento sea usado con poder a favor del bien.

Encuentros con Jesús - 29 de enero

La alegoría de los emoticonos

“El corazón me dice: ‘¡Busca mi rostro!’ Y yo, SEÑOR, tu rostro busco” (Sal. 27:8, NVI).

Hoy en día los emoticonos son muy populares. Por medio de ellos se transmite mucho. Cuanto más conocemos a nuestros amigos, más posible nos resulta imaginárnoslos haciendo las mismas caras o expresiones que los emoticonos reflejan, y en cierta forma eso facilita la conversación y nos permite entender mejor las intenciones que los acompañan. Pero ¿cuántas veces somos conscientes de la forma en que Dios nos ve? ¿Realmente es un amigo tan cercano como para poder imaginarnos qué piensa o siente con nuestra conducta? ¿Lo conocemos lo suficiente como para identificar a qué se refiere con algunas de sus señales o mensajes?

El Dr. Jiri Moskala, en uno de sus artículos, habla acerca de la importancia de pasar tiempo con Dios para reflejarlo mejor.

Jacob, antes de encontrarse con Esaú, después de tantos años de separación, tenía miedo. Había organizado estratégicamente una secuencia de entrega de regalos para apaciguar la ira justificada de su hermano.

Luego luchó toda la noche con Dios, hasta recibir su bendición y un nombre nuevo. Fue ahí que dijo: “Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma” (Gén. 32:30).

Cuando Jacob ve que Esaú se acerca con sus hombres, se inclina hasta llegar a su hermano, pero Esaú viene corriendo, lo abraza, lo besa y lloran juntos (algo muy poco probable dadas las circunstancias y las características de su discordia).

Jacob le dice: “Si he hallado ahora gracia en tus ojos, acepta mi presente, porque he visto tu rostro, como si hubiera visto el rostro de Dios...” (Gén. 33:10).

Ahí encontramos el secreto de esa interacción tan pacífica y sanadora: cuando hemos pasado tiempo con Dios, es más fácil ver a los demás (y que nos vean) de una manera distinta.

Cuanto más lo conocemos, más fácil es imaginar qué hay detrás de sus “guiños” aparentemente incomprensibles.

Cuando hemos visto las diferentes facetas de su amor, es más fácil buscar la forma de reproducirlas.

No sé cuál es tu relación con Dios, si hay comunicación fluida o no. Tampoco sé si tuviste alguna lucha personal con él. Pero si hoy buscamos su rostro, con reverencia, sin temor, sin distracción, como nos invita a hacerlo el salmista, nuestra comunicación mejorará significativamente. Y así como él ya conoce perfectamente nuestras expresiones, podremos conocerlo mejor también.

Aroma a sábado - 30 de enero

La pregunta del estanque de Betesda

“Cuando Jesús lo vio acostado, y supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: ¿Quieres ser sano?” (Juan 5:6).

¿Conoces a alguien que haya acarreado cuarenta años una enfermedad? La Biblia nos habla de un hombre así; un hombre acostumbrado al dolor y a la indiferencia. Tan acostumbrado estaba, que cuando Jesús ese sábado le preguntó: “¿Quieres ser sano?,” él ni siquiera expresó su voluntad. Solo presentó datos acerca de su realidad. Parecía resignado. “Sus esfuerzos perseverantes hacia su único objeto, y su ansiedad y continua desilusión, estaban agotando rápidamente el resto de su fuerza” (El Deseado de todas las gentes, p. 172).

A veces, nosotros también respondemos de memoria, demostrando un entumecimiento emocional y espiritual que no nos permite reconocer que Jesús se ha acercado para hacernos una pregunta simple pero profunda.

Contamos nuestra historia separados de lo que verdaderamente queremos y anhelamos, resignados a nuestra realidad actual, incapaces de ver a quien tenemos delante.

A veces, también nos sentimos ansiosos, desilusionados y sin fuerzas. Pero Jesús está listo para sanarnos y transformarnos.

No permitamos que nuestra vida funcione en piloto automático; que las rutinas, las costumbres y los hábitos en todos los ámbitos sean un reflejo de una parálisis similar a la que vivía este hombre.

Quizá nos hemos desconectado de nuestro anhelo de ver a Jesús volver. Quizás olvidamos que, como aquel sábado de tarde, él se acerca para hacernos la pregunta más obvia, esa que quizá no estamos listos para responder.

En esta historia, jugó un pequeño pero importante factor humano. Así como duele estirar las piernas después de un largo viaje, a este hombre anónimo le puede haber costado un poco levantarse por fe... pero lo hizo. La transformación que Jesús realiza en nuestra vida puede costar un poco, pero siempre vale la pena. Ojalá hoy depongamos nuestras excusas y pretextos empapados de dolor y resignación, de comparación con los demás, de búsqueda en vano, y respondamos afirmativamente a la pregunta de Jesús, esa pregunta que en sí misma trae libertad.

Ojalá las plantas de nuestros pies, así como las de este hombre, este sábado dejen como huella una decisión de fe.

Objetos cotidianos - 31 de enero

La danza de los zapatos

“Tú cambiaste mi duelo en alegre danza; me quitaste la ropa de luto y me vestiste de alegría, para que yo te cante alabanzas y no me quede callado. Oh Señor, mi Dios, ¡por siempre te daré gracias!” (Sal. 30:11, 12, NTV).

Un día gris conversamos con Guillermo. Él tenía su taller, pero prefería pasar el día pintando en los concurridos adoquines de Caminito, una zona turística de Buenos Aires. Entre tantas cosas, me dijo que con su esposa bailaron por todo el mundo sobre una lona blanca que extendían en el suelo. Ponían pintura en la suela de sus zapatos y dejaban que el ritmo del tango fuese quedando plasmado sobre esa superficie, mientras ellos se movían en un vaivén tan íntimo como internacional. Cuando el bandoneón dejaba de sonar y ellos dejaban de bailar, quedaba inmortalizado un cuadro musical, con mezclas de taco ancho cuadrado y puntitos de taco de aguja.

Pensando en los zapatos, se me ocurre recordar el recorrido que hacen. ¡Cuántas historias tendrían para contar!

Son testigos de caídas, tropiezos, triunfos y oportunidades, y dejan una marca que de cierta forma nos hace “inmortales”, aunque sea por un rato, en la vida de las personas que nos rodean. Puede haber baile torpe, no perfeccionado, con intentos, con algunos aciertos sublimes y a veces algunos yerros estridentes.

Pero el cuadro final puede ser motivo de perseverancia y será tanto más hermoso si refleja la imagen de quien nos creó, quien nos da fuerzas cuando faltan, quien inventó los colores, la música y con ellos nos permite ir dibujando algo aunque no seamos del todo conscientes de que lo estamos haciendo; aunque no sepamos qué es lo que él ve en nosotros, aunque no sepamos que él nos ve...

¿Qué está quedando cuando el bandoneón para y la pintura se gasta?

Nuestra vida, como cristianos, debe dejar una huella positiva; y el apóstol Pablo, parafraseando al profeta Isaías, nos hace una invitación: “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!” (Rom. 10:14, 15).

Dios quiere grabar una alegre danza con tu vida hoy. Quiere llevar buenas nuevas por medio de ti y de tus pies dispuestos.

Dios pregunta - 1º de febrero

¿Quién tocó mi túnica?

“Jesús se dio cuenta de inmediato de que había salido poder sanador de él, así que se dio vuelta y preguntó a la multitud: ‘¿Quién tocó mi túnica?’ ” (Mar. 5:30, NTV).

¿Alguna vez te preguntaste cuál sería tu reacción si una muchedumbre descubriera algo que querías que pase inadvertido?

La mujer con flujo de sangre mencionada en la Biblia muchas veces había sido rechazada, aislada e insultada debido a su enfermedad y al trato que habitualmente recibían en aquellos tiempos las personas en esa condición. Por eso mismo su acto fue tan valiente.

Pero si nos pusiéramos en su lugar, podríamos sentir también el momento de pesado silencio que acompañó la pausa y la pregunta de Jesús. Se nos dice que Jesús se dio cuenta de que había salido poder sanador de él y que, después de preguntar quién lo había tocado, siguió mirando alrededor para ver quién lo había hecho.

No sé cuántos segundos pasaron desde la pregunta de Jesús hasta la confesión de la mujer, pero la Biblia cuenta que ella se acercó y se arrodilló ante él, asustada y temblando.

Sin embargo, la timidez con que la mujer extendió su mano y se acercó a él muestra que, en lo más íntimo de su corazón, ella sabía quién era él. Tenía fe. ¡Cuánto tenemos que aprender de ese día!

Quizás a veces no nos animamos a acercarnos a Jesús, cuando él es el único que puede limpiarnos. ¿Tenemos la fe suficiente como para creer que un simple toque puede restaurar nuestra vida? ¿Acaso estamos entre la multitud que aleja a los que con toda fe y sinceridad lo buscan? ¿Será que alguna vez Jesús sintió poder que salía de él, miró alrededor y nos vio a nosotros? ¿Ya “tocamos su túnica”? ¿Ya lo hemos buscado con esa fe que dejó a toda una multitud en vilo?

En El Deseado de todas las gentes, Elena de White dice: “No es suficiente creer acerca de Cristo; debemos creer en él. [...] La fe salvadora es una transacción por medio de la cual quienes reciben a Cristo se unen con Dios en una relación de pacto. La fe genuina es vida” (pp. 312, 313, énfasis añadido).

¡Al comenzar un nuevo mes se nos regala una nueva oportunidad de buscarlo con fe, y de tener esa vida!

El poder de la música - 2 de febrero

Fuente de la vida eterna

“Al que tenga sed le daré a beber gratuitamente de la fuente del agua de la vida” (Apoc. 21:6).

Robert Robinson era un niño pequeño cuando su papá falleció. Como el sistema de asistencia social de esa época no estaba muy desarrollado, tuvo que salir a trabajar ya desde muy joven. Sin un padre que lo guiara y disciplinara, Robert comenzó a pasar su tiempo con malas compañías.

Un día, su pandilla acosó a una gitana que apuntó su dedo hacia él y le dijo que viviría para ver a sus hijos y nietos. Esto lo conmovió y pensó “Si voy a vivir para ver crecer a mis hijos y nietos, tendré que cambiar mi estilo de vida. No puedo seguir como ahora”.

Robert decidió ir a escuchar a George Whitefield, un predicador metodista que con su sermón lo concientizó un poco más acerca del pecado. Con el pasar de los años, decidió hacerse pastor también, y en 1757 escribió un himno que expresaba el gozo de su nueva fe. En él, le pedía a Dios que afinara su corazón para cantar de su gracia y que le enseñara los melodiosos sonetos que se entonan en el cielo. Agradecía por la forma en que Dios lo había rescatado y hablaba acerca de su corazón, tan propenso a alejarse del Dios a quien amaba.

Tiempo después, dejó el metodismo y se hizo bautista. Más tarde comenzó a predicar ideas muy controversiales. Aunque aún seguía amando a Dios, se había alejado mucho del estilo de vida piadoso que llevaba.

Se cree que una vez viajaba en un carruaje y una mujer comenzó a tararear el himno que él había compuesto años atrás. Él le confesó que era el autor, y con tristeza y nostalgia rememoró las épocas en que estaba más cerca de Dios. Le dijo que daría mil mundos por volver a esa intimidad con él. La parte final del himno, en su versión original en inglés, es una oración que dice: “Señor, toma mi corazón y séllalo”.

Quizá tu corazón, como el de Robert, es propenso a vagar y alejarse del redil, pero hoy puedes elevar esa misma oración. Ten la seguridad de que Dios la responderá. Él es la fuente de vida eterna y su piedad inagotable se deleita en perdonar.

Historias de hoy - 3 de febrero

El “ángel” del auto blanco

“Antes que me llamen, yo les responderé; todavía estarán hablando cuando ya los habré escuchado” (Isa. 65:24).

La casa tenía aspecto de dejadez. De un lado había casas abandonadas, del otro una esquina vacía, y enfrente un terreno baldío que daba a la ruta provincial por la que transitaban, casi de forma única, las camionetas de los trabajadores que se veían muy a lo lejos.

Estaba colportando, y me preguntaba si realmente valía la pena golpear la puerta a esa hora, ya que lo más probable era que no hubiese nadie o que estuviesen durmiendo. Pero golpeé de todas formas.

La puerta se abrió lentamente y, apenas lo vi, me di cuenta de que ese hombre estaba ebrio. Me invitó a entrar, asegurándome que no me haría nada. Le agradecí amablemente, pero me mantuve en la puerta. No iba a poder hacer bien la presentación, pero decidí dejarle un libro misionero de regalo. De repente, salió un hombre desde otra habitación y aunque lo saludé, fue más un saludo de despedida que para iniciar una conversación. Se miraron, se rieron y continuaron insistiendo en que entrara. No era tan fácil irme… Si seguía caminando, lo iba a hacer sola por muchas cuadras y tranquilamente podían alcanzarme si se lo proponían. No había a quién llamar. Solo podía orar.

En todo el tiempo que seguí viviendo en ese pueblo, no vi pasar ni un auto más por esa calle, pero ese día, en ese minuto en el que oraba, un auto blanco paró. Era una mujer que había visto una sola vez pero que, de forma “casual”, necesitaba decirme algo en ese momento.

Con la excusa perfecta me alejé de los hombres para hablar con ella, aunque todavía sentía los dos pares de ojos clavados en mi espalda. “Sal de aquí inmediatamente. Esos tipos son peligrosos. Ya me atacaron un par de veces. Vete ya”, me dijo la mujer.

Ella no era un ángel, pero sé que Dios la envió en ese momento, en respuesta inmediata a mi oración. ¿De qué tienes miedo hoy? Ora y recuerda que él responde nuestras oraciones, aún antes de que lo llamemos.

“Así que, aunque expuesto al poder engañoso y a la continua malicia del príncipe de las tinieblas y en conflicto con todas las fuerzas del mal, el pueblo de Dios siempre tiene asegurada la protección de los ángeles del cielo” (La verdad acerca de los ángeles, p. 11).

Valores - 4 de febrero

El regalo de Giuli

“Mas yo esperaré siempre, y te alabaré más y más. Mi boca publicará tu justicia y tus hechos de salvación todo el día, aunque no sé su número” (Sal. 71:14, 15).

“¡Mami!”, se quejó Giuli alzando los hombros, con cara de reproche al ver que lo que habían pactado con su mamá no se estaba cumpliendo según el plan. Y es que su mamá había olvidado el regalito que ella me había preparado con mucho cariño. Después de buscarlo, volvieron. Giuli golpeó la puerta, salí para recibirla y me entregó un pequeño paquetito, con una sonrisa tímida y triunfante a la vez.

La clase anterior habíamos ido a tomar un helado, pero antes habíamos preparado un diálogo para practicar cómo preguntar el precio, pagar y agradecer. Como era parte de la clase, me hice cargo del gasto y las cuatro niñas disfrutaron mucho el momento al vivir una clase diferente.

Y ahora tenía a Giuli parada frente a mí, con sus brillantes ojos negros, esperando ver mi reacción. Su regalo me conmovió.

Había usado sus ahorros para pagar el heladito de la clase anterior y había envuelto muy cuidadosamente el dinero en un sobre improvisado de papel, que había rotulado con prolijidad.

Por alguna razón, ella había sentido la necesidad de devolverme lo que le había regalado, aunque les había asegurado que no hacía falta. Pensé que en la clase les había enseñado algo, pero la lección finalmente me la estaba dando ella.

¡Qué hermoso sería si fuésemos más agradecidos, si diéramos alegremente parte de lo que tenemos para mostrar gratitud por las innumerables bendiciones que se nos otorgan desinteresadamente, si creyéramos como un deber y placer el hecho de demostrar gratitud de forma premeditada!

Marco Tulio Cicerón dijo que “la gratitud no es solo la mayor de las virtudes, sino la madre de todas las demás”.

Por otro lado, William Arthur Ward afirmó: “Si se siente gratitud y no se la expresa, es como envolver un regalo y no darlo”.

Nunca podremos retribuir todo lo que Dios nos ha dado, pero a veces no hacemos ni siquiera un intento. La gratitud en sí puede ser uno de los mejores presentes que lleguemos a dar como criaturas.

¿Cómo podríamos hoy mostrar un gesto de gratitud hacia el Creador?

¿A quién podríamos hacer sonreír hoy con un gesto similar?

Encuentros con Jesús - 5 de febrero

Un amague de amor

“Llegaron a la aldea adonde iban, y él hizo como que iba más lejos” (Luc. 24:28).

Dos personajes que los lectores de los evangelios probablemente no identificamos con los seguidores habituales de Jesús en las narraciones previas recorrían los doce kilómetros entre Emaús y Jerusalén.

Hay muchas similitudes en la historia de estos personajes y la nuestra. Muchas veces caminamos tristes, con ojos cargados de lágrimas y manos cargadas de decepción. Muchas veces no somos los protagonistas de grandes eventos que quedan registrados.

Parecemos, como estos hombres, personajes secundarios. Pero siempre hay “doce kilómetros” que Dios puede usar para despertarnos y recordarnos las verdades que están en su Palabra.

Cada día, él se dispone a hacer esa caminata con nosotros, incluso cuando, como aquellos discípulos, caminamos alejándonos de él. Nos hace preguntas para que reflexionemos y nos demos cuenta de que aquel que estamos esperando está en realidad a nuestro lado.

Con nuestras palabras, muchas veces, sin darnos cuenta, damos evidencia de que realmente las cosas se están cumpliendo como debían cumplirse, y aun así permanecemos sorprendidos y chasqueados como si no conociéramos a nuestro Salvador.

Estos hombres habían escuchado el testimonio de las mujeres que habían ido al sepulcro, pero nada parecía alcanzar.

¿Hasta dónde le exigimos evidencias a nuestra razón?

Jesús, con amor pero firmeza en su voz, los reprendió, y más adelante amagó con irse.

“Si los discípulos no hubiesen insistido en su invitación, no habrían sabido que su compañero de viaje era el Señor resucitado. Cristo nunca impone su compañía a nadie. Se interesa en quienes lo necesitan. Gustosamente entrará en el hogar más humilde y alegrará el corazón más sencillo. Pero si los hombres son demasiado indiferentes para pensar en el Huésped celestial o pedirle que more con ellos, pasa de largo. Así muchos sufren una gran pérdida. No conocen a Cristo más de lo que lo conocieron los discípulos mientras caminaban con él por el camino” (El Deseado de todas las gentes, p. 741).

Hoy nos da doce kilómetros para que en su presencia podamos recordar quién es, para que nuestro corazón arda, para que lo invitemos a permanecer con nosotros un rato más y luego salgamos corriendo, sin importar las distancias, a contar que él está vivo. No demos ocasión a que pase de largo.

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