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La alhambra; leyendas árabes

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X
LA TORRE DEL GALLO DE VIENTO

Aun velaba el rey la misma noche en que habia dado audiencia á Yshac, cuando un esclavo, el mismo que le habia anunciado la llegada del astrólogo, le anunció que unos labradores traian preso al príncipe Mohammet.

Porque el príncipe habia sido reconocido en el alcázar, y se habia detenido á los labradores, que estaban aterrados por su torpeza en haber preso al príncipe.

Nublóse el semblante de Al-Hhamar.

Era el primer disgusto que le daba su hijo.

Mandó que introdujesen al príncipe y los labradores.

El príncipe se presentó confuso.

Los labradores aterrados se arrojaron á los pies del rey Nazar.

– Perdon, señor, perdon, esclamaron: nosotros no conocíamos al esclarecido príncipe, tu hijo.

– El nos dijo quien era.

– Pero nosotros no le creimos.

– Porque los caballeros de Granada se entran de noche en nuestros cármenes.

– Y nos roban las flores…

– Las flores de nuestra alma.

– Nuestras esposas y nuestras hijas.

– Y creimos que el príncipe fuera uno de estos ladrones.

– Porque le encontramos dentro de nuestros cármenes.

– Que están cercados.

– Que están guardados.

– Nosotros no sabiamos que era el príncipe.

Impuso el rey Nazar silencio á los labradores, que hablaban á un tiempo y en coro, impulsados por el miedo, y preguntó á su hijo:

– ¿Es cierto lo que estos dicen?

– Me han encontrado en los cármenes, señor, contestó el jóven.

– ¿De noche y armado?

– Si señor.

– ¡Idos! dijo el rey á los labradores.

Estos no esperaron á que el rey repitiese su mandato, y salieron en tropel como una jauria espantada, no sin sufrir algunos latigazos de los esclavos y de los soldados en su tránsito por el alcázar.

El rey Nazar se habia quedado solo con el príncipe, y le miraba ceñudo.

– ¿No estabas en mi castillo real de Alhama? dijo al fin Al-Hhamar.

– Si señor, constestó el príncipe.

– ¿No te habia mandado que no vinieses á Granada?

– Si señor.

– ¿Por qué has venido? ¿qué causa grave tienes que alegar en tu disculpa?

El príncipe sabia que su padre estaba enamorado de Bekralbayda, y no se atrevió á confesar la verdad.

– Tu hijo no tiene disculpa ninguna, poderoso sultan de los creyentes, contestó.

– Si uno de tus walíes abandonase un gobierno que tú le hubieses encomendado, si su gobierno estuviese en la frontera enemiga, ¿qué harias?

– Mandaria cortar la cabeza al walí, contestó con mesura, pero con firmeza el príncipe.

– ¿Porque el walí habria sido traidor y rebelde?

– Si señor.

– ¿Tú eres príncipe: tú eres mi compañero en el mando? tú eres casi el sultan de Granada: tu culpa por lo mismo es mayor. ¿A qué has venido á Granada?

– Estaba triste en Alhama.

– ¿Y tienes aquí tu alegría?

– Si señor.

– ¿Y… tu alegría cómo se llama?

– Mi alegría no tiene nombre.

– ¿Pero por qué has venido á Granada desobedeciéndome? ¿por qué has abandonado mi estandarte en la frontera?

– Por respirar las auras de la noche en los cármenes del Darro.

– ¡Oh! yo sabré tu secreto, dijo el rey.

Y llamando á dos de los mas ancianos y prudentes de sus wazires23 les mandó que encerrasen al príncipe en lo mas alto de la torre del Gallo de viento.

Esta antiquísima torre, cuadrada, alta, maciza, en la cual no se veia mas que estrechas saeteras y una ventana en cada frente, junto á las almenas, estaba largo tiempo hacia inhabitada y protegida por el terror supersticioso que inspiraba.

Decíase que habitaba en ella el alma del rey Aben-Habuz el sabio.

Esta torre estaba situada en el centro de un patio del palacio á que daba nombre, y en su parte inferior no tenia puerta. Entrábase en ella por su altura media, por un pasadizo cubierto, en forma de puente que la unia con uno de los lados del patio.

Aquel pasadizo tenia una puerta de hierro macizo y mohoso, cuyos cerrojos y candados era fama que no se habian abierto en centenares de años. Despues de aquel pasadizo y en el corazon de la torre, que parecia maciza tambien, se retorcia una estrecha escalera de caracol, iluminada apenas por la escasa claridad que penetraba cansada por estrechas y profundísimas saeteras, y en lo mas alto de la torre terminaba la escalera, en una cámara de ocho pies en cuadro, baja de bóveda y envejecida mas que por el tiempo por el humo de un hornillo que se veia como escondido en uno de los rincones.

En esta cámara á nivel del pavimento resquebrajado y sucio, una compuerta de hierro cerraba la escalera, y cuatro ventanas semicirculares se abrian en direccion á los cuatro puntos cardinales.

Además del centro ó clave de la bóveda descendia hasta la parte media de la altura de la cámara un eje de hierro, del que estaba suspendido un pequeño ginete de hierro tambien, con el caballo en actitud de correr y con la lanza baja.

Aquel eje se volvia obedeciendo á la veleta de la parte superior, y la punta de la lanza del caballero señalaba á la parte donde iba el viento.

Contábanse de esta torre cosas estupendas: decian que algunas noches se veia por sus altísimas ventanas un resplandor rojo como de infierno, y por entre sus almenas un humo luminoso: y de lo que mas se hablaba, era de un buho enormísimo, tan grande como la mas grande águila que anidaba junto á las almenas; y á propósito del resplandor, y del humo, y del buho, se contaban tales cosas, que bastaban para aterrar á los muchachos y hacerlos callar cuando se obstinaban en el llanto, para lo que tambien bastaba nombrar simplemente el alma de Aben-Habuz, fundador de la torre y del palacio que tenia á sus pies.

Por una coincidencia singular, el patio en que esta torre se levantaba, era el mas alegre y bello del palacio: esbeltas columnitas sostenian sus galerías, flores, fuentes y estanques se veian en su terreno, y en él vagaban las hermosas esclavas de la servidumbre de la sultana Wadah.

Porque en aquel patio estaban las habitaciones de la esposa del rey Nazar.

Veíase, además desde las ventanas de la torre toda Granada, la Vega, las sierras hasta los distantes confines: en una palabra, aquella torre era una escelente atalaya.

Los wazires condujeron hasta allí con un profundo respeto al príncipe, y este, que al asomarse á una ventana habia visto la Colina Roja, dijo á los wazires:

– Ahí, en el cercano monte, en las ruinas del templo romano, está mi caballo: no es justo que dejemos perecer á nuestro compañero de batalla; haced que le vayan á buscar.

Los wazires se inclinaron profundamente, y salieron dejando solo al príncipe, que á los primeros rayos del sol de la mañana se puso á contemplar desde su altura el estrecho valle por donde el Darro atravesaba á Granada.

Porque en las márgenes del Darro, moraba su vida y la mitad de su alma: Bekralbayda.

XI
DE CÓMO EL REY NAZAR COMPRENDIÓ QUE NO PODIA SER FELIZ

Al-Hhamar habia quedado profundamente triste.

A la tristeza por sus amores, se unia la que le causaba la rebeldía de su hijo.

Porque su hijo (sus ojos de padre se lo habian dicho) guardaba dentro de su alma un secreto.

¿Y qué secreto era este que no queria revelar á su padre?

Y mientras el rey Nazar se deshacia en conjeturas, la solucion del secreto entraba en su palacio con el caballo del príncipe, que los wazires habian ido á recojer en persona á la Colina Roja.

Uno de los wazires se presentó al rey.

Llevaba en las manos unas pequeñas pero pesadas alforjas de seda, bordadas, en cuyas bolsas se contenia sin duda dinero.

– Esto hemos encontrado sobre el caballo del príncipe, señor, dijo el wazir presentando las alforjas á Al-Hhamar.

El rey puso las alforjas sobre el divan y despidió al wazir.

Apenas se vió solo examinó con una impaciencia febril las dos bolsas de las alforjas; por su contenido esperaba deducir el objeto de la secreta venida del príncipe á Granada.

Pero solo encontró una razonable cantidad de dirahmes24 de plata, lo que bastaba para un caballero, pero que era insuficiente para pagar una rebeldia: además encontró un pequeño envoltorio de seda.

Dentro de él halló dos cartas y un rizo do cabellos negros, sedosos, brillantes, largos, pesados, que exhalaban un delicioso perfume.

– ¡Ha venido á Granada por una muger! ¡ama! ¿pero quién es esa muger? ruin debe ser cuando me la recata: estas cartas me lo dirán:

Abrió la primera que estaba escrita en verso y decia así:

 
«La perla de las perlas,
la cándida y la pura…»
 

Era en fin la carta que el príncipe habia encontrado en su retrete en Alhama, la que le habia servido de medio para encontrar á Bekralbayda.

 

La segunda carta mas esplícita, era la que habia sido enviada al príncipe en su misma flecha desde la casita blanca.

Al leer el nombre de Bekralbayda que firmaba esta carta, el rey se sintió herido en el corazon.

– ¡Con que se aman! esclamó: y acaso, acaso… sí… indudablemente: esta carta es una cita: y luego este rizo de cabellos…

El rey quedó profundamente pensativo, y se puso á pasear á largos pasos á lo largo de su cámara.

– Pero ellos no han podido conocerse, no han podido verse sino consintiéndolo ese viejo enlutado, ese Yshac-el Rumi, ese hombre estraño que me hace temblar. Pero si ese miserable sabe que mi hijo y Bekralbayda son amantes, ¿por qué me vende esa muger? ¡y con tan estrañas condiciones! no me ha pedido oro… únicamente que Bekralbayda esté al lado de la sultana Wadah, de esa terrible loca, y estar él á mi lado, ser mi astrólogo: ¡oh poderoso señor de Ismael! ¡tú dador de la ciencia! ¡tú misericordioso! aquí hay un misterio que no alcanzo á esplicarme: ¡ilumíname tú, señor, tú que amparas á los que en tí creen!.. ¡ábreme camino, porque yo me siento cegar!

Y el rey siguió en su paseo, con la mirada escandecida, el aliento ardiente y entrecortado, las megillas pálidas, el paso incierto.

Luchaba dentro de sí de una manera espantosa.

– ¡Oh? dijo al fin: Dios castiga en mí algun pecado de mi raza: yo no puedo ser feliz.

Y siguió paseando.

– ¿Y por qué no? dijo de repente: ¿quién sabe? acaso…

El rey volvió á su paseo.

Anunciáronle que un viejo y una dama enlutados querian hablarle.

El rey Nazar hizo un movimiento semejante al de quien despierta de un sueño al impulso de una mano estraña; tomó un pergamino y escribió en él durante un breve espacio: luego dobló el pergamino y le selló.

– Que entren el viejo y la muger, dijo.

Poco despues entró Yshac-el-Rumi llevando de la mano y sin velo á Bekralbayda que inclinaba ruborosa la cabeza.

Entrambos se prosternaron ante el rey Nazar que los alzó.

– ¿Sabes á lo que vienes á mi palacio? le preguntó Al-Hhamar.

– Sé que me han vendido al poderoso sultan de Granada, dijo con acento trémulo Bekralbayda.

– ¿Pero no te han dicho que el sultan Nazar que te ama, quiere tu amor y no tu sumision?

Bekralbayda calló.

– Vas á servir á la poderosa sultana Wadah: está enferma: procura aliviar con tus consuelos sus dolencias: en cuanto á mí en ocasion mejor te diré cuánto eres grata á mis ojos. Entre tanto pon aquí tu nombre.

El rey la presentó el pergamino que habia escrito y sellado poco antes.

– ¿Y qué es esto, señor? dijo con recelo Yshac-el-Rumi.

– Aquí, salva la voluntad de Dios, está decretado invariablemente el destino de Bekralbayda. Sellado con mi sello, signado con su nombre, nadie abrirá ese pergamino hasta que ella misma le abra.

Y llamando el rey á sus esclavos les mandó que llevasen á Bekralbayda á las habitaciones de su esposa.

Yshac-el-Rumi se quedó entre los sabios y astrólogos que vivian en el palacio del rey.

XII
EL PALACIO DE RUBIES

Habian pasado muchos dias.

El rey habia tenido muchas entrevistas con Bekralbayda.

El príncipe continuaba preso.

Yshac-el-Rumi empezaba por su ciencia á privar con el rey.

Ninguno mejor que él descifraba los sueños del rey, ni respondia mejor á sus dudas.

El rey Nazar empalidecia.

Comprendíase que minaba algo su existencia.

Sus ojos empezaban á tener cierto brillo fosforescente como los de la sultana Wadah.

Dormia poco, y aun así de una manera inquieta.

En medio de sus sueños, quien hubiera estado cerca de él, le hubiera oido pronunciar el nombre de su hijo y de Bekralbayda.

Una noche el rey velaba.

Tenia junto á sí en una pequeña mesa un cuadrante y un pergamino estendido.

El rey marcaba con tinta roja sobre el pergamino líneas y compartimientos, los media con un compás, y volvia á meditar y á marcar líneas y puntos y á tomar medidas.

Quien le hubiera visto entonces, no le hubiera creido el sultan de Granada, el poderoso Nazar, sino un alarife25 que se ocupaba en formar el plano de un palacio.

El rey se ocupaba profundamente de su trabajo.

Pero de repente le interrumpió un ruido inesperado.

El batir de las alas de un pájaro.

El rey Nazar se estremeció y miró.

Vió un enorme buho que revolaba en su cámara.

El rey Nazar se puso mortalmente pálido, y se levantó en busca de su arco.

Pero el buho estrechó su vuelo sobre la mesa, apagó la lámpara y escapó por la ventana.

Entonces resonó á alguna distancia una carcajada hueca.

El rey Nazar dió voces: entraron sus esclavos con luces.

El rey Nazar hizo que encendiesen la lámpara, que cerrasen las celosías de los ajimeces y las puertas, y que trajesen al momento al astrólogo Yshac-el-Rumi.

Poco despues el viejo estaba delante del rey Nazar y á solas con él.

– Siéntate, le dijo el rey.

El astrólogo se sentó con la misma altivez que si hubiera sido otro rey.

– ¿Sabes lo que me sucede? le dijo.

– Yo lo sé todo, dijo con autoridad el mago.

– Veamos.

– En primer lugar estás cada dia mas embriagado por los encantos de Bekralbayda.

– Es verdad.

– La sultana Wadah lo sabe y tiene celos.

– Es cierto.

– Bekralbayda quiere antes de ser tuya poner á prueba tu amor.

– ¿Y me exige grandes sacrificios?

– Sé que á pretesto de que este palacio es triste, en lo que no la falta razon, te ha pedido que construyas para ella sola un alcázar.

– Es verdad.

– Tú te has puesto esta noche, poderoso sultan, á idear ese alcázar, y un buho ha entrado por la ventana y ha apagado la lámpara.

– ¿Y por qué ese buho?..

– Porque ese buho quiere que ese alcázar se construya en el lugar donde está construido invisiblemente, el encantado Palacio-de-Rubíes.

– ¡El Palacio-de-Rubíes!

– Sí, en la Colina Roja.

– Esplícame, esplícame eso.

– Escucha.

Reclinóse el astrólogo indolentemente en el divan, y empezó despues de algun tiempo de meditacion de esta manera:

– Allá en los primeros años despues de la conquista de los árabes sobre España, era señor de Granada Abu-Mozni-el-Zeirita.

Este rey, siendo ya viejo, murió y dejó su herencia, esto es, el señorío de Granada, á un sobrino suyo, viejo tambien, que residia en Africa, y que se llamaba Aben-Habuz.

Cuando Aben-Habuz vino á Granada á recojer la herencia de su viejísimo tio, solo halló un negro y carcomido castillo, puesto sobre la cima de un monte, al pie de las vertientes de una sierra, y en el castillo algunos cientos de feroces guerreros que miraban el ataud de roble de su señor, apoyados en las picas con la misma espresion que el perro de montería que pierde al amo que le arrojaba sobre el rastro.

Aben-Habuz no conocia á Abu-Mozni, y por lo tanto no se entristeció. Humillóle, sí, que un pariente suyo fuese llevado á la sepultura sin embalsamar y con un ataud y unos vestidos tan humildes, porque Abu-Mozni habia gastado el dinero de sus tierras y de sus vasallos, en perros y murallas, y no habia pensado ni una sola vez en su vida en tener un alcázar ni un harem, ni en proveerse de un lecho de piedra en donde dormir el último sueño.

Aben-Habuz mandó á sus médicos que embalsamasen los restos de su feróz tio: hizo quemar el ataud de roble y el sayo de lana, le encerró vestido de púrpura en un féretro de brocado, dentro de un sepulcro de mármol sobre el cual hizo esculpir un pomposo epitafio, largamente meditado por sus sabios, y despues de estos últimos deberes, satisfechos mas bien que á la memoria de su tio, á su orgullo de rey, se lanzó con los tostados africanos que encontró en su herencia y con el ejército que habia traido de allende el mar, sobre los enemigos, que aprovechándose de la muerte de Abu-Mozni-el-Zeirita, habian invadido su territorio; y despues de haber corrido las fronteras tras ellos, de haberles incendiado castillos y aldeas, y robádoles ganados y mugeres, se tornó á su alcazaba; repartió el botin entre los soldados, encerró las mugeres en una torre, y se echó á buscar un sitio donde edificar una residencia mas digna de un rey, que el ahumado torreon donde habia pasado largas veladas, tendido sobre una piel de tigre, el primer señor árabe de Granada.

Llamó á sus faquies y á sus astrólogos, y estos, despues de haber consultado las estrellas, le llevaron á la cresta de la colina poco distante de la torre de la alcazaba, y le dijeron:

– Aquí señor debes alzar tu alcázar y la atalaya de tu reino; porque desde esta loma se vén la estendida vega y las distantes fronteras, y porque un rey debe estar siempre atento á la defensa de su pueblo.

Y Aben-Habuz hizo un alcázar y levantó una torre altísima en el lugar que le dijeron los faquies y los astrólogos, y sobre la torre puso un caballero de hierro con la lanza en ristre y girando á todos los vientos, y en la adarga del caballero mandó pintar un gallo y poner debajo esta leyenda:

 
Dice el sabio Aben-Habuz,
que así se defiende el Andaluz.
 

Porque el viejo rey tenia por una de sus mas preciosas máximas la de que un guerrero debia ser vigilante como un gallo, ligero como el viento, para volverse y correr á la parte por donde amenazase el peligro, y por esto y por otras razones que á nadie dijo, llamó á la torre de su alcazaba, torre del Gallo de viento.

Y encerrábase en ella el viejo rey, y se dormia al rechinar de la veleta, y la consultaba cada vez que soplaba el viento de la tormenta, y allí donde el caballero tenia asestada la punta de su lanza, corria con sus gentes, y hacia Eblís26 que siempre encontrase enemigos á quienes destrozaba volviéndose cargado de presas á su castillo.

Y sucedió que una de estas veces, en vez de encontrar enemigos solo halló un viejo astrólogo, que al ver llegar al rey entre aquella muchedumbre de guerreros, se prosternó por tierra, pidió amparo á Aben-Habuz, y le prometió si le dejaba la vida, edificarle un alcázar tal, que fuese maravilla de los siglos venideros.

Rióse el rey del temor del astrólogo, hízole cabalgar á la grupa de uno de sus africanos, le trajo á Granada, y se encerró con él en la torre del Gallo de viento, sin dar oidos á otras palabras que á las del astrólogo, ni salir de la torre mas que para hacer las azalaes27 en la mezquita.

Y aconteció que el rey olvidó la guerra por la astrología, y pasaron lunas enteras sin que saliese contra los cristianos; á pesar de que estos, mal escarmentados siempre, corrian la tierra haciendo talas y desaguisados, y los habitantes de las villas fronterizas, temerosos de ellos, corrieron á encerrarse tras los muros de la alcazaba Cadima y de la villa de los Judios.

Cansóse el caballero de la torre de avisar el peligro, y desde entonces no volvió á inclinar su lanza al lugar por donde aparecian enemigos, y perdió su virtud el talisman, mientras el rey pasaba las noches en claro en la torre del Gallo de viento á la luz del hornillo donde el sabio hervia en sus vasijas de vidrio brevajes repugnantes.

Al fin una noche el sabio y el rey salieron de la alcazaba por un postigo del muro, bajaron al valle formado por el Darro, y subieron á la Colina Roja.

Era la noche oscura y la tormenta hacia rechinar la veleta de la torre del Gallo de viento: la lanza del caballero señalaba entonces á la Colina Roja donde estaba el astrólogo con el rey.

Hay quien dice que el astrólogo solo queria vengarse del rey por haberle este arrebatado una hermosa doncella hija suya de la villa de los Judios y que habia dado al rey un filtro que habia secado su cerebro tornándole loco.

 

Sea como quiera, el astrólogo encendió una hoguera en la parte oriental de la Colina Roja en el mismo sitio donde estaban las ruinas de una antigua alcazaba, y arrojó al fuego, pronunciando palabras misteriosas, unos polvos mágicos fabricados por él delante del rey. Entonces la tierra tembló, condensóse el aire, tomó formas el humo de la hoguera y aparecieron cuatro hadas hermosas, apenas cubiertas con velos de seda, batiendo sus trasparentes alas de mariposa.

Aquellas hadas que por el poder del conjuro del astrólogo habian sido arrancadas del quinto cielo, eran los genios del Palacio-de-Rubíes.

Llamábase la una Aliento-de-las flores28, la segunda Eco-de-las-armonías; la tercera Suspiro-de-amor; la cuarta Espejo-de-Dios.

Al aparecer las cuatro hadas, se habia levantado como por encanto alrededor del rey un alcázar de incomparable hermosura: el astrólogo habia desaparecido: solo quedaban las cuatro hadas revolando alrededor del rey que corria frenético por las galerías y los retretes y las cámaras y los patios del alcázar encantado; de aquel magnífico alcázar fresco, riente y sonoro, con el canto de sus aves, la fragancia de sus flores, el murmullo de sus fuentes y el eco de sus armonías.

El rey corria, y corria, y lanzaba grandes carcajadas.

Aben-Habuz tenia un alcázar de oro y pórfido, era astrólogo y sabio, pero habia perdido el juicio.

El judío se habia vengado.

Las hadas giraban alrededor del rey, danzando unas veces, revolando en las cúpulas otras, perdiéndose en el fondo de los estanques, ó deshaciéndose en vapores perfumados entre las esbeltas columnatas de las galerías.

Y Aben-Habuz seguia corriendo con la barba descompuesta, la túnica flotante, la toca deshecha, riendo siempre, de una manera insensata, y las hadas repetian su risa de loco; deteníase cansado y las hadas se replegaban silenciosas en sus lechos de algas y flores; de perfumes y oro: de repente volvian á aparecer ante el rey y escitado Aben-Habuz por su hermosura corria en vano tras ellas; y el insensato reia de pena, y sufria riendo, y en vano queria contener aquella risa fatal que salia á su pesar de su pecho.

Y tornábase con la aurora á la torre del Gallo de viento, y en vano pretendia ver desde sus almenas el palacio donde habia pasado la noche; la Colina Roja se presentaba á su vista escueta y árida, como antes del ensalmo del astrólogo, y el rey se impacientaba y preguntaba á sus cadíes y á sus wazires, si veian sobre la Colina las torres, los muros y los minaretes de un alcázar.

Los sabios de su corte se entristecian y tenian al rey por loco, porque nada veian.

Todas las noches Aben-Habuz subia á la Colina Roja, y entonces el alcázar se presentaba ante él soberbio con sus altísimas torres, sus enhiestas almenas reales, sus cavas profundas y sus puertas de hierro, que se abrian para darle entrada hasta el Palacio-de-Rubíes, donde tornaba á su insensata alegría y á su risa cruel.

Y cada noche que el rey penetraba en el palacio encantado parecíale este mas hermoso, mas diáfano, y mas rico de resplandores y de armonía; miraba su nombre escrito con oro entre los lazos de las atauxias29 y de los alicatados30 y le enardecian las leyendas de amor, en que hablaban para él, con el lenguaje del paraiso huríes invisibles.

Y el desdichado sufria, reia y tornaba á su castillo, cada vez mas insensato, cada vez mas débil.

Su vida se consumia como una lámpara á la que falta pávilo, y aquel terrible rey tan fiero y justador á su llegada á Granada, solo era ya una sombra de lo que habia sido: un cadáver animado.

Llegó á hacerse su locura terrible: azotaba á sus mugeres, reventaba á sus perros, cortaba la cabeza á sus sabios, y se reia siempre; y al eco de su risa huian todos, porque habia llegado á ser un eco de muerte.

Una noche se ciñó su corona de rey sobre su frente de loco, y salió como acostumbraba, de su castillo al que, por fortuna de sus vasallos, no debia volver sino en hombros de los señores de su córte.

Rugia la tormenta y el huracan zumbaba entre las quebraduras de los cerros.

Aben-Habuz subió impávido el repecho de la Colina Roja, llegó á la puerta de hierro del alcázar encantado, que se abrió ante él, y llegó hasta el fondo de un magnífico patio, entre cuyas galerías se habian refugiado las cuatro hadas huyendo de la tormenta.

Cuando el rey Aben-Habuz las vió á la diáfana luz que alumbraba el alcázar, emanada del mismo, soltó una sonora carcajada, abrió con entrambas manos su alquicel para que las hadas no pudiesen escaparse, y se fué hácia ellas pretendiendo abrazarlas.

Pero Espejo-de-Dios, pasó sobre él deshaciéndose en lluvia; Aliento-de-las-flores huyó, envolviéndole en perfumes; Eco-de-las-armonías se deslizó junto á él, rozando sus vestiduras y haciéndole escuchar cantos perdidos; y Suspiro-de-amor le burló infiltrando en su corazon ardientes deseos.

Tras esta burla las hadas fueron á posarse en un ángulo distante, y Aben-Habuz corria tras ellas, riendo siempre y empeñándose en aquel juego fatal que agotaba sus fuerzas y su vida.

Y desaparecian y tornaban á aparecer, y las columnas y los arcos, los muros y las cúpulas, parecian girar, uniéndose á aquel baile terrible, y las leyendas escritas con oro y colores, y los mármoles y los alicatados, lanzaban lánguidos destellos y repetian enamorados cantares y parecian exhalar céfiros lascivos impregnados de suavísimos perfumes.

Y el desdichado loco reia, y cada carcajada era mas desgarradora y sus pasos cada vez mas inciertos y vacilantes: y el alcázar continuaba girando alrededor de él y acreciendo en destellos, en fragancia, en armonía.

Al fin, Aben-Habuz vaciló, sentóse fatigado sobre el pavimento, sus ojos se nublaron, la muerte voló en torno suyo, y volvió á la razon.

Entonces cesó su risa: quiso levantarse y no pudo, y miró á las hadas con los ojos inyectados de sangre:

– ¡Malditos génios! dijo con voz espirante: ¡habeis hecho insensato á un rey, pero este rey es sabio y se vengará! Dormid aquí, con mi corona y mis amores, hasta que un rey poderoso, descendiente del compañero del Profeta venga con el poder que le presta á la ciencia, á despertaros de vuestro sueño.

Y cayó por tierra, y sus ojos se cerraron y la muerte fué con él.

Al mismo tiempo se derrumbó con estruendo el alcázar, y las hadas quedaron sepultadas entre sus ruinas.

– Yo soy descendiente del Ansari, dijo sin poderse contenerse el rey Nazar.

– Sí, sí, tu eres el destinado á mostrar á las gentes el Palacio-de-Rubíes, dijo Yshac-el-Rumi: por eso, cuando por complacer á Bekralbayda, has pensado en hacer un alcázar, ese buho ha entrado y ha apagado tu luz.

– ¡Pero ese buho!..

– El rey Aben-Habuz, fué encontrado muerto sobre la Colina Roja: y conducido á su castillo fué sepultado en una tumba magnífica. Pero el alma del rey Aben-Habuz, ha quedado sobre la tierra, encantada en el cuerpo de un buho.

– ¿Y quién te ha rebelado ese misterio y esa maravillosa leyenda? dijo el rey Nazar; temeroso de que aquel relato fuese una impostura de Yshac-el-Rumi.

– Hace mucho tiempo, señor, dijo el viejo de una manera inalterable, que he consultado tu horóscopo con las estrellas.

– ¿Y mi horóscopo cual es?

– Tú serás el fundador de ese alcázar que admirarán las gentes, que construirás por el amor de una muger, y al que darás tu nombre.

– ¿Y ese alcázar existe?

– Existe encantado.

– ¿Y puedo yo verle?

– Sí, poderoso señor, pero enloquecerías y moririas como el rey Aben-Habuz.

– ¡Y bien! sino puedo verle, ¿cómo he de construir en el lugar donde se encuentra, un alcázar semejante?

– Yo te traeré pintado en pergamino el alcázar; medido y dispuesto desde lo mas chico hasta lo mas grande, de modo que los alarifes y los oficiales solo tengan que labrar la piedra y la madera.

– ¿Y cuando me traerás ese pergamino?

– Pasada una luna.

– ¡Una luna todavía!

– Necesito ese tiempo para visitar el alcázar encantado, y puesto que tanto amas á mi hija, aprovéchate tú para reducirla á tu amor.

– Dentro de una luna te espero, dijo el rey Nazar: vete.

– Dentro de una luna yo te haré conocer el Palacio-de-Rubíes. ¡Que el Altísimo y Misericordioso quede contigo, rey Nazar!

Y el astrólogo salió.

– ¡Oh! esclamó el rey Nazar; ¡el sabio rey Aben-Habuz, encantado en un buho! ¡este buho inspirándome el amor de Bekralbayda! ¡ella pidiéndome un alcázar en cambio de sus amores! ¡ese viejo contándome un estraño encantamiento! ¡mi hijo enamorado de ella, guardando su secreto, y ella, enamorada de mi hijo y ocultando tambien su amor! y luego: ¡yo conozco á ese viejo: yo le he visto alguna vez! pues bien: ¡dejemos correr la cosas, y Dios me guiará!

Fortalecido y tranquilo por su confianza en Dios, el rey Nazar se reclinó en su diván, se envolvió en su alquicel y se durmió.

23Wacir, y sus semejantes alvazil, alvazir, alvasir, aluazir, aluacir, significaban entre los árabes de España, ministro de estado: esta voz unia en aquellos tiempos á la significacion anterior, la esclarecida de gobernador ó presidente de un pueblo ó territorio, de capitan general, gefe de justicia y magistrado supremo, que en muchos casos tenia una potestad independiente de la del califa.
24Moneda árabe de poco valor que no tenia correspondencia con las nuestras.
25Arquitecto.
26Nombre que daban los árabes al diablo.
27Oraciones.
28Estos cuatro nombres tienen en árabe las correspondencias siguientes: Aliento-de-las-flores: Nafasu-al-Azjari; Eco-de-las-armonías: Sadan-al-Angámi; Suspiro-del-amor: Jasratu-Jobbati; Espejo-de-Dios: Miratu-Allaji. Dejamos en el testo la traduccion española de estos nombres porque son demasiado estraños, es decir: porque no tienen tan buen sonido como otros que hemos consignado en el testo.
29Adornos de flores y hojas, especie de filigrana caprichosísima de que están ornamentadas las paredes de la Alhambra.
30Mosáicos que sirven unas veces de zócalo á las paredes, otras de pavimento.