Kitabı oxu: «Gramáticas extraterrestres»

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Director de la colección: Fernando Sapiña Coordinación: Soledad Rubio

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente,

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electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.

© Fernando J. Ballesteros Roselló, 2008

© De la presente edición:

Càtedra de Divulgació de la Ciència, 2008

www.valencia.edu/cdciencia

cdciencia@uv.es

Publicacions de la Universitat de València, 2008

www.uv.es/publicacions

publicacions@uv.es

Producción editorial: Maite Simón

Interior

Diseño: Inmaculada Mesa

Corrección: Communico, C.B.

Cubierta

Diseño original: Enric Solbes

Composición: el autor

Grafismo: Celso Hernández de la Figuera

ISBN: 978-84-370-6841-1

Realización ePub: produccioneditorial.com

Premios Literarios Ciutat d’Alzira 2006

Esta obra obtuvo el XII Premio Europeo de Divulgación Científica Estudi General, instituido por la Universitat de València y el Ayuntamiento de Alzira y con el apoyo de Bancaixa. Formaban parte del jurado Aurelio Beltrán, Consuelo Berenguer, Manuel Costa, Vicent J. Martínez y Fernando Sapiña.

A Herminia,

por ser la estrella

que ilumina mi vida.

PRÓLOGO

Durante muchos años he ofrecido conferencias de divulgación científica en distintos países y sobre diversos temas, generalmente relacionados con la astronomía y mi trabajo en el Observatorio de Arecibo. Sin importar el tema particular de la conferencia, la pregunta siempre surge: ¿Hemos contactado con «ellos» desde Arecibo?

Mi respuesta negativa no satisface a nadie, a unos –creyentes– les confirma la sospecha de una prohibición desde las esferas más altas del gobierno a divulgar el secreto por «razones de estado», para otros es simplemente decepción de que sea así.

Las «razones de estado» tienen que ver con la idea de que, al estilo de la película Contact, los mensajes recibidos contienen información importante y útil que daría grandes ventajas a quien la poseyera. En este entretenido libro, Fernando Ballesteros le hará entender las varias razones por las que esto resulta mucho más difícil de lo que se imagina.

La decepción es causada por el deseo de muchos de que sea cierto que los extraterrestres nos hablan, que quizá ya se encuentran entre nosotros, como piensan los aficionados a los ovni. Sería fascinante que fuera cierto, un descubrimiento más que extraordinario, la respuesta a una pregunta milenaria. Hay posiblemente una profunda raíz psicológica en este deseo de querer saber si estamos solos en este enorme universo, y de necesitar creer en algo más allá de nuestro limitado mundo, tanto en el espacio como en el tiempo.

Hay otros para los cuales los extraterrestres encarnan una nueva esperanza frente a una realidad desesperanzadora, de cara a unos rancios dioses en bancarrota, difíciles de aceptar en el mundo presente para cualquiera que tenga dos dedos de frente. Posiblemente, la consecuencia más trascendental de la noticia que nos presenta Ballesteros al inicio del libro sería el duro golpe que daría a casi todas las religiones que de alguna u otra forma postulan la creación especial del humano.

No hay duda entonces de que el tema da para muchas discusiones científicas y filosóficas, como también para muchas especulaciones, las cuales muchas veces, por falta de un marco de referencia, caen en pura pseudociencia.

En Gramáticas extraterrestres, Ballesteros nos provee este marco de referencia, presentando los argumentos más relevantes del tema con claridad, erudición y humor, algo nada fácil de obtener, y que le ha hecho merecedor del Premio Europeo de Divulgación Científica. Con gran maestría y un claro dominio de las ideas y los hechos relevantes, el autor nos narra brevemente la increíble historia de nuestro planeta, con el fin de sentar las bases para considerar con quiénes, cómo y con qué se podría establecer algún tipo de comunicación, y fundamentalmente si tal comunicación sería posible.

Entre las consideraciones que nos presenta el texto surge la posibilidad de que la vida pudiera haberse originado primero en Marte, para luego «contaminar» la Tierra, o como dice Ballesteros: «Quizá, después de todo, los marcianos seamos nosotros». Quizá, y a mí me explicaría un montón de cosas.

Daniel Roberto ALTSCHULER STERN*

Catedrático de Física, Universidad de Puerto Rico

Senior Research Associate, Observatorio de Arecibo

* El profesor Daniel R. Altschuler fue el director del Observatorio de Arecibo entre los años 1991 y 2003.

AGRADECIMIENTOS

Incluso cuando un libro está firmado por un único autor, nunca es labor de una sola persona. Todo libro es en realidad el resultado de una labor colectiva en la que interviene en mayor o menor grado mucha gente, y sin cuya participación éste nunca saldría a la luz. Por ello quiero expresar aquí mis agradecimientos a todos aquellos que han permitido que Gramáticas extraterrestres esté ahora entre sus manos.

En primer lugar, deseo expresar mi agradecimiento al Ayuntamiento de Alzira, a la Editorial Bromera y a la Universitat de València por hacer posible la existencia de este Premio Europeo de Divulgación Científica Estudi General. Considero que la divulgación científica es una tarea indispensable en el quehacer de los científicos. En una sociedad como la nuestra, tan modelada por los productos de la ciencia, es indispensable que aquélla adquiera unos saberes que podríamos llamar científicos, para enfrentarse con conocimiento de causa, rigor y escepticismo a los desafíos (algunos de ellos, terribles) del mundo actual. Para ello, resulta imprescindible la tarea de la divulgación científica. Por tanto, la existencia de un premio que recompensa precisamente divulgar la ciencia supone una gran alegría para mí.

Quiero también dar mi agradecimiento al equipo editorial de Publicacions de la Universitat de València, que ha estado siempre al otro lado del teléfono y del ordenador para ayudarme en todo lo que ha hecho falta durante el proceso de producción. En especial, deseo agradecer la ayuda de Maite Simon y de Soledad Ru-bio. También deseo dar las gracias a Fernando Sapiña, director de la colección, por sus atinados consejos y su ayuda en algunos momentos difíciles del proceso.

Especialmente deseo expresar mi agradecimiento a mis colegas (y amigos) Alberto Fernández, Amelia Ortiz, Bartolo Luque, Javier Díez, Vicent Martínez, Juli Peretó y Daniel Altschuler. Sus correcciones, sugerencias y fructíferas conversaciones han resultado una ayuda inigualable para que este libro adoptara la forma que finalmente tiene y llegara a feliz término. En especial, quiero agradecerle a Daniel el haberse tomado la molestia de escribir el prólogo de este libro y a Juli su inigualable ayuda en los capítulos biológicos del libro. También quiero dar las gracias a Pablo de la Cruz, Sofía Fuentes y Guadalupe Almodóvar por haber soportado mis preguntas cuando la inspiración me fallaba y haberme iluminado con nuevas ideas. Y quiero agradecerles a mis amigos Filomeno Sánchez, M.ª José Rodríguez, Federico Medina y Marina Gómez, su refrescante presencia durante tantos fines de semana; una ayuda indirecta, pero muy útil.

El mayor de los agradecimientos es para mi padre y mi madre, quienes siempre confiaron en mí y siempre me apoyaron, incluso cuando les dije que quería estudiar una cosa tan rara como ciencias físicas.

Por último, deseo agradecer a Herminia, mi media luna, su amor, comprensión y paciencia durante el proceso de escritura de este libro, ya que ella fue quien más lo padeció. Ella ha sido el principal motor de mi inspiración y buena parte del mérito de este libro es todo suyo.

INTRODUCCIÓN

LA NOTICIA DEL MILENIO

El pasado 27 de julio del 2006 se hizo pública en el ámbito científico una noticia que ha supuesto el esperado final de una larga búsqueda: la detección inequívoca de una señal de radio proveniente de una civilización extraterrestre.

La coincidencia con el período vacacional, junto con la prudencia del equipo responsable del hallazgo, ha hecho que la noticia haya pasado desapercibida hasta el momento para el gran público y los medios de comunicación. Sin embargo, este bombazo científico que se ha publicado en la revista especializada Radioastronomy Journal Letters ha supuesto ya una verdadera revolución entre los astrónomos profesionales. El artículo se ha publicado bajo el poco comprometido título de «Radioanomalies of unknown origin in G8 stars» (Osterhagen et al., Radioastr. J. Let. 371, 766-770 (2006)).

El equipo liderado por el profesor Maximilian Osterhagen, del Radioastronomie Institüt Leuercraff, tras un rastreo de más de dos años de estrellas al sur galáctico, localizó en la estrella Tau Ceti, en la constelación de la Ballena, una emisión anómala de ondas de radio en la región de los 21 cm, consistente en una serie de pulsos separados por intervalos de silencio. La anomalía estriba en que se trata de una señal casi cíclica. Si bien es habitual encontrar patrones cíclicos en la naturaleza, la extraña periodicidad de esta emisión atrajo rápidamente la atención de Osterhagen, ya que el intervalo de tiempo entre pulsos de radio variaba de una forma extraña. Este hecho llevó a pensar al equipo en que tal vez algún cuerpo en órbita alrededor de la fuente interceptaba en ocasiones los pulsos periódicos de radio (cuyo origen tampoco resultaba claro) e impedía la recepción de algunos. Por tanto, se intentó determinar cuál era el período más corto entre pulsos, para ver si los demás períodos eran múltiplos enteros de ese período mínimo.

Vieron que no ocurría así, pero casi. Lo que obtuvieron fue que los períodos entre pulsos eran múltiplos enteros de la tercera parte del más corto. Ese tiempo de 1/3 del período más breve debía de ser por tanto el período real que regía el fenómeno astronómico estudiado. La sorpresa fue que no todos los múltiplos enteros eran igualmente posibles. Por contra, tan sólo se encontraron los siguientes valores, y en orden creciente: 3, 5, 5, 7, 11, 13, 17, 19, 29, 31, 41, 43... Estos valores, tomados en parejas, tienen la peculiaridad de ser primos gemelos, es decir, pares de números primos separados por dos unidades. Pero es absolutamente imposible que ningún fenómeno físico pueda producir una secuencia numérica como ésta. Necesariamente, el «fenómeno» que los produce debe saber matemáticas. Es decir, el equipo de Osterhagen ha encontrado a 12 años luz a nuestros vecinos galácticos: una civilización extraterrestre. No existe ninguna otra explicación alternativa.

LA IMPORTANCIA DEL CONTACTO

De una manera tan sencilla como ésta, podría comenzar la que sin duda sería la noticia más importante del milenio. Pero de momento no hay necesidad de que nos alteremos; lamentablemente la noticia anterior es una mera recreación ficticia. Por desgracia, hasta el momento nada similar ha ocurrido en la realidad. Sin embargo, quizá ha servido para que sienta el efecto que una noticia de este calibre tendría en usted. ¿Qué le ha hecho sentir el párrafo anterior? ¿Qué emociones, sensaciones o pensamientos han acudido a usted mientras leía la noticia del hallazgo de otra civilización entre las estrellas?

En algunos casos, sin duda la respuesta ha sido incredulidad. A nuestra cabeza ha acudido la música de En los límites de la realidad y nos hemos dicho «bah, esto es de una película». La noticia resulta de por sí tan improbable que (con buen criterio) tendemos a mostrarnos escépticos de su realidad. Pero en parte nos parece improbable precisamente por la importancia y repercusiones que tendría de ser real. En otros casos, si el lector de buena fe ha «picado» en la ficción anterior, puede que haya sentido un fuerte acceso de emoción. Tal vez haya acudido a su cabeza un «de estas cosas nunca nos enteramos» o «qué lástima, este tipo de noticias nunca llega al gran público». Quizá haya sentido alegría (o miedo) ante la idea de que no seamos la única especie inteligente en el Universo. Muy posiblemente la haya catalogado como la noticia más importante que ha leído.

Y sin duda, de ser cierta, sería una de las noticias más importantes y que más repercusiones tendría en nuestra vida. ¿Por qué resulta tan importante? ¿En qué puede cambiar nuestro quehacer diario el que a varios centenares o miles de años luz exista una civilización extraterrestre?

Para empezar, supondría un auténtico vuelco, un nuevo giro copernicano que cambiaría nuestra posición en el esquema de las cosas, y nos daría una nueva perspectiva del mundo. Por experiencia sabemos que giros similares han tenido en el pasado consecuencias definitivas, que han cambiado, a veces de manera lenta pero siempre indefectiblemente, nuestra sociedad. Antes creíamos que la Tierra era el centro del Universo. Cuando Copérnico postuló que no era así, sino que estaba girando en torno al Sol, y los posteriores avances científicos (en especial el trabajo de Kepler, Brahe y Galileo) dieron la razón a Copérnico, se cambió de repente nuestra posición en la escala de las cosas, y la importancia que tenía nuestro mundo en la Creación. Pasamos así a creer que era el Sol quien ocupaba el centro del Universo.

Desde entonces el avance de la ciencia supuso una cadena de giros copernicanos que nos fue alejando poco a poco del papel estelar que creíamos desempeñar en el Universo: luego resultaba que el Sol no era un astro especial, sino una estrella más entre otras. El trabajo de Darwin demostraba que tampoco éramos objeto de una creación especial, ex professo, por parte de una divinidad, sino un animal más entre otros, fruto de un proceso de evolución ciega. Además, las estimaciones de posiciones y movimiento de las estrellas indicaban que éstas, junto con nuestro Sol, parecían estar girando en torno a un centro común (¿quizá el verdadero centro del Universo?) que se hallaba en realidad extraordinariamente lejos de nuestra localización. Este colectivo de estrellas que giraban en torno al supuesto «centro del Universo» tenía más o menos una forma de disco, y se lo bautizó con el nombre de Galaxia. Creíamos que la Galaxia era, por tanto, el Universo. Hasta que, a principios del siglo xx, llegó Edwin Hubble, quien demostró que aquellas borrosas nebulosas espirales que se adivinaban con los telescopios, y que los astrónomos creían que era pequeñas nubes de polvo dentro de la Galaxia, estaban en realidad a distancias increíblemente lejanas, tanto que se encontraban fuera de la Galaxia. Eran de hecho otros «universos», compuestos por miles de millones de estrellas (los astrónomos llamaron universos isla a estas inmensas colectividades de estrellas hasta que se popularizó el nombre de galaxias para referirse a ellas). Nuestra Galaxia pasaba así a ser un barrio más en la inmensa colectividad del Cosmos.

Cada uno de estos giros, además de suponer un cambio de paradigma científico, ha tenido sus correspondientes consecuencias sociales y filosóficas. Ha cambiado nuestra forma de entender el mundo, y ha repercutido en todos los ámbitos de la actividad humana, incluso en las corrientes artísticas. Ahora creemos que somos los únicos seres inteligentes del Universo. Es de prever un nuevo giro copernicano que cambie esta creencia.

El mero hecho de que se hallase otro tipo de vida en otro lugar supondría un vuelco a nuestra posición «privilegiada» de enormes consecuencias, ya que sería un indicio de que la vida, después de todo, es algo común en el Universo y no una rareza de nuestro mundo. Pero de encontrarse otra civilización entre las estrellas, el shock conmovería definitivamente nuestra sociedad y nada volvería a ser igual. Respondería de forma definitiva a la pregunta de si estamos solos en el Universo. Y su mera presencia nos revelaría que es posible sobrevivir al desarrollo tecnológico (por pura estadística, estarían con toda probabilidad más avanzados que nosotros).

Más aún, si pudiéramos llegar a establecer un contacto directo con ellos y se produjera un diálogo, de repente todos sus logros y conocimientos pasarían a estar a nuestra disposición. Descubriríamos qué límites tecnológicos puede alcanzar una civilización, y se nos abriría una biblioteca infinita de conocimientos científicos, religiosos, filosóficos... cuyas repercusiones no alcanzamos a ver. Por ello sería tan importante establecer un contacto con una civilización extraterrestre, y por eso tantos científicos se dedican a la búsqueda activa de nuestros posibles vecinos cósmicos.

Por otra parte, incluso si se hiciera una larga búsqueda y ésta fallara, no habríamos malgastado el tiempo. En el proceso se habría generado tecnología aplicable a otros aspectos de nuestra civilización, habríamos aprendido mucho más sobre el Universo y habríamos reforzado la creencia en lo única que es nuestra especie, nuestra civilización y nuestro mundo, en que somos la única oportunidad que tiene el Universo de conocerse a sí mismo, lo que haría que recayera en nosotros una enorme responsabilidad.

Este libro trata sobre la comunicación con civilizaciones extraterrestres a la luz de lo que la ciencia nos puede desvelar. No es la intención de este texto dar respuesta a todas las cuestiones, sino que se quiere estimular la curiosidad del lector para que busque por sí mismo algunas de las respuestas. El libro está estructurado en tres partes, que tratarán de responder respectivamente a las preguntas «con quién», «con qué» y «cómo» podemos establecer esta comunicación, si es que hay alguien. Así, en la primera parte se hablará de lo que sabe la ciencia actual sobre el origen de la vida y la posible presencia de ésta en el resto del Universo. La segunda parte tratará principalmente sobre radioastronomía, el proyecto seti y los medios para establecer contacto. Por último, la tercera parte, más extensa, estará centrada en el problema de qué lenguaje de comunicación se podría emplear con una inteligencia que sería completamente alienígena a nosotros. Al final del libro hay un epílogo donde se da un breve repaso a uno de los temas más fascinantes relacionado con civilizaciones extraterrestres: la paradoja de Fermi. Y por último, tras el epílogo, hay un breve apéndice para aquellos que hayan echado de menos alguna ecuación.

Si el lector encuentra que este tema puede ser de su interés, le invito a que pase a la siguiente página y se una a la lectura de Gramáticas extraterrestres.

Capítulo 1

CON QUIÉN: LA PROBABILIDAD

DE VIDA EN EL UNIVERSO


La creencia en que existen civilizaciones extraterrestres parte del llamado principio de mediocridad. Este principio postula que la Tierra es un planeta normal, que gira alrededor de una estrella normal, que se encuentra dentro de una galaxia normal. Es decir, que no hay nada especial en nuestro mundo que lo haga único. Es una conclusión lógica a la que nos aboca la sucesión de «giros copernicanos» que ha sufrido la ciencia a lo largo de su historia, y que nos ha ido sacando de la posición central que creíamos ocupar en el Universo.

Hemos comprobado que tanto nuestra estrella, el Sol, como nuestra Galaxia, son ejemplares típicos, similares en todo a esos otros millones que hemos observado con nuestros telescopios, y nada de especial parece haber en ellos. Todo indica que también nuestro planeta y nuestro Sistema Solar deben de ser ejemplares típicos de la fauna planetaria, aunque nuestro conocimiento de los planetas que giran alrededor de otras estrellas (los llamados planetas extrasolares, o exoplanetas) todavía está en sus comienzos. Si esto es cierto, si nuestro mundo es un ejemplo común en el Universo, por lógica debe existir una buena cantidad de planetas habitados, una fracción de los cuales contendrá seres inteligentes y civilizaciones. Éste es el argumento base que soporta el trabajo de todos los científicos que buscan de forma activa señales de la existencia de civilizaciones extraterrestres.

La mayor parte de la comunidad científica está de acuerdo con el principio de mediocridad, ya que en todas las ocasiones en que hemos creído que nuestro caso era especial, hemos descubierto con dolor que estábamos equivocados. Parece por tanto una guía útil de seguir. ¿Pero son en verdad la Tierra y el Sistema Solar casos representativos?

UN LUGAR PARA LA VIDA

Un Sistema Solar de lo más normal

Por lo que la ciencia sabe hoy día, los mundos rocosos como los planetas o los satélites gigantes son un eslabón indispensable en la cadena de acontecimientos cósmicos que hacen posible la vida. Son lugares suficientemente extensos y estables donde los elementos químicos pueden interaccionar en concentraciones elevadas para que se produzcan reacciones químicas interesantes. Por eso, saber cuán comunes son estos mundos en el Universo está directamente relacionado con la posibilidad de vida en otros rincones del cosmos. Pero para poder realizar una estimación de algo desconocido con razonables posibilidades de éxito, hay que partir de los casos conocidos.

Lo que la ciencia conoce en la actualidad sobre el origen de nuestro Sistema Solar nos cuenta una historia que tiene tintes casi mitológicos: hace mucho, mucho tiempo, en un oscuro rincón de nuestra Galaxia existía una gigantesca bolsa de gas y polvo, una inmensa nube que era en realidad un fragmento de una nube mu-cho mayor, una Nebulosa con N mayúscula, tan grande que poseía la masa de varios cientos de miles de soles. Su temperatura era de unos 260 ºC bajo cero, sólo pocos grados por encima de la temperatura más baja posible. Estaba compuesta principalmente de hidrógeno y helio, y una minúscula cantidad de polvo y hollín. Pero su densidad era tan baja que en un centímetro cúbico apenas se encontraban 1000 partículas. Para nosotros, eso es prácticamente el vacío. En comparación, en el aire que respiramos a diario encontramos casi 27 trillones de moléculas por cm3.

Era una Nebulosa muy similar a la Gran Nebulosa de Orión, musa de tantos aficionados a la fotografía astronómica. Hay otras muchas similares en nuestra propia Galaxia, pero la gigantesca Nebulosa de la que hablamos ya no existe. Desapareció hace unos 5.000 millones de años, consumida por completo en el parto de varios miles de estrellas. Una de ellas fue nuestro Sol, formado de uno de los fragmentos menores de la Nebulosa, una de los 200.000 millones de estrellas de nuestra Galaxia. Aunque al principio de su nacimiento todas estas estrellas hermanas se encontraban cerca unas de otras, como ocurre hoy en día en el cercano cúmulo de las Pléyades, en la actualidad vagan a lo largo y ancho de la Galaxia debido a las fuerzas de marea galácticas que disgregaron el cúmulo por completo. Lamentablemente, hoy día resulta prácticamente imposible saber cuáles de todas las estrellas que vemos son hermanas de nuestro Sol.

Así pues, cuando miramos a la Gran Nebulosa de Orión o al cúmulo de las Pléyades, estamos viendo instantáneas de un proceso similar a la formación de nuestro Sistema Solar. ¿Pero cómo se pasó del panorama antes descrito, de ser un bello y frío fragmento de nebulosa, una bolsa de gas y polvo interestelar sumida en la oscuridad de la Galaxia, a ser una estrella brillante rodeada de planetas? La respuesta está en la gravedad, el gran motor de todo cambio en la historia del Universo. Si no fuera por la gravedad, estas gigantescas nubes interestelares seguirían siendo sólo nubes, que con el tiempo se disgregarían hasta que sólo quedara un gas que cubriera uniformemente la Galaxia, como le ocurre a una bocanada de humo de cigarrillo lanzada en una gran habitación. Sin embargo, la gravedad hizo que el fragmento de nebulosa se comenzara a colapsar sobre sí mismo gracias a su propio peso.

Una vez comienza la fase de colapso gravitatorio de uno de esos fragmentos de nebulosa, ya no hay vuelta atrás. Poco a poco, el fragmento en contracción se va haciendo esférico. En su parte central, más densa, la nube de gas y polvo comienza a girar, y debido a la ley de conservación del momento angular, cuanto más se encoge, mayor es la velocidad a la que gira, hasta que al final acaba dando lugar a un giro desbocado. A causa de la fuerza centrífuga, esta zona central de la nebulosa primordial acabó convirtiéndose en un disco aplanado en el cual se formarían posteriormente los planetas. Pero desde el exterior poco era lo que se veía. Los restos que quedaban envolviéndolo todo eran todavía lo bastante densos y opacos como para ocultar lo que ocurría en su interior. Tan sólo la emisión de calor en forma de radiación infrarroja conseguía escapar. Mientras, la gravedad continuaba su trabajo: el centro de la nube seguía contrayéndose, haciéndose más denso y aumentando su temperatura. Hasta que, cuando ésta alcanzó los diez millones de grados, se encendieron los fuegos de la fusión nuclear y emergió una estrella: el Sol. Su luz iluminó de repente el inmenso disco de gas y polvo que le rodeaba.

Los planetas del Sistema Solar comenzaron a formarse posteriormente a partir de este disco circumstelar, mediante un proceso de acreción gravitatoria. Las partículas de polvo de ese disco desempeñan un papel crucial: tienen más masa que las moléculas de gas y por tanto mayor fuerza de gravedad. Poco a poco se atraen gravitatoriamente entre sí. Cuando quedaban unidas, se había formado en su lugar una partícula más grande, de más masa (y por tanto con mayor gravedad), que atraía a otras más, con lo que se generaba un proceso en cadena que acabaría en la formación primero de cuerpos de pequeño tamaño, llamados planetesimales, y después, conforme estos planetesimales se agrupaban a su vez, en la formación de varias enormes bolas de masa, llamadas protoplanetas. Finalmente, los protoplanetas irían acretando hacia ellos el resto de la materia del disco. Con el tiempo, el disco quedó casi limpio, y prácticamente todo su material terminó en unos cuantos planetas que giraban alrededor del Sol. Pero éste no fue un proceso tranquilo, sino muy violento: cuando los primitivos planetas, todavía sumamente calientes y en formación, atraían tales «escombros» a la deriva por el Sistema Solar, éstos no se posaban tranquilamente en el suelo del planeta, sino que impactaban de manera explosiva. La propia Luna se originó como resultado del impacto de un cuerpo gigantesco con nuestra Tierra. De hecho, a la época en la que el Sistema Solar se acababa de configurar se la conoce también como el Gran Bombardeo. Terminó hace aproximadamente 3.800 millones de años, y la mayor parte de los cráteres que encontramos en los cuerpos del Sistema Solar provienen de aquella época.


Imagen artística de la formación de un sistema planetario. Observamos una estrella y sus planetas ya formados con el disco protoplanetario aún insinuado. © David A. Hardy/astroart.org/PPARC.

Hay otros mundos, pero están muy lejos

Hasta hace unos años, todo esto era una teoría, aunque muy bien fundada y con muchas pruebas que la avalaban: todos los planetas del Sistema Solar se encuentran en un mismo plano (prácticamente, las variaciones son de muy pocos grados) y giran alrededor del Sol en el mismo sentido (llamado directo), hechos imposibles de explicar si los planetas del Sistema Solar no se hubieran formado a la vez en un disco que giraba alrededor del Sol. Pero en la actualidad ha pasado de la teoría al campo de la observación, ya que hemos podido fotografiar otros sistemas planetarios en el momento de su formación. El telescopio espacial Hubble ha tomado imágenes detalladas de diversos sistemas estelares que están formándose, con un oscuro disco de polvo y gas que gira alrededor de una estrella recién nacida, verdaderas instantáneas de nuestro pasado más lejano. Buena parte de ellos han sido observados en la cercana e inmensa nebulosa de Orión, un auténtico criadero de estrellas. En algunos casos, los discos parecen tener espacios vacíos, justo lo que es de esperar si esas estrellas poseen planetas gigantes que han barrido de material su órbita: las huellas de otros mundos.


Imágenes tomadas por el Telescopio Espacial Hubble en la región de Orión que muestran discos de polvo alrededor de estrellas. Cortesía del Hubble Space Telescope-NASA/ESA.

Ante estos hechos, otro telescopio espacial que estudia principalmente la radiación infrarroja, el Spitzer, se ha dedicado también a observar detenidamente la nebulosa de Orión, y ha obtenido una imagen en el infrarrojo en la que se han descubierto casi ¡2.300 discos de formación planetaria! que giran alrededor de estrellas. A partir de estos datos, se estima que en torno al 70% de las estrellas en la nebulosa de Orión posee discos de formación planetaria, lo que nos muestra que el proceso que formó el Sistema Solar antes descrito es de lo más común.

Pero no sólo hemos observado sistemas planetarios en formación. En realidad, se ha visto también una enorme cantidad de planetas ya formados, girando en torno a otras estrellas. El primero de ellos se encontró en 1995, y supuso un auténtico bum, ya que por primera vez se tenían pruebas directas de que nuestro Sol no era la única estrella que tenía planetas. Hoy día, gracias a la mejora de la instrumentación astronómica, se han encontrado ya más de 200 planetas extrasolares, y esta cifra aumenta día a día. En su mayor parte, estos nuevos exoplanetas son planetas gigantes (en muchos casos, con tamaños mucho mayores que Júpiter), con períodos orbitales pequeños y órbitas excéntricas de corto período, muy cercanas a la estrella central, lo que parece indicar que son sistemas planetarios muy jóvenes. Pero esto no quiere decir que ésta sea la norma; sencillamente, se han encontrado tales planetas porque, dadas sus características, son los más llamativos y fáciles de encontrar. Además, muchos de ellos se han encontrado en sistemas estelares binarios. Toda una sorpresa, porque durante un tiempo se pensó que los sistemas estelares formados por dos o más estrellas no podían contar con planetas, pues todo el material se habría consumido en la formación de esas estrellas. Este descubrimiento de repente amplía el rango de estrellas que pueden tener planetas.

15,09 ₼
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9788437084886
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