Kitabı oxu: «El lenguaje que los órganos hablan»
Diálogos psicosomatológicos con André Green y Donald Meltzer

Chiozza, Luis
El lenguaje que los órganos hablan : diálogos psicosomatológicos con André Green y Donald Meltzer / Luis Chiozza. – 1a ed . – Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Libros del Zorzal, 2019.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-599-587-1
1. Enfermedades Psicosomáticas. 2. Medicina Psicosomática. I. Título.
CDD 616.08
Diseño de tapa: Silvana Chiozza
© Libros del Zorzal, 2019
Buenos Aires, Argentina
Printed in Argentina
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A la memoria de mis maestros y amigos en la Asociación Psicoanalítica Argentina, y a los colegas con los cuales dialogué durante muchos años.
Prólogo y epílogo
Siempre pensé que los libros son el producto de una historia. El contenido de las páginas que siguen nació muchos años atrás, cuando Carlo Brutti y Francesco Scotti dirigían una muy prestigiosa revista (Quaderni di Psicoterapia Infantile) editada en Italia por Borla. Ellos también organizaban en Perugia, con frecuencia, seminarios (cuyo contenido publicaban luego en su revista) dictados por psicoanalistas o por profesionales de otras disciplinas que muchas veces residían en otros países. Esa actividad, especialmente patrocinada por el Gruppo di Ricerca Psicosomatica di Perugia (liderado por Carlo y Rita Brutti), se fue decantando para reducirse, poco a poco, al predominio de tres disertantes que fuimos persistentes: Donald Meltzer, miembro insigne de la Sociedad Psicoanalítica Británica, Raimon Panikkar, el conocido filósofo de ancestros hindúes, dedicado al estudio comparativo de las religiones, que vivía en España, y yo, que no acumulaba en mi haber logros semejantes.
En los comienzos de la década de 1980, los directores de la revista sugirieron a la editorial Borla que nos invitara a los tres, conjuntamente, para sostener un intercambio de ideas acerca de la mentira, que luego sería publicado. Mientras tanto, en 1982, Donald Meltzer realizó, en Perugia, un seminario titulado “Implicazioni psicosomatiche nel pensiero di Bion” (publicado en el número 7 de Quaderni…). Su lectura me condujo a escribir, en 1985, un trabajo, “La capacidad simbólica de los trastornos somáticos. Reflexiones sobre el pensamiento de Wilfred R. Bion” (que se publicó en la Revista de Psicoanálisis, t. xlv, núm. 5, Asociación Psicoanalítica Argentina, Buenos Aires, 1988, y en mis Obras completas), cuya traducción inglesa, sintiéndome acorde con lo que me habían sugerido Carlo y Rita Brutti, le envié a Meltzer.
Dado que el interés que predominaba en algunos de los que integraban el comité científico de Quaderni giraba, cada vez más, en torno de los problemas que planteaba la relación entre el cuerpo y la mente, y que Meltzer nunca manifestó su opinión acerca de mis reflexiones, el Gruppo di Ricerca Psicosomatica transfirió su entusiasmo por organizar el seminario sobre la mentira hacia otro titulado “Organsprache. Rivisitazione attuale del concetto freudiano”. En lugar de convocar a Raimon Panikkar, decidieron, entonces, invitar a André Green, mientras que Meltzer, aunque en un principio aceptó participar, finalmente declinó la invitación. Pienso, por eso, que el diálogo imaginario que tuve con él y que hoy reproduzco, a diferencia del otro, explícito, que tuvimos con Green, nunca fue recíproco.
Conviene destacar que, si bien la palabra “diálogo”, por su origen (tal como lo evidencia el significado del término “diálisis”, y el excelente libro Sobre el diálogo, que sobre este asunto ha escrito David Bohm), alude al esclarecimiento que se obtiene “pasando a través” de las obscuridades del discurso, también es cierto que el uso consuetudinario de los hablantes le ha impuesto el sentido de un intercambio bilateral. A pesar de que inevitablemente, entonces, el subtítulo que lleva este volumen remitirá, en primer lugar, a la idea habitual de una conversación “entre dos” sostenida con Green y con Meltzer, es importante subrayar que intenta referirse, sobre todo, al significado original del vocablo “diálogo”, que consiste en procurar que los pensamientos intercambiados nos ayuden, poco a poco, a comprender mejor el asunto sobre el que dialogamos.
Los días 28 y 29 de julio de 1989, precediendo y como homenaje al XXXVI Congreso Internacional de Psicoanálisis que tuvo lugar en Roma, se realizó por fin, en esa misma ciudad, en el Istituto Superiore di Sanità, con una introducción pronunciada por el entonces presidente de la Società Psicoanalitica Italiana, Giovanni Hautmann, el diálogo entre Green y yo, en el que participaron, desde el auditorio, numerosos colegas.
Han pasado muchos años desde entonces. El Gruppo di Ricerca Psicosomatica di Perugia, en cuyo desarrollo contribuí desde 1981 hasta 2014 con más de sesenta seminarios de una semana de duración, se transformó, a partir de 1995, en el Istituto di Terapia, Formazione e Ricerca in Psicosomatica-Psicoanalitica Arminda Aberastury, creando una escuela de especialización (reconocida por la entidad pertinente del Estado italiano) y basada en nuestro modo de concebir una psicosomatología a partir de lo que Freud establece como el segundo supuesto fundamental del psicoanálisis. También contribuyeron los siete encuentros italoargentinos que sostuvimos, alternativamente en Italia y Argentina, sobre el tema “El drama en el alma y la enfermedad en el cuerpo”.
Donald Meltzer, con quien me encontré personalmente una sola vez, en Nueva York, años antes de que él realizara el seminario en Perugia acerca de la cuestión psicosomática, y André Green, con quien conversé, varias veces, antes y después de nuestro encuentro en Roma, hace más de tres décadas, ya no viven. Pero el profundo interés despertado por la indagación psicoanalítica de las enfermedades que alteran tanto la forma como el funcionamiento del cuerpo ha continuado aumentando. Dado que el pensamiento de esos dos insignes psicoanalistas tiene plena vigencia en la comunidad psicoanalítica actual, proseguir, en estas páginas, dialogando con ellos no sólo se justifica, sino que además constituye, en cierto modo, un afectuoso y merecido homenaje a dos grandes maestros cuyos conceptos, que me obligaron a pensar una y otra vez lo que frente a sus ideas pensaba, nos inducen, siempre, a seguir pensando.
En este volumen, “revisitaremos”, entonces, lo esencial de nuestro encuentro con Green, en 1989 (cuyo texto completo puede encontrase en el núm. 23 de Quaderni y en el opúsculo publicado, en castellano, por Alianza Editorial). Pero también volveremos sobre las ideas vertidas por Meltzer en el seminario que, en 1981, tuvo lugar en Perugia (publicado en Quaderni…) y sobre las reflexiones que, sobre esas ideas, realicé en 1985 (publicadas en la Revista de Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica Argentina y en mis Obras completas) acerca de las “implicaciones psicosomáticas” del pensamiento de Bion.
Reparemos en que el psicoanálisis, que nació en lengua alemana (junto con un nuevo interés científico en la relación psicosomática), se extendió, en primer lugar, por Europa. Luis López Ballesteros, gracias a la intervención de Ortega y Gasset, tradujo precozmente al idioma castellano las Obras completas de Freud. James Strachey, luego, las tradujo al inglés. Además, el psicoanálisis no sólo cruzó el Atlántico con el viaje de Freud (con Carl Jung y Sándor Ferenczi), invitado por la Universidad de Clark, a la ciudad de Massachusetts. Sucedió también que la emigración de psicoanalistas valiosos, condicionada por la Segunda Guerra Mundial, determinó que se desarrollara en América, desde sus inicios en Estados Unidos y en la República Argentina, expresándose en las lenguas inglesa y castellana.
Muy pronto, el desarrollo de una “escuela” inglesa y otra francesa aportó contribuciones muy importantes realizadas por psicoanalistas insignes. De modo que podría decirse, en un cierto sentido, que el campo de la indagación psicoanalítica contemporánea llegó a quedar liderado por la labor de dos gigantes. Por un lado, Wilfred Bion, con su espléndido pensamiento abstracto, more geométrico (tal como lo contemplamos, por ejemplo, en sus teorizaciones acerca de la tabla, o en su postulación de una función alfa y una pantalla de elementos beta) que alcanza las representaciones de un “aparato” para pensar los pensamientos. Por el otro, Jacques Lacan, cuyas valiosas afirmaciones, more lingüístico, sobre un cuerpo del deseo que, como preferido referente “corporal” de la interpretación psicoanalítica, se desglosa del “cuerpo de la necesidad”, relegando a un segundo plano la investigación psicoanalítica de los fenómenos que se manifiestan casi exclusivamente, en la consciencia del paciente y de su psicoanalista, como una alteración “somática”. Encontramos esa posición en las palabras que Lacan pronuncia en la Conferencia de Ginebra sobre el síntoma: “¿Cuál es la suerte de goce que se encuentra en el psicosomático? Si evoqué una metáfora como la de congelado, es porque hay efectivamente esa especie de fijación”.
Es una actitud semejante a la que asume Green cuando, coincidiendo en ese punto con Pierre Marty, sostiene que algunas alteraciones en la estructura y el funcionamiento del cuerpo se producen como consecuencia de un “déficit simbólico”, y no constituyen, por lo tanto, la manifestación de un “lenguaje corporal”. Así resulta que hay enfermos que son “psicosomáticos” y otros que, por el contrario, no lo son.
Si en lo que se refiere a la cuestión psicosomática nos limitamos a contemplar el panorama general atendiendo únicamente a sus grandes lineamientos, es posible señalar que el psicoanálisis se expresa hoy de maneras muy distintas en los idiomas y en las tradiciones culturales de tres diferentes países.
Los desarrollos que se originaron en Estados Unidos y Francia, que son los más difundidos, coinciden en distinguir entre alteraciones somáticas que se constituyen como símbolos y otras que sólo quedan revestidas, de manera secundaria, por una significación añadida y, por lo tanto, inespecífica. Se trata, en lo esencial, de una posición que surge de establecer una diferencia entre neurosis actuales y psiconeurosis, cuyo paradigma se encuentra, por ejemplo, en “La perturbación psicógena de la visión según el psicoanálisis”, escrito por Freud en 1910.
Reiteremos que, a pesar de las coincidencias que mencionamos, la orientación “paramecánica” (como diría Gilbert Ryle, de acuerdo a lo que sostiene en El concepto de lo mental) del psicoanálisis en Estados Unidos es lo que motiva a una parte muy importante del psicoanálisis francés para diferenciarse propugnando el “retorno” a un Freud que, si tenemos en cuenta la evolución del pensamiento psicoanalítico latinoamericano desde sus orígenes, nunca fue abandonado.
Volviendo sobre la cuestión psicosomática, señalemos que, en la República Argentina, sobre todo a partir de Ángel Garma, cuya formación psicoanalítica se realizó en Berlín, y de Arnaldo Rascovky, la consideración de los trastornos somáticos como manifestaciones de un ejercicio simbólico alcanzó una convicción “intuitiva” similar a la que encontramos en la obra de Georg Groddeck, y que dio lugar a que se emprendieran numerosas investigaciones sobre distintas patologías somáticas.
Reparemos en que Victor von Weizsaecker, en Heildelberg, siguiendo lineamientos inequívocos de Freud (que culminan cuando, en 1938, rechaza enfáticamente la equiparación unilateral de lo inconsciente con lo somático), inicia, unas dos décadas antes, una contribución monumental (que se desarrolló en diez volúmenes en lengua alemana). Su obra otorga a la cuestión psicosomática una fundamentación epistemológica y científica, que se difundió muy poco en un mundo cuyo sesgo mecanicista funciona regido, de manera predominante, por el dualismo cartesiano.
Tales ideas, a pesar de su escasa difusión, influyeron, sin embargo, de manera muy fructífera, en algunas de las grandes figuras de la medicina académica española (como Pedro Laín Entralgo y Juan Rof Carballo) “por fuera” del psicoanálisis y dentro de una práctica que Freud rescataba, aunque la denominara “silvestre”.
Cabe subrayar ahora que, entre los dos “gigantes” del pensamiento psicoanalítico que mencionamos, el simpático Bion (a pesar de su “paramecánico” more geométrico) y el antipático Lacan (cuya aspereza queda ampliamente compensada por su fructífero “rescate” del more lingüístico), surge la figura de Weizsaecker, que sustenta la posición que en estos diálogos asumo, y que dio lugar a numerosas investigaciones sobre los significados inconscientes de distintas enfermedades.
Recién en 1938 Freud pudo expresar en forma categórica y enfática su rechazo del dualismo cartesiano. Se trata de un rechazo que, presente en la trayectoria entera de su obra, ya en 1915 (en “Lo inconsciente”) señala, explícitamente, de manera inequívoca. En sus escritos, sin embargo, encontramos numerosos pasajes en los cuales incurre en lo que se ha sostenido que constituye “la tragedia de todo revolucionario”, que consiste en ser víctima de las ideas y, sobre todo, del lenguaje que está intentando cambiar.
No ha ocurrido lo mismo con Weizsaecker, que se manifiesta, en todas sus palabras, muy lejos de esa ambigüedad. Es lo que expresa, por ejemplo, con claridad meridiana, en el siguiente párrafo de Naturaleza y espíritu (traducido por Dorrit Busch):
De hecho, se había superado con ello el paralelismo contenido en las series de los fenómenos psíquicos y somáticos, en la medida en que retornaba una identidad que subyace tras las paralelas, dado que el conflicto anímico no es otra cosa que la enfermedad del cuerpo como tal. Se puede observar cómo esta conceptualización de la identidad obtiene aquí de antemano la victoria sobre la causalidad recíproca, dado que solamente el modo de contemplación separa dos series que en su esencia se basan en una identidad.
Se trata, entonces, de que el cuerpo y el alma, lejos de constituir entidades ontológicas que existen “en sí mismas”, son el producto de una “doble” organización del conocimiento, en la consciencia humana, acerca de una desconocida realidad inconsciente; una realidad que sólo se nos manifiesta a través de esos dos “derivados”, “misteriosamente” ligados de manera inevitable, y que son, sin embargo, tan diferentes.
En una primera parte de este libro, titulada “A propósito de lo que Meltzer sostuvo en Perugia”, retomo las ideas que expuso en el seminario de esa ciudad dedicado a la cuestión psicosomática, y las reflexiones posteriores que me condujeron, en aquel entonces, a escribir algunas páginas sobre esas ideas. Dado que el coloquio de Roma, organizado en torno de la consigna “Organsprache. Rivisitazione attuale del concetto freudiano”, comenzó con una introducción mía y otra de Green (en orden alfabético) a un debate posterior que se realizó con la participación de los colegas presentes, en una segunda parte, “Mi introducción al diálogo en Roma”, vuelvo sobre lo que expuse en aquella ocasión. En una tercera parte, “A propósito de lo que Green sostuvo en Roma”, me ocupo, nuevamente, de lo que pienso sobre lo que allí dijimos y, por fin, en una cuarta parte, “¿Dónde estamos hoy?”, luego de resumir lo esencial de los “diálogos”, procuro mostrar que “la cuestión psicosomática” se enriquece, en nuestros días, con la contribución de nuevos desarrollos acerca de la existencia yoica “dentro” de organizaciones biológicas que trascienden a la persona humana.
Sólo me resta expresar, en este prólogo, mi deseo de que las páginas que siguen estimulen a mis colegas y, especialmente, a los jóvenes psicoanalistas, para que, lejos de menospreciar las valiosas enseñanzas de los grandes maestros, prosigan en el camino trazado por algunas de las huellas, muy poco recorridas, que nos han dejado Freud y Weizsaecker.
Julio de 2019
A propósito de lo que Meltzer sostuvo en Perugia
I.
La tesis de Meltzer
Tal como lo hemos manifestado en el prólogo, el propósito que anima estas páginas es contribuir al esclarecimiento de un debatido problema que puede resumirse en una sola cuestión: ¿todas las enfermedades somáticas (que alteran la forma o las funciones del cuerpo) constituyen, siempre, una forma de un ejercicio simbólico que permanece inconsciente y que, por lo tanto, convierte al psicoanálisis en una teoría y un instrumento, en principio idóneo, en todos los casos, para su interpretación?
No cabe duda de que el consenso que hoy predomina dentro y fuera del psicoanálisis, fundamentándose en el dualismo cartesiano, o en un monismo materialista moderado, sostiene precisamente lo contrario. De allí surge la idea de que, junto a las enfermedades que sólo son somáticas, hay otras psicosomáticas, en las cuales los trastornos, lejos de constituir alteraciones que son símbolos “psicogenéticos”, como sucede con la histeria, testimonian, en cambio, que existe un déficit de simbolización.
Tampoco cabe duda de que es muy difícil encontrar alguna exposición en la cual la tesis del “déficit” simbólico se apoye, como lo hace Meltzer, en la profundidad psicoanalítica y el desarrollo intelectual que alcanzan las postulaciones de Bion, lo cual lo transforma (gracias a su disertación en Perugia) en uno de los interlocutores más valiosos entre los que es posible encontrar.
En el núm. 7 de Quaderni, dedicado a la cuestión psicosomática, se publicó, en 1982 (siete años antes de que se realizara en Roma el diálogo con Green), el texto completo del seminario que tuvo lugar en Perugia y que comenzó con una ponencia de Meltzer titulada “Implicazioni psicosomatiche nel pensiero di Bion”.
Extraeremos de ese artículo, en apretada síntesis, las ideas de aquella ponencia que dieron pie a las reflexiones que publicamos, por primera vez, en 1985 (en el núm. 12 de Quaderni) y tradujimos al inglés, con el deseo de iniciar un diálogo sobre esas ideas, que no llegó a realizarse.
Subrayemos, entonces, algunas ideas que Meltzer expone en aquella disertación y en sus comentarios: “La experiencia emotiva surge de los datos sensoriales que (provengan del interior o del exterior) se manifiestan inicialmente, en estado grosero y privados de significado, constituyendo lo que Bion designa ‘elementos beta’”.
Agreguemos aquí que Bion sostiene (de acuerdo con lo que señala López-Corvo en su Diccionario sobre la obra de Wilfred R. Bion) que los elementos beta coinciden con la “cosa en sí misma” que Kant denomina “noúmeno”, y que los productos de la función alfa corresponden, en cambio, a la noción de “fenómeno”.
Aquello que Bion, con el nombre “función alfa”, considera que constituye la primera operación mental parece ser idéntico o, de todos modos, muy similar a la misteriosa función de la formación de símbolos.
La producción de elementos alfa, o símbolos, permite llegar al primer movimiento del pensamiento, es decir a la creación de pensamientos utilizados para pensar.
Tal proceso, representado en la tabla del pensamiento, está ligado a los sueños y a los mitos. Se trata de una tabla que representa el área en la cual se crea el significado. Cuando la experiencia emotiva es transformada, mediante la función alfa, en una forma simbólica, puede ser utilizada para evaluar y decidir con miras a la acción.
Si las experiencias emotivas no son transformadas por la función alfa, se acumulan bajo la forma de estímulos que tienden a conmover el aparato mental y que son eliminados. Tales estímulos pueden ser evacuados a través de acciones inmediatas, sin la interposición de pensamiento entre el impulso y la acción. Se tiene de este modo aquello que Bion ha llamado “pantalla beta”.
Agreguemos, también, que esa pantalla se constituye, entre lo inconsciente y la consciencia, como un aglomerado de elementos beta, mientras que los productos de la función alfa establecen una adecuada “barrera de contacto”.
Los estímulos no elaborados pueden ser también evacuados por el aparato sensorio funcionando al revés. Esta función alfa invertida es la base de las alucinaciones. Existe además una función alfa negativa, una tabla negativa, un antipensamiento (que produce “mis-concepciones”, mentiras o símbolos falsos), que constituye un “veneno de la mente” y representa a la parte destructiva de la personalidad.
Recordemos que mediante la función alfa invertida (que no debe confundirse con el cambio en el “vértice de observación” que Bion denominaba “revertir la perspectiva”) se vuelven a reproducir elementos beta (lo cual equivaldría a “retransformar” los símbolos en lo que Hanna Segal denominaba ecuaciones simbólicas), mientras que los productos de la función alfa negativa, aunque distorsionan el pensamiento, permanecen como tales, sin “reconvertirse” en elementos beta (equivaldrían a símbolos falaces “deformados” a los fines de cumplir con fantasías optativas).
Otra vía de evacuación está representada por lo que Bion denominaba el aparato protomental, y que imaginaba en los confines entre el funcionamiento neurofisiológico y el mental. Puede dar origen a dos tipos de evacuación. La primera corresponde al pensamiento primitivo, “tribal”, que Bion describió como “la acción del grupo bajo el dominio de los supuestos básicos”. La segunda es la descarga a través de los fenómenos psicosomáticos.
En el proceso de la función alfa y de la formación de los sueños, puede haber un estadio en el cual, antes de poder formar un sueño, la emotividad y el significado son experimentados como sensaciones (no como funciones) somáticas que son ligadas a las alucinaciones. Esto corresponde a la llamada área de las sensaciones somáticas.
El aparato protomental corresponde al mismo nivel que Bion llamará soma-psicótico, y se relaciona con la parte de la personalidad que corresponde al mundo prenatal (o al mundo tribal) en el cual no existen, en la práctica, objetos externos que sirvan de base y estímulo para el pensamiento.
El aparato protomental se halla fuera del área de la función simbólica y del significado. Su función es esencialmente asimbólica, usa pseudosímbolos, es decir, signos que no capturan, como los verdaderos símbolos, la representatividad del significado emotivo, tienen significado en el nivel del ello, no tienen un significado emotivo. Esta función no está ligada a la representación de la vida emotiva sino al fracaso de tal representación.
El aparato protomental constituye un área periférica con respecto al psicoanálisis propio y verdadero, que se ocupa prevalentemente, sea en razón de su peculiar método, o de sus intereses y sus capacidades terapéuticas, de las relaciones emotivas e íntimas. Estas relaciones íntimas son las que permiten la vida familiar en el mundo externo y construir una familia interna. Sin embargo, los psicoanalistas han notado poco a poco, en su trabajo clínico, una serie de trastornos de la personalidad que no podían recaer en el ámbito de las problemáticas edípicas, ni en aquellas relativas a la ambivalencia, las escisiones, etc. Son los trastornos esquizofrénicos, los psicosomáticos, los de los pacientes psicópatas, y los trastornos primarios de la personalidad surgidos durante el desarrollo, como por ejemplo los de los niños autistas.
Las terapias con pacientes psicosomáticos han llevado, en el cuadro del psicoanálisis, a una plétora de trabajos y a las formulaciones teóricas más diversas, pero no ha surgido ninguna teoría sobre este tipo de trastorno. Los éxitos terapéuticos sobre los pacientes psicosomáticos se deben al reforzamiento de las partes no psicosomáticas.
Hay conflictos emotivos en donde la simbolización está presente, pero no se trata de una simbolización en el sentido de la histeria de conversión sino de una simbolización que no ha llegado todavía al nivel del pensamiento del sueño o de la emotividad consciente. Ha intentado incluir el problema del lenguaje del cuerpo y del simbolismo del cuerpo en el área de las sensaciones somáticas, que forma parte del área del pensamiento simbólico.
Le parece que existe una gran posibilidad terapéutica de los trastornos psicosomáticos a través de una ampliación del área cubierta por las funciones simbólicas. Pero esta particular teoría revolucionaria muy difícilmente llevará al psicoanálisis a una relación renovada y más estrecha con la medicina. La actuación de esta teoría podría tener relevancia en el sentido de la profilaxis, pero en ese caso es poco probable que llame la atención de los médicos, dado que la profilaxis no produce estadísticas inteligibles.
No cabe duda de que lo que Meltzer sostiene, a partir de Bion, acerca de la cuestión psicosomática lleva implícitas otras dos concepciones: una acerca de lo que llamamos psíquico, o mental, y otra acerca de lo que denominamos físico, o somático. Tampoco cabe duda de que, para discutir lo que piensa, es necesario, previamente, establecer con claridad a qué nos referimos cuando utilizamos los términos “simbolización” y “significación”.
En los cuatro capítulos siguientes (titulados “Simbolización y significación”; “Acerca de psiquis y soma”; “La realidad a la que el símbolo alude”, y “Una teoría psicoanalítica sobre la enfermedad ‘somática’”) retomo, desde una óptica actual que en nada contradice lo que entonces escribí, las reflexiones que publiqué en 1985.