En pos de la humanidad

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—Sí tienes razón —contesta Tau.

Alas 16h de la Tierra aparece puntual el robot con dos asientos adosados para llevarlos a la sastrería espacial, Sharon y Tau ya saben cómo tienen que ir preparados. El robot les manda.

—Sentaos. —Por el camino Sharon le comenta a Tau.

—Estoy emocionada, la aventura de hoy es fascinante.

—Sí —le contesta él—, pero no es un juego, tendremos que prestar mucha atención. —Pensando en la aventura casi no se dan cuenta y como la vez anterior se encuentran en la gran sala de la sastrería.

—Hoy vienen pronto a recibirnos —advierte Sharon al ver acercarse a Argus y Anker.

—Pero les acompaña alguien más —observa Tau.

—Bienvenidos —les saluda Argus— os presento a Homer el ingeniero de la mina. —Homer les saluda atentamente.

—Estoy contento de conoceros. Después de lo que os tiene que instruir Argus yo os explicaré algunos detalles de la mina que necesitáis saber.

—Gracias Homer —contesta Tau en nombre de los dos. Toma la palabra Argus.

—Hoy voy a daros unas instrucciones muy importantes. Como sabéis los robots pueden ser imprevisibles y que a estas poderosas e indestructibles máquinas se les ha dotado de dos «talones de Aquiles». En el antebrazo llevareis dos botones, uno rojo, al pulsarlo se inmovilizara el robot y otro verde que es para ponerlo en marcha. A estos dispositivos los llamamos Aquiles. A la entrada de la mina hay un gran Aquiles de emergencia. Anker os vestirá los trajes y os instalará los equipos y los Aquiles. —Ahora toma la palabra Homer.

—Hay tres robots trabajando en la mina, han sido meticulosamente programados para hacer específicamente su trabajo hemos limitado el campo de decisión de su inteligencia por seguridad, además hemos introducido en el programa el espectrograma del silicio, solo rompen donde hay silicio de forma notoria, no es nada probable que tengáis que recurrir al Aquiles.

—Gracias Homer nos das un gran alivio —dice Sharon. Homer sonríe y continúa.

—La mina es ya una gran excavación subterránea, adosada a ella está la fábrica de procesado del material de la mina totalmente automática hasta el almacenamiento de los productos obtenidos oxígeno, silicio y aluminio. También se encuentran en la corteza lunar gases como el nitrógeno, el hidrogeno y el helio en pequeñas cantidades, pero el gran volumen de material desmenuzado lo hace suficiente para formar una atmósfera en la cavidad hermética que forma la mina donde queda en suspenso una enorme cantidad de polvo que ensuciará vuestras viseras mermando visibilidad.

—Esto sí que es un problema —interviene Tau—, un lugar desconocido para nosotros y sin visibilidad.

—No es tal problema —le aclara Homer—, la mina está fuertemente iluminada porque tenemos cámaras instaladas para observar toda la mina y este polvo no se adhiere prácticamente moviendo un poca la cabeza el polvo cae —termina Homer—. ¿Alguna pregunta?

—De momento no —responden Tau y Sharon. Argus llama a Anker que acude al momento.

—Vísteles los trajes —le ordena. Mientras Anker prepara los trajes.

—Tau —le dice ella con voz muy queda—. Anker no ha dicho palabra ni nos ha saludado, solo lo vi una vez pero lo encuentro cambiado.

—Sí, Sharon yo también lo he notado —contesta él. Una vez vestidos se sientan y Anker les anuda en el antebrazo un gran pañuelo gris.

—Es para limpiar las viseras —comenta—. Ahora os traerán los cascos, vienen del laboratorio secreto del doctor Fermión —añade Anker con voz seca y temblorosa. Sharon y Tau se dirigen a Anker.

—Gracias por todo Anker. —Él se retira sin mirarles.

—¿Qué le pasara? —le pregunta Tau a Sharon.

—Pues no lo sé —contesta ella. Minutos después llegan los cascos con Argus.

—Bueno ya tenemos el equipo completo —les informa Argus—, un vehículo lunar os vendrá a buscar, una vez fuera del edificio os hará bajar del vehículo y haréis el trayecto hasta la mina que es de 2,3 kilómetros. A pie para que os ejercitéis, el vehículo os escoltará en todo momento.

—El vehículo ¿y alguien más? —pregunta Sharon.

—Solo el vehículo y todo el equipo que estamos aquí —responde Argus—, que no os perderemos de vista, en vuestros cascos hay cámaras que nos permiten ver todo lo que vosotros veáis.

—Vale —contesta Sharon semiconvencida.

Ven llegar el vehículo lunar, como siempre sin conductor es teledirigido llega junto a ellos baja la rampa y ordena.

—Subid a bordo y sentaos. —El robot circula por varios pasillos hasta que llega a la puerta de la precámara de salida.

—Bueno ya hemos llegado —anuncia Sharon.

—No, todavía no —la desmiente Tau—, entraremos en la precámara, se cerrará esta puerta y luego sí tendremos en frente la puerta de salida.

—¡Oh! Cuánto sabes —se cachondea ella dándole a entender que todo lo que le ha contado es obvio.

Él prefiere no contestar.

Una vez fuera del edificio el vehículo se para, abre su rampa y la voz del automático les conmina.

—Apeaos, debéis dirigiros al destello blanco que se ve al fondo. —Y el vehículo cierra la rampa. Tau le sugiere.

—Venga vamos a caminar. —Ella ha empezado con miedo porque el terreno es muy irregular, lleno de obstáculos, pero se da cuenta de que puede dar grandes saltos y sortearlos fácilmente, ahora se divierte avanzando a saltos cada vez más altos.

—¡Sharon! —le grita Tau asustado—, no hagas tonterías, que no conoces el terreno y puedes aterrizar donde no debes.

—No te preocupes, Tau, esto es muy divertido, me siento grande. —Al rato oye la voz de él.

—Párate ya y mira hacia atrás. —Sharon obedece, en el paisaje resalta el inmenso edificio de donde vienen y la iluminación de sus ventanas.

—¡Oh! Tau es fantástico —exclama ella embelesada. Están quietos y contemplativos, hasta que el automático del vehículo les ordena.

—Seguid. —Obedecen el camino hasta la mina resulta maravilloso por la vista del fantástico firmamento.

—¡Oh! Tau esto es fantástico cada vez que doy un salto parece que vaya a zambullirme en este mar de estrellas, se ve tan denso. —Al rato ella oye la voz de Tau.

—Ya hemos llegado a la luz centelleante —dice emocionado, el camino se les ha hecho corto y ahora sienten la emoción de lo desconocido, y aquí está la puerta de la mina, por el comunicador Homer les indica.

—Pulsad tres veces el botón verde de la derecha. —Tau lo acciona.

—Mira Tau la puerta ya se abre —observa ella. En efecto la pesada puerta se abre dejando ver un interior sombríamente iluminado.

Tau avanza hacia el interior, Sharon lo alcanza y lo coge de la mano. Han avanzado unos pocos metros y él exclama.

—Mira este botón grande y rojo debe de ser el Aquiles.

—En efecto —le confirma la voz de Homer por el comunicador.

—Fíjate Tau esta caverna se amplía a medida que vamos avanzando pero no veo a nadie —comenta ella.

—Esto es muy grande estarán más adentro —especula Tau.

—Claro si están excavando estarán al fondo de la mina comiendo la pared —razona Sharon. Siguen avanzando, la galería gira a la izquierda, una vez hacen el giro se sorprenden de la gran cavidad bien iluminada, ven al fondo tres figuras humanoides que se mueven frenéticamente. A Sharon se le ocurre de forma automática.

—Dije en broma que estábamos dejando la Luna hueca, ahora lo digo en serio.

Por el comunicador oyen una voz.

—Hola soy Homer, estáis viendo a tres robots que arrancan el material también veréis unas vagonetas sobre unos railes donde lo cargan.

—Sí lo veo —dice Tau—, uno de los robots está empujando una vagoneta llena no pero veo adónde va.

—Al fondo del camino de los carriles hay un portón que da entrada al departamento de gestión del material extraído. Allí descargan el material y regresan a la mina. —Sharon comenta.

—Sí ya veo regresar al robot, pero ya avanza otro con la carretilla llena.

—Sí —contesta Homer—, hay tres carriles y una carretilla por robot.

—Vamos a acercarnos para verlo mejor —propone Sharon.

—Homer, ya vemos la puerta de la fábrica.

—Mira Tau, llevan una azada de mango corto en una mano y una pala en la otra.

—Sí, Sharon trabajan a un ritmo frenético cargan las carretillas rápidamente.

—Pero si no se rompen, no se cansan y no se les acaba el combustible, lo que digo, se comerán la Luna —razona Sharon. Homer, que la escucha le explica.

—Sí pero, cuando el robot llega con la carretilla a la puerta y esta no se le abre, al robot se le activa un Aquiles y se desconecta.

La curiosidad hace que Sharon y Tau se acerquen a los robots imprudentemente, el polvo que flota en el ambiente les empaña las viseras.

—Suerte que llevamos los pañuelos que nos ha dado Anker —se alegra Tau. De pronto Sharon exclama asustada.

—Mira Tau un robot se ha parado y nos está mirando.

—No pasa nada mira ya está trabajando —contesta el con voz tranquilizadora. Al momento los otros dos robots se paran a mirarlos pero siguen trabajando.

—Por los comunicadores oyen la voz de Argus que les aconseja.

—Retroceded y no perdáis de vista a los robots. —A Sharon y a Tau el pulso se les altera, obedecen, y van andando hacia atrás despacio. Los robots han parado de trabajar y están inmóviles mirándoles parece que los estén analizando.

Sharon despliega el pañuelo gris para limpiar la visera y al momento los tres robots se ponen en movimiento.

Sharon exclama.

—¡Mira vienen hacia nosotros! —Por los comunicadores oyen la voz de Homer que les grita.

 

—¡Pulsad el Aquiles! —Tau pulsa su botón rojo y exclama.

—¡No se paran! —grita—. ¡Pulsa el tuyo Sharon, el Aquiles, el botón rojo!

—¡Lo estoy haciendo Tau! Pero no se paran —grita ella sollozando mientras pulsa el botón frenéticamente. Por los comunicadores oyen las angustiadas voces de Homer y de Argus.

—¡Corred! ¡Corred!

—¡Dame la mano y corre! —le grita Tau a Sharon—, hemos de llegar al Aquiles de la entrada.

—¡Nos alcanzan Tau! ¡Nos alcanzan! —solloza ella—. En efecto al correr alocadamente con los voluminosos trajes tropiezan constantemente, mientras que los robots avanzan de forma segura e inexorable con su paso pausado y amplio destrozando los obstáculos que se les oponen. A Tau se le ocurre una idea descabellada. Mientras corren a toda prisa.

—Sharon te voy a desatar el pañuelo del brazo.

—¿Para qué? —pregunta ella por inercia sin entender. Tau desata cómo puede el pañuelo del brazo de ella sin dejar de correr y lo tira hacia atrás

—¡Mira Sharon! se han parado con el pañuelo y lo están destrozando los robots están golpeando el pañuelo con sus azadas.

Ahora Sharon sí que lo entiende. Uno de ellos levanta la cabeza a mirarlos e inicia el avance hacia ellos.

—Tau —dice Sharon llorando—, uno viene hacia nosotros. —Tau le grita a ella mientras siguen corriendo.

—¡Desata el pañuelo de mi brazo! Ella obedece pero le cuesta porque está temblando y los gruesos guantes se lo impiden.

—¡No puedo! ¡No puedo! —grita sollozando.

—¡Sharon tienes que poder! —le exige él. Al final aportando todo su ingenio y voluntad lo consigue y tira el pañuelo. Hacer esto les frena la carrera.

El robot se para a destrozarlo pero el pañuelo es poco para él y no tarda nada en volver a perseguirlos.

—¡Sharon corre nos está alcanzando! —grita Tau. Mientras por los comunicadores oyen las desesperadas voces de Argus y de Homer que les gritan.

—¡Corred! ¡Corred! ¡Corred!

—¡Mira Tau los otros dos ya vuelven a perseguirnos! —En efecto, han terminado de destrozar el pañuelo y vuelven a por ellos—. ¡Los tenemos encima! —grita ella con un gran sollozo.

—Vamos. ¡Corre! ¡Corre! —le grita Tau estirándole de la mano, ella cae al suelo, está exhausta Tau desesperado calibra que no hay tiempo de ayudarla y el Aquiles de la entrada está a pocos metros y decide.

—¡Sharon voy hasta el Aquiles!

Sharon en el suelo boca arriba ve acercarse a los tres robots, solloza y chilla «¡Tau! ¡Tau!», mientras ve cómo se le abalanzan los robots. Por el comunicador oye las voces desesperadas de Argus y de Homer que ven por la pantalla acercarse los robots.

—¡No! ¡No! ¡No! —Tau corre con todas sus fuerzas sin mirar atrás, solo ve que allí está el Aquiles lo alcanza y lo pulsa con rabia. Luego se gira lentamente temiendo lo peor y ve los robots parados, justo a tiempo están muy cerca de ella un gran suspiro se le escapa del pecho y ahora sí, las lágrimas brotan de sus ojos por los comunicadores también se oyen suspiros.

Con andar inseguro va hacia ella repitiendo mecánicamente: «Sharon, Sharon, Sharon…». La levanta del suelo, se miran y consiguen sonreír, ella con voz balbuceante solo consigue pronunciar.

— Tau es horrible me pica la nariz.

Por los comunicadores se oyen unas risitas muy nerviosas.

Cogidos de la mano se encaminan a la puerta. Sharon repite.

—Vámonos, vámonos.

La pesada puerta se abre y allá está el vehículo lunar con la rampa abierta el automático les manda.

—Subid a bordo. —Obedecen y se sientan mientras el vehículo se dirige al edificio.

—El corazón me salta en el pecho —solloza Sharon.

—A mí también —le contesta él—, no sé qué ha podido ocurrir todo es muy raro.

El trayecto se hace en silencio, ni ellos ni desde la base comentan nada.

El vehículo lunar entra en la sastrería y se para. Tau anuncia.

—Parece que ya hemos llegado Sharon, levanta que nos apeamos. —La ayuda a levantarse—. El vehículo lunar abre la rampa.

—Mira Tau el doctor Fermión. —En efecto al pie de la rampa está el doctor, con un semblante muy serio y con dos de sus ayudantes. En cuanto se han apeado les pregunta con voz que tiene un toque de emoción.

—¿Cómo estáis?

—Nos sentimos algo extraviados —contesta Tau.

—Si solo es esto pronto os recuperareis —les desea Fermión—, ahora sentaos. —Y les indica un lugar. Acto seguido ordena a sus ayudantes.

—Quitadles el casco, los Aquiles y llevadlos al laboratorio. —Luego ordena a Argus y a Anker—. Despojadles de los trajes.

Al acercarse a ellos, Argus muy emocionado y con voz muy alterada les dice.

—Lo siento, lo siento no sé qué ha podido ocurrir. —Ellos no le dicen nada porque no saben qué decir.

—Tau, mira a Anker —habla Sharon con voz queda.

—Sí, está como un zombi, como un autómata de primera generación. —En efecto Anker tiene los ojos como platos y hasta parece que reprime convulsiones.

Una vez se han librado de los trajes se rascan con ganas la nariz, las orejas, la cabeza y la cara.

Cuando ya están vestidos con sus quimonos, el doctor Fermión se les acerca.

—Lo siento —les dice—, ha ocurrido algo que no tenía que haber ocurrido, es inexplicable, pero lo investigaremos a fondo y seguro que encontraremos respuestas lógicas. Ahora dos de mis ayudantes os llevarán a la habitación.

—Gracias doctor —responde Tau—, pero ya nos estamos recuperando. Haremos un informe estudiando el comportamiento de los robots.

—De esto ya hablaremos —le contesta Fermión con un tono muy protector—. Ahora descansad.

Pocos instantes después llega un vehículo descubierto con los dos ayudantes prometidos por el doctor. Ya van a subir al vehículo, cuando Sharon instintivamente mira a los dos ayudantes y exclama.

—¡Ah! Mira Tau. —Él los ve y también se le abren los ojos de la sorpresa.

—Son ellos —exclama Sharon con voz de sorpresa.

—Sí —contesta él—, son Alena y Ovidio.

—Hola Ovidio, hola Alena —balbucea Sharon. Presume que se van a esfumar sus sueños de venganza.

—Hola —les saluda Tau—, estábamos preocupados por vosotros.

—¡A nosotros sí que nos habéis hecho sufrir! —contesta Alena con énfasis.

—Yo casi lloro —confiesa Ovidio.

—Y vosotros ¿qué hacéis aquí? —les pregunta Tau.

—Somos ayudantes del doctor Fermión que nos dio unos días de vacaciones.

—¿Los cinco? —pregunta Sharon.

—Los cinco —responde Alena.

—No lo sabíamos —contesta Tau.

—No nos lo preguntasteis —le contesta Ovidio.

—Ahora os acompañamos a la habitación y os traerán una cena especial.

—Especial ¿por qué? —pregunta Sharon.

—Para celebrar que estáis vivos —contesta Alena jocosamente. Ella y Ovidio ríen el chiste, Sharon y Tau ¡no!

—¿Nos volveremos a ver? —les pregunta Sharon.

—Si Fermión nos da algún día libre seguro que sí. —Se despiden cariñosamente.

En la mesa una gran cena, en ellos con tantas emociones poco apetito pero en el sexto milenio sigue vigente. En comer y en rascar todo es empezar.

—Todo parece muy bueno ¿eh? Sharon.

—Bueno voy a probar un poquito —le contesta ella.

Y acaban cenando opíparamente después reposan felices la cena. Al rato, ella decide.

—Yo me voy a la cama, todavía tiemblo.

—Y yo también —contesta él—, estoy cansado. —Una hora después Sharon tiene una pesadilla.

—¡Tau! ¡Tau! Abrázame muy fuerte tengo miedo de que me pase algo. —Tau le habla muy pausado.

—Cariño si te abrazo muy fuerte… ¡Seguro!, que te va a pasar algo.

—¡Tonto! ¡Tonto! Y tonto —exclama Sharon riendo con una risa nerviosa debido a la tensión que ha sufrido pero ya más tranquila, está feliz.

Se despiertan tarde, emergen de una noche caótica en que han tenido ratos de todo por culpa de sus tensiones emocionales.

—Tau —advierte Sharon—, no nos hemos despertado para ir al gimnasio y tengo hambre.

—Se me ocurre —sugiere él— usar los anillos que nos dio el robot. En efecto minutos después aparece el robot con el desayuno.

—Ves Sharon esto funciona. Oyen la voz metálica del robot.

—Estáis exentos de cualquier actividad.

A las 12h mediodía en la Tierra ella propone.

—Oye Tau vamos a la playa. —Pero al momento suena el zumbido del comunicador, es el doctor Fermión.

—¿Os importa que os haga una visita a vuestra habitación?

—Claro que no —contesta Tau.

—En unos minutos estoy con vosotros.

Tau y Sharon se extrañan, se sientan y esperan. Llaman a la puerta es Fermión.

—Quiero hablaros del suceso de ayer, porque tenéis derecho a saberlo, creo que fuimos víctimas de un sabotaje muy bien organizado, vamos a investigar a fondo toda la trama que pueda existir y a sus responsables, os informaré cuando esté resuelto.

A Sharon y a Tau se les quitan las ganas de playa.

* * * * *

LA TRAMA

Sexto milenio. El mundo está muy industrializado pero hemos aprendido mucho en la protección del medio ambiente, el clima y la biosfera todas las empresas, gracias a la evolución de las comunicaciones y de los medios de transporte los complejos industriales están ubicados en zonas incapaces de cualquier desarrollo biológico, como los desiertos.

Tito, el gerente de la empresa MPS (Materiales de protección para la industria espacial) está absorto mirando por los grandes ventanales de su despacho el paisaje del desierto y las múltiples edificaciones, inmerso en sus pensamientos de expansión y gloria.

Pulsa dos botones de su mesa y aparecen sus dos ayudantes, Marco y Caio.

—Sentaos os he llamado para hablaros del porvenir de esta empresa. ¿Algo que sugerir? —Toma la palabra Marco.

—Prácticamente nuestra producción esta absorbida por nuestro mejor cliente, la empresa EPS (Equipos de protección espaciales).

—Que a su vez —sigue Caio— nos informa para investigar las características que necesita el material para ser eficaz.

—Desde luego —afirma Tito—. ¿Qué os parecería si además de los materiales también fabricáramos los trajes espaciales y los productos de protección?

—Entraríamos en conflicto, y competencia con nuestro mejor cliente, la empresa EPC que tiene mucha influencia en la «zona cero» de investigación espacial habla Marco.

—Sabéis —explica Tito— que en nuestra empresa existe un sector secreto donde estamos fabricando trajes espaciales espiando las experiencias de EPS. Ha llegado el momento de que por cualquier medio hemos de conseguir influencia en la zona cero. —Toma la palabra Marco.

—Los que deciden la calidad de los trajes espaciales, que se ensayan en la luna porque es el lugar con las condiciones más hostiles para el ser humano, debido a su falta de presión y la gran oscilación de temperaturas, son los especialistas Argus y Anker al mando directo del doctor Fermión.

—Sabemos que el doctor Fermión —aclara Tito— siempre acata las decisiones de sus especialistas.

—Argus el jefe del departamento, está muy conforme con los productos y calidades de EPS —afirma Marco.

—Pero Anker —sugiere Tito— puede ser más tratable. ¿Sabéis que el personal que trabaja en la Luna cada seis meses está obligado a descansar un mes en la Tierra? Para recuperarse de la gravedad. Averiguad cuándo le toca a Anker y tendremos treinta días para crear con él una productiva amistad. —Dos días después Marco averigua.

—Anker llega a la Tierra el 10 de diciembre, deberá regresar a la Luna el 10 de enero.

—Pues a trabajar —les conmina Tito—, así que llegue hemos de contactar con él.

Anker llega a su bonito apartamento del centro de su ciudad, tiene unas ganas locas de divertirse. Con sus treinta y ocho años no convive con nadie le gustan las cosas buenas y los buenos ambientes.

Son las cuatro de la tarde se ducha, descansa del viaje y se va al club más cercano que conoce y donde le conocen.

—Hola Anker. ¿Ya estas por aquí? —le pregunta el encargado del club.

—Sí —le contesta él—, disfrutareis de mí durante treinta días.

—¡Qué bien! —contesta Aelia una guapa chica a la que también le gustan las cosas buenas si alguien hace el sufragio, emergiendo de un rincón del club.

 

—¡Hola Aelia! —dice Anker con alegría, los dos se abrazan y se lían a conversar animadamente.

—Y si nos vamos a cenar a algún sitio y luego a un bonito hotel —propone Aelia.

—Comemos algo aquí en el club y luego vamos a mi apartamento —le contraoferta Anker—, es que en estos momentos estoy un poco seco, ya sabes.

—Claro que sí —contesta Aelia. En aquel momento entran en el club un grupo de dos chicas y tres chicos. Aelia da un respingo—. ¡Ay! Qué cabeza la mía… no me acordaba de que había quedado hoy con mis amigas y no puedo hacerles un feo, perdona Anker mañana nos vemos. —Anker le contesta con voz de frustración.

—Pues, adiós.

Está rabioso ha despilfarrado tontamente sus créditos y ahora tiene problemas. Cerca de él hay un hombre… Que le habla

—Las SI mujeres son incompatibles con los NO créditos. ¿No? —Y se ríe. Anker lo mira con rabia—. No te sulfures —le dice Marco, este es su nombre—, ¿en qué trabajas? —Anker le contesta porque quizá necesite hablar con alguien.

—Soy el segundo jefe del laboratorio de ensayos de equipos de protección espaciales en la Luna.

—El primer jefe se llama Argus —dice Marco.

—¿Cómo lo sabes? —se sorprende Anker.

—Pues muy simple —contesta Marco—, porque me he metido en esto, hago entrevistas a los colonos espaciales que regresan a la Tierra sobre qué opinan de sus protecciones y hago unos informes que me los pagan muy bien.

—¿Qué empresa es? —pregunta Anker muy interesado.

—Es la MPS —le informa Marco.

—Yo la conozco —contesta Anker.

—Ellos estarían encantados de conocerte a ti, yo te los puedo presentar —se ofrece Marco.

—De acuerdo —contesta Anker entusiasmado. ¿Cuándo vamos?

—Casualmente mañana por la mañana tengo que entregar unos informes. ¿Quieres acompañarme? —le propone Marco.

—Sí. ¿A qué hora? —pregunta Anker.

—A las nueve de la mañana aquí en el club, pediremos un transporter para ir a la fábrica.

Hasta mañana a las nueve se despiden. Marco a solas habla por su comunicador

—Tito, soy Marco, esto está hecho, mañana te lo traigo.

Las 8,50 h de la mañana, Anker espera impaciente la llegada de Marco. Este llega puntual a las 9h.

—Hola Anker —le saluda Marco, coge su comunicador—, voy a pedir un transporter. —Unos minutos después ya están camino de la fábrica

—Oye Marco, y tú ¿cómo te metiste en este tema? —le pregunta Anker.

—Por casualidad —le responde Marco—, me encontré con Caio un amigo de mis años juveniles que ahora es ayudante de Tito el gerente de la empresa y me recomendó.

—Fuiste afortunado —comenta Anker.

—Pues sí —contesta Marco—, desde entonces todo me va muy bien. Ya se divisa la enorme fábrica Marco le indica—. Mira Anker ya estamos llegando. —Anker queda impresionado del enorme complejo industrial.

Momentos más tarde ya están ante la puerta del despacho de Tito. Marco golpea la puerta y pregunta:

—¿Se puede pasar?

—Adelante —se oye una voz. Marco abre la puerta y entran al gran despacho, a Anker le impresiona, detrás de una gran mesa esta Tito, que les recibe efusivamente—. Pasad, pasad y sentaos. —Les muestra dos sillones frente a la mesa. Marco lleva un dosier.

—Toma Tito los informes que me pediste.

—¡Oh! Gracias Marco, ordenaré a caja que te transfieran lo convenido. En 5000 créditos quedamos. ¿Verdad?

—Sí —asiente Marco. Anker alucina 5000 créditos son muchos créditos. Marco continúa—. Me he tomado la libertad de traerte a un amigo mío, es Anker, segundo jefe del laboratorio lunar donde ensayan los elementos de seguridad espacial. —Tito eufórico se levanta a saludarle y le comenta.

—Anker te agradecería mucho un informe sobre los puntos importantes que analizáis en los trajes espaciales, este informe sería muy importante para mí. —Tito se despide disculpándose—, lo siento me reclaman, hasta pronto Anker, te dejo con Marco para que te enseñe la fábrica.

Ya fuera del despacho Marco le habla a Anker.

—Por este informe Tito te pagará el doble que a mí.

—¿Estás seguro? —pregunta Anker.

—Completamente —asevera Marco. Aprovechando que Anker está contento y confuso Marco continúa—. Creo que Tito quiere que su empresa la MPS Fabrique también trajes y elementos de seguridad espacial.

—No lo sabía —se sorprende Anker.

—¡Oh! Perdona es un secreto si se entera Tito me despide —se exalta Marco.

—No te preocupes —le anima Anker.

—Pero —continúa Marco— con Argus al frente de laboratorio no creo que lo consiga, Argus está muy contento y satisfecho con la EPS. Si nosotros consiguiéramos que el sueño de Tito fuera realidad… Nuestros ingresos serían enormes. —Anker se queda pensativo y al cabo de un rato contesta.

—Lo único que se me ocurre es que yo ocupe el lugar de Argus.

—Y esto ¿cómo crees que se podría conseguir? —le pregunta Marco.

—Se podría conseguir si Argus tuviera un gran fracaso con el control de seguridad de alguna acción, pero es difícil, Argus es muy bueno.

—Pero tú… Anker quizá podrías conseguir que ocurriera —sugiere Marco—, piénsalo y de lo que se te ocurra haz un informe para Tito ten en cuenta que el tema es de tal envergadura que si se tiene que sacrificar algo o a alguien, no importa.

A Anker le cogen escalofríos pero a la vista de las ganancias asiente. Marco le recuerda:

—Dentro de dos días a las nueve de la mañana nos vemos en el club, trae el informe. —Anker regresa a la ciudad.

Dos días después a las nueve de la mañana Anker está desayunando en el club. Y a las nueve en punto aparece Marco, se sienta con él y le pregunta.

—¿Traes el informe?

—Sí —contesta Anker—, aunque algunos aspectos creo que no tienen solución.

—Ya veremos —contesta Marco. En aquel momento llega el encargado del club.

—¿Quieres tomar algo? —le pregunta a Marco.

—Un té con limón —responde él. Una vez han terminado las consumiciones Marco pide un transporter y se dirigen a la fábrica. Por el camino Marcos le pregunta a Anker—. ¿Qué te pasa? No dices nada.

—Es que no lo veo claro —contesta Anker—, porque la posible solución es… Horrible. —Marco le anima.

—Tranquilízate Anker en las grandes empresas sea lo que sea nada es horrible. —Llegan a la fábrica y van directamente al despacho de Tito que les está esperando.

—¿Y bien? —les pregunta Tito—. ¿Me presentáis un informe sobre el tema?

—Sí aquí está el informe —le contesta Anker— pero puedo explicártelo con pocas palabras. Un fallo imperdonable de seguridad que sin duda le costaría el puesto a Argus sería que algún visitante de la mina sucumbiera por cualquier causa. Lo más peligroso son los robots pero tienen en su programa el espectrograma del silicio y solo atacan al silicio y a cualquier material adherido a él, por otro lado que ataquen algo que no tenga silicio es imposible y en caso de que atacaran a los visitantes estos disponen del infalible Aquiles que los pararía.

—Déjame estudiar con reposo todo lo que me has contado y en una semana nos volvemos a ver —dispone Tito—. A propósito pasa por caja para que te ingresen en tu implante 10 000 créditos. —Anker pone cara de contento y consigue decir.

—Gracias Tito.

Tito sabe ya que lo tiene en sus manos para lo que sea.

Siete días después Marco llama a Anker por el comunicador, son las ocho de la mañana y Anker hace poco que se ha retirado a dormir, ha pasado la semana de bien a mejor, trasnochando y aprovechándose de todo lo bueno valga los créditos que valga, está feliz. Anker se pone al teléfono y oye la voz de Marco.

—A las nueve de la mañana te espero en tu club, no te retrases. —Tito los está esperando con impaciencia.

A la que Anker entra en el despacho Tito lo aborda.

—¿Podría un rayo láser inutilizar los Aquiles? —pregunta con ansiedad.

—Sí —responde Anker—, por esto se verifican en el último momento.

—Tú deberías encargarte de la última verificación —le conmina Tito.

—Argus confía mucho en mí —contesta Anker— desde luego podría hacerlo.

—Te fabricaremos un pequeño pero potente láser —le promete Tito y le pregunta a Anker—. ¿Qué motivo lógico podrías aducir para atarles un gran pañuelo en el antebrazo?

—Es fácil —contesta Anker— en la mina se genera mucho polvo y hay que limpiarse la visera. —Tito sonríe feliz y expresa contento.