120 días de Sodoma

Mesaj mə
Müəllif:
Seriyadan: Clásicos
0
Rəylər
Fraqment oxumaq
Oxunmuşu qeyd etmək
Şrift:Daha az АаDaha çox Аа

La primera se llamaba Marie; había sido sirvienta de un famoso bandido recientemente aprehendido, y había sido azotada y marcada a cuenta suya. Tenía cincuenta y ocho años, era casi calva, nariz torcida, ojos empañados y legañosos, boca grande y con sus treinta y dos dientes, realmente, pero amarillentos como el azufre; era alta, flaca, había tenido catorce hijos, que había ahogado, decía ella, para evitar que se convirtieran en malos sujetos. Su vientre era ondulado como el oleaje marino y un absceso le devoraba una nalga.

La segunda se llamaba Louison; tenía sesenta años, era pequeña, jorobada, tuerta y coja, pero era dueña de un hermoso culo para su edad y la piel todavía hermosa. Perversa —como el diablo—, y siempre dispuesta a cometer todos los horrores y todos los excesos que pudieran ordenarle.

Thérése tenía sesenta y dos años; era alta y tan delgada que parecía un esqueleto; no tenía un solo pelo en la cabeza ni un diente en la boca, y exhalaba por esta abertura de su cuerpo un hedor capaz de tumbar a un caballo. Tenía el culo acribillado de cicatrices y las nalgas tan prodigiosamente blandas que podían enrollarse a un bastón; el agujero de este hermoso trasero se parecía a la boca de un volcán y por la anchura y por el olor era un verdadero orinal; según ella misma decía, jamás en su vida se había limpiado el culo, donde había aún, sin lugar a dudas, mierda de su infancia. Respecto de su vagina, era el receptáculo de todas las inmundicias y de todos los horrores, un verdadero sepulcro cuya fetidez hacía desmayarse.

Tenía un brazo torcido y cojeaba de una pierna.

Fanchon era el nombre de la cuarta; había sido seis veces colgada en efigie y no existía un solo crimen en la tierra que no hubiese cometido. Tenía sesenta y nueve años, era chata, baja y gorda, bizca, casi sin frente, una bocaza con sólo dos dientes a punto de caer, una erisipela le cubría el trasero y unas hemorroides grandes como puños le colgaban del ano; un chancro horrible devoraba su vagina y uno de sus muslos estaba completamente quemado. Estaba borracha las tres cuartas partes del año y, en su embriaguez, como sufría del estómago, vomitaba por todas partes. El agujero de su culo, a pesar del bulto de hemorroides que lo adornaba, era tan ancho de una manera natural que lanzaba flatulencias y otras cosas muy a menudo, sin advertirlo. Independientemente del servicio de la casa durante la lujuriosa estancia, estas cuatro mujeres debían tomar parte además en todas las asambleas para las diferentes necesidades y servicios de la lubricidad que se les pudiera exigir.

Avanzado ya el verano, y una vez hecho todo lo que antecede sólo quedó ocuparse del transporte de las diferentes cosas que debían, durante los cuatro meses que se moraría en las tierras de Durcet, contribuir a hacer más cómoda y agradable la estancia allí.

Se hizo llevar una gran cantidad de muebles y espejos, víveres, vinos, licores de todas clases, se mandaron obreros, y poco a poco fueron llevadas las personas que Durcet, que se había adelantado, recibía, alojaba y establecía a medida que llegaban.

Pero ya es hora que le hagamos al lector una descripción del famoso templo destinado a tantos sacrificios lujuriosos durante los cuatro meses previstos. Verá con qué cuidado se había elegido un retiro apartado y solitario, como si el silencio, el alejamiento y la tranquilidad fuesen los vehículos poderosos del libertinaje, y como si todo lo que comunica por estas cualidades un terror religioso a los sentidos tuviera evidentemente que prestar a la lujuria un atractivo más. Vamos a describir este retiro no como era en otro tiempo, sino en el estado de embellecimiento y soledad perfecta en que lo habían puesto nuestros cuatro amigos.

Para llegar hasta allá era necesario antes detenerse en Bâle; se atravesaba luego el Rin, más allá del cual el camino se estrechaba hasta el punto de que se hacía preciso abandonar los vehículos. Poco después se penetraba en la Selva Negra, hundíase en ella durante quince leguas por un sendero difícil, tortuoso y absolutamente intransitable sin guía. Una miserable aldea de carboneros y guardabosques se ofrecía a la vista. Allí empezaban las tierras de Durcet, a quien pertenecía la aldea. Como los habitantes de aquel villorrio son casi todos ladrones o contrabandistas, fue fácil para éste hacerse amigo de ellos, y la primera orden que recibieron fue la de no dejar llegar a nadie hasta el castillo después del primero de noviembre, fecha en que todo el grupo estaría reunido. Armó a sus fieles vasallos, les concedió algunos privilegios que solicitaban desde hacía mucho tiempo, y se cerró la barrera. En realidad, la descripción siguiente hará ver cómo, una vez bien cerrada aquella puerta, era difícil llegar a Silling, nombre del castillo de Durcet: En cuanto se había dejado atrás la carbonería se empezaba a escalar una montaña tan alta como el monte Saint—Bernard y de un acceso infinitamente más difícil, porque sólo a pie se puede llegar a la cumbre. No es que los mulos no puedan pasar por allí, pero los precipicios rodean de tal modo el sendero que hay que seguir que resulta muy peligroso montar los animales; seis de los que transportan los víveres y los equipajes perecieron, así como dos obreros que habían querido montar dos de los mulos. Se requieren cerca de cinco buenas horas para alcanzar la cumbre de la montaña, la cual ofrece allí otra particularidad que, por las precauciones que se tomaron, se convirtió en una nueva barrera de tal modo infranqueable que sólo los pájaros podían pasarla. Este singular capricho de la naturaleza consiste en una hendidura de más de treinta toesas en la cumbre de la montaña, entre la parte septentrional y la meridional, de manera que, sin ayuda, una vez que se ha escalado la montaña resulta imposible descender. Durcet había hecho unir estas dos partes, separadas por un abismo de más de mil pies, por un hermoso puente de madera que se quitó cuando llegaron los últimos equipajes, y desde aquel momento desapareció toda posibilidad de comunicarse con el castillo de Silling. Porque al descender por la parte septentrional se llega a una llanura de unas doscientas áreas, rodeada de rocas por todas partes cuyas cimas se pierden en las nubes, rocas que envuelven la llanura como un muro sin una sola brecha. Este paso, llamado el camino del puente, es pues el único que puede descender y comunicar con la llanura, y una vez destruido no hay habitante en la Tierra, sea de la especie que sea, capaz de abordarla.

Ahora bien, es en medio de esta llanura tan bien cercada, tan bien defendida, donde se encuentra el castillo de Durcet. Un muro de treinta pies de altura lo rodea también y más allá del muro un foso lleno de agua y muy profundo defiende todavía un último recinto que forma una galería circular. Una poterna baja y angosta penetra finalmente en un gran patio interior alrededor del cual se levantan todos los alojamientos; estos alojamientos, vastos y muy bien amueblados tras los últimos arreglos, ofrecen en el primer piso una gran galería.

Obsérvese que voy a describir los aposentos no tal como podían haber sido en otro tiempo, sino tal como acaban de ser arreglados y distribuidos de acuerdo con el plan trazado. Desde la galería se penetraba en un comedor muy hermoso, con armarios en forma de torres que, comunicando con las cocinas, servían para que pudiera servirse la comida caliente, de un modo rápido y sin necesidad de criado. Desde ese comedor de tapices, estufas, otomanas, cómodos sillones y todo lo que podía hacerlo tan cómodo como agradable, se pasaba a un salón sencillo y sin rebuscamiento, pero muy caliente y lleno de lujosos muebles; este salón comunicaba con un gabinete para reuniones destinado a los relatos de las narradoras. Era, por decirlo así, el campo de batalla de los combates previstos, la sede de las asambleas lúbricas, y como había sido dispuesto en consecuencia, merece una pequeña descripción particular:

Tenía una forma semicircular. E en la parte curva había cuatro nichos de espejos, con una excelente otomana en cada uno de ellos; estos cuatro nichos, por su construcción, estaban completamente delante del diámetro que cortaba el círculo, un trono de cuatro pies estaba adosado al muro que formaba el diámetro y estaba destinado a la narradora, posición que la situaba no solamente delante de los cuatro nichos destinados a sus oyentes, sino que además teniendo en cuenta que el círculo era pequeño no la alejaba demasiado de ellos, que la podían escuchar sin perder una sola palabra, puesto que ella se encontraba como el actor en el escenario y los oyentes se hallaban colocados en los nichos como si estuvieran en el anfiteatro. El trono disponía de unas gradas en las que se encontrarían los participantes de las orgías llevados allí para calmar la irritación de los sentidos producida por los relatos: estas gradas, así como el trono, estaban cubiertas de alfombras de terciopelo negro con franjas de oro, y los nichos estaban forrados de una tela semejante e igualmente enriquecida, pero de color azul oscuro. Al pie de cada uno de los nichos había una puerta que daba a un excusado destinado a dar paso a las personas cuya presencia se deseaba y que se hacía venir de las gradas, en el caso de que no se quisiera ejecutar delante de todo el mundo la voluptuosidad para la realización de la cual se llamaba a la persona. Estos excusados estaban llenos de canapés y de todos los instrumentos necesarios para las indecencias de toda especie. A ambos lados del trono había una columna aislada que llegaba hasta el techo; estas dos columnas estaban destinadas a sostener a la persona que hubiese cometido alguna falta y necesitara una corrección. Todos los instrumentos necesarios para este castigo estaban colgados en la columna, y su contemplación imponente servía para mantener una subordinación tan esencial en las fiestas de aquella índole, subordinación de donde nace casi todo el atractivo de la voluptuosidad en el alma de los perseguidores.

 

Este salón comunicaba con un gabinete que, en aquella parte, componía la extremidad de los alojamientos. Este gabinete era una especie de saloncito, extremadamente silencioso y secreto, muy caliente, oscuro durante el día, y se destinaba para los combates cuerpo a cuerpo o para ciertas otras voluptuosidades secretas que serán explicadas a continuación.

Para pasar a la otra ala era necesario retroceder y, una vez en la galería, en cuyo extremo se veía una hermosa capilla, se volvía a pasar al ala paralela, donde terminaba el patio interior.

Allí se encontraba una antecámara muy bella que comunicaba con cuatro hermosos aposentos, cada uno con saloncito y excusado; bellísimas camas turcas de damasco de tres colores adornaban estos aposentos, cuyos excusados ofrecían todo lo que puede desear la lubricidad más sensual y refinada. Estas cuatro estancias fueron destinadas a los cuatro amigos, y como eran muy calientes y cómodas, estuvieron perfectamente alojados. Como sus mujeres tenían que ocupar los mismos aposentos que ellos, no se les destinó alojamientos particulares.

En el segundo piso había más o menos el mismo número de aposentos, pero distribuidos de una manera diferente; se encontraba primero, a un lado, un vasto aposento adornado con ocho nichos con una pequeña cama en cada uno. Este era el de las jóvenes, al lado del cual se encontraban dos pequeñas habitaciones para dos de las viejas que debían cuidarlo. Más allá había dos bonitas habitaciones iguales, destinadas a dos de las narradoras. A la vuelta se encontraba otro aposento de ocho nichos como trasalcoba para los ocho jóvenes, también con dos habitaciones contiguas para las dos dueñas destinadas a vigilarlos; y más allá, otras dos habitaciones semejantes, para las otras dos narradoras. Más arriba de las habitaciones que hemos descrito, había ocho lindas celdas donde se alojaban los ocho cogelones, aunque éstos no estaban precisamente destinados a dormir mucho en sus camas. En la planta baja se encontraban las cocinas, con seis cubículos para los seis seres que se ocupaban de este trabajo, las cuales eran tres famosas cocineras: se las había preferido a los hombres para una orgía como aquella, con razón, creo yo. Eran ayudadas por tres muchachas robustas, pero nada de todo esto aparecía en los placeres, nada de todo esto estaba destinado a ellos y si las reglas que se habían impuesto sobre esto fueron infringidas es debido a que nada frena al libertinaje y que el verdadero modo de ampliar y multiplicar los deseos consiste en querer imponerle límites. Una de estas tres sirvientas debía cuidarse del numeroso rebaño que se había traído, porque, excepto las cuatro viejas destinadas al servicio interior, no había ningún criado más que estas tres cocineras y sus ayudantes. Pero la depravación, la crueldad, el asco, la infamia, todas estas pasiones previstas o sentidas habían erigido otro local del cual es urgente dar una idea, ya que las leyes esenciales para el interés del relato impiden que lo describamos por completo.

Una piedra fatal se levantaba artísticamente al pie del altar del pequeño templo cristiano que se encontraba en la galería; había allí una escalera de caracol, muy angosta y empinada, que descendía por trescientos peldaños a las entrañas de la tierra hasta llegar a un calabozo abovedado, cerrado con tres puertas de hierro, y donde se hallaba todo lo que el arte más cruel y la más refinada barbarie pueden inventar de más atroz, tanto para asustar a los sentidos como para infligir horrores. Y allí, ¡cuánta tranquilidad, y hasta qué punto debía sentirse tranquilizado el miserable al que el crimen conducía hasta aquel lugar junto con su víctima! Estaba en su casa, se encontraba fuera de Francia, en un país seguro, al fondo de un bosque inhabitable, en un reducto de este bosque que por las medidas tomadas sólo podían abordar las aves del cielo, y estaba allí en el fondo de la entrañas de la tierra. ¡Desgraciada, mil veces desgraciada la criatura que en tal abandono se encontraba a merced de un canalla sin ley y sin religión, a quien el crimen divertía y que no tenía allí otros intereses que sus pasiones y que no debía tomar otras medidas que las leyes imperiosas de sus pérfidas voluptuosidades! No sé qué ocurrirá allí, pero lo que puedo decir ahora sin perjudicar el interés del relato es que cuando se hizo al duque la descripción de aquello, descargó tres veces seguidas.

Finalmente estando preparado, todo perfectamente dispuesto, el personal alojado, el duque, el obispo, Curval y sus mujeres, junto con los cuatro cogelones, se pusieron en marcha (Durcet y su mujer así como el resto, se habían anticipado, como se ha dicho antes), y no sin infinitas dificultades llegaron por fin al castillo el día 29 de octubre, por la noche.

Durcet, que había ido delante de ellos, hizo cortar el puente de la montaña tan pronto como pasaron. Pero esto no fue todo: habiendo el duque examinado el local decidió que, puesto que los víveres estaban ya en el interior del castillo y que ya no había ninguna necesidad de salir, era necesario prevenir los ataques exteriores poco temidos y las evasiones interiores, que lo eran más. Era necesario, digo, tapiar todas las puertas por las que se penetraba en el interior y encerrarse completamente en el lugar como en una ciudadela sitiada, sin dejar la más pequeña salida para el enemigo o para el desertor. El consejo fue ejecutado, se atrincheraron hasta tal punto que no era posible saber el lugar donde habían estado las puertas, y se establecieron dentro.

Después de los arreglos que se acaban de leer, los dos días que faltaban aún para el primero de noviembre fueron consagrados a dejar descansar a todo el personal para que apareciese fresco en las escenas orgiásticas que iban a comenzar, y los cuatro amigos trabajaron en un código de leyes que fue firmado por los jefes y anunciado a los súbditos inmediatamente después de haber sido redactado. Antes de entrar en materia, es esencial que lo demos a conocer a nuestro lector, quien después de la exacta descripción que le hemos hecho de todo sólo tendrá que seguir ahora ligera y voluptuosamente el relato sin que nada turbe su comprensión o embarace su memoria.

Reglamentos

Todos los días la hora de levantarse será a las diez de la mañana. En tal momento los cuatro cogelones que no hayan estado de servicio la noche anterior visitarán a los amigos, llevando cada uno de ellos un muchachito; pasarán sucesivamente de una habitación a otra.

Actuarán de acuerdo con las órdenes y deseos de los amigos, pero al principio los muchachitos que llevarán con ellos sólo servirán de acompañamiento, porque queda decidido y acordado que las ocho virginidades de los coños de las muchachas no serán violadas hasta el mes de diciembre, y las de sus culos, así como las de los culos de los ocho muchachos, lo serán a lo largo del mes de enero, y eso con el fin de acrecentar la voluptuosidad mediante el hostigamiento de un deseo enardecido sin cesar y nunca satisfecho, estado que debe necesariamente conducir a un cierto furor lúbrico que los amigos se esfuerzan en provocar como una de las situaciones más deliciosas de la lubricidad.

A las once los amigos se dirigirán al aposento de las muchachas, donde se servirá el almuerzo, consistente en chocolate o carne asada con vino español u otros reconfortantes manjares. Este almuerzo será servido por las ocho muchachas desnudas, ayudadas por las dos viejas Marie y Louison adscritas al serrallo de las doncellas, estando las otras dos al de los muchachos. Si los amigos tienen ganas de cometer actos impúdicos con las muchachas durante el almuerzo, antes o después, ellas se prestarán a dichos deseos con la resignación que se les supone y a la cual no faltarán sin un duro castigo. Pero se conviene en que no habrá juegos secretos o particulares en tal ocasión y que si se quiere hacer el crápula durante un rato, será entre sí y ante todo el que asista al almuerzo.

Las muchachas por regla general deberán ponerse de rodillas cada vez que vean o se encuentren con un amigo, y permanecerán en esta posición hasta que se les diga que se levanten; sólo las esposas y las viejas estarán sometidas a estas leyes: los demás quedan dispensados de ello, pero todo el mundo se verá obligado a llamar monseñor a cada uno de los amigos.

Antes de salir de la habitación de las muchachas, el amigo encargado del turno del mes (como lo que se intenta es que cada mes se encargue uno de los amigos de todos los detalles, el turno debe ser el siguiente: Durcet durante el mes de noviembre, el obispo en diciembre, el presidente en enero y el duque en febrero), aquel, pues, de los amigos al que le toque el mes, antes de salir del aposento de las muchachas las examinará una tras otra para comprobar si están en situación adecuada, lo cual será comunicado cada mañana a las viejas y arreglado de acuerdo con la necesidad que haya de tenerlas en tal o cual estado.

Como está severamente prohibido ir a otro excusado que el de la capilla, que ha sido arreglado y destinado para esto, y prohibido ir allí sin un permiso particular, el cual es a menudo negado, por ello el amigo que esté de turno examinará con cuidado, inmediatamente después del almuerzo, todos los excusados particulares de las muchachas, y en el caso de alguna contravención la delincuente será condenada a un castigo aflictivo.

De allí se pasará al aposento de los muchachos a fin de efectuar las mismas visitas y condenar igualmente a los delincuentes a la pena capital. Los cuatro muchachos que por la mañana no hayan estado con los amigos los recibirán ahora cuando lleguen a sus habitaciones y se quitarán los calzones delante de ellos; los otros cuatro permanecerán de pie y esperarán las órdenes que puedan serles dadas. Los señores se divertirán o no con estos cuatro, que no habrán visto hasta entonces, pero lo que hagan será público; nada de solitarios a tales horas.

A la una, aquellos o aquellas de las muchachas o de los muchachos, grandes y pequeños, que hayan obtenido el permiso de ir a satisfacer necesidades apremiantes, es decir, las gordas —y este permiso sólo se concederá muy raramente, y nada más a una tercera parte de los interesados—, aquellos, digo, se dirigirán a la capilla donde todo ha sido artísticamente dispuesto para las voluptuosidades inherentes al caso. Allí encontrarán a los cuatro amigos, que esperarán hasta las dos, y nunca hasta más tarde, y los colocarán como lo juzguen conveniente para las voluptuosidades de esta índole que les vengan en gana.

De dos a tres se servirán las dos primeras mesas que comen a la misma hora, una en el gran aposento de las muchachas, la otra en el de los muchachos. Los encargados de servir en estas dos mesas serán las criadas de la cocina. La primera mesa estará compuesta por las ocho muchachas y las cuatro viejas; la segunda, por las cuatro esposas, los ocho muchachos y las cuatro narradoras. Durante esta comida, los señores se dirigirán al salón, donde charlarán hasta las tres. Poco antes de esta hora, los ocho cogelones se presentarán en este salón lo más arreglados y peripuestos posible.

A las tres se servirá la comida a los señores y los cuatro cogelones serán los únicos que gozarán del honor de ser admitidos. Esta comida será servida por las cuatro esposas, todas ellas desnudas, ayudadas por las cuatro viejas vestidas de magas: serán éstas quienes sacarán los platos de los tornos donde los pondrán las sirvientas y los entregarán a las esposas que los colocarán sobre la mesa. Los ocho cogelones, durante la comida, podrán manosear todo lo que quieran los cuerpos desnudos de las esposas, sin que éstas puedan negarse o defenderse; podrán también llegar a insultarlas y a servirse de ellas con el miembro empinado, apostrofándolas con todas las invectivas que quieran.

Se levantarán de la mesa a las cinco. Entonces los cuatro amigos solamente (los cogelones se retirarán hasta la hora de la reunión general), los cuatro amigos, digo, pasarán al salón, donde dos muchachitos y dos muchachas, que variarán todos los días, les servirán desnudos café y licores; aquel no será todavía el momento en que podrán permitirse voluptuosidades que puedan enervar: habrá que limitarse a la simple broma.

Poco antes de las seis, los cuatro muchachitos que acaban de servir se retirarán para ir a vestirse de prisa. A las seis en punto, los señores pasarán al gran gabinete destinado a los relatos y que ha sido descrito antes. Cada uno de ellos se colocará en su nicho y los demás observarán el orden siguiente: en el trono se sentará la narradora, en las gradas del mismo estarán los dieciséis jóvenes, colocados de tal forma que haya cuatro, dos muchachos y dos muchachas, frente a los nichos; de esta manera cada nicho tendrá su grupo independiente. Este grupo está asignado al nicho ante el que está sin que el nicho de al lado pueda tener pretensiones sobre él, y estos grupos variarán todos los días; ningún nicho tendrá siempre el mismo. Cada individuo del grupo llevará en un brazo una cadena de flores artificiales que estará amarrada al nicho, de modo que cuando el ocupante del nicho quiera a un muchacho o muchacha de su grupo sólo tendrá que tirar de la guirnalda y el escogido correrá hacia él.

 

Detrás de cada grupo de cuatro habrá una vieja, que estará a las órdenes del jefe del nicho.

Las tres narradoras que no estén de turno mensual se sentarán en una banqueta al pie del trono, sin estar dedicadas a nada especial pero a las órdenes de todo el mundo. Los cuatro cogelones que estén destinados a pasar la noche con los amigos podrán no asistir a la reunión; permanecerán en sus habitaciones ocupados en prepararse para la noche y las hazañas que ésta exige. Los otros cuatro estarán a los pies de cada uno de los amigos, en los nichos, en cuyos sofás el amigo se hallará al lado de una de las esposas de turno.

Esta esposa estará siempre desnuda, el cogelón llevará chaleco y calzones de tafetán rosa, en tanto la narradora del mes irá vestida de cortesana elegante, así como sus tres compañeras, y los muchachos y muchachas de los cuatro grupos irán vestidos de modos distintos y elegantes; un grupo a la moda asiática, otro a la española, otro a la turca y el cuarto a la griega y al día siguiente cambiará, pero todos estos vestidos serán de tafetán y de gasa; la parte baja del cuerpo nunca estará ajustada con nada, y bastará desprender un alfiler para que queden desnudos.

En cuanto a las viejas, irán alternativamente vestidas con hábitos grises de religiosas, disfrazadas de hadas, magas y, a veces, de viudas. Las puertas de los gabinetes que dan a los nichos estarán siempre entreabiertas, y el gabinete, muy calentado por las estufas de comunicación, dispondrá de todos los muebles necesarios para las diferentes orgías.

Cuatro velas arderán en cada uno de dichos gabinetes, y cincuenta en el salón.

A las seis en punto, la narradora empezará su relato, que los amigos podrán interrumpir cuando bien les parezca; este relato durará hasta las diez de la noche, y durante todo este tiempo, como su objetivo es encender la imaginación, serán permitidas todas las lubricidades, excepto sin embargo aquellas que infrinjan el orden y los arreglos dispuestos para las desfloraciones, que no podrán ser variados; pero por lo demás podrá hacerse lo que se quiera con el cogelón, la esposa, el grupo de cuatro y la vieja, y hasta con las narradoras si se sienten inclinados a tal capricho, y esto podrá tener lugar en el nicho o en el gabinete contiguo. El relato será suspendido mientras duren los placeres de aquel cuyas necesidades lo interrumpan, y se continuará cuando haya terminado.

A las diez se servirá la cena. Las esposas, las narradoras y las ocho muchachas irán rápidamente a cenar aparte, ya que las mujeres nunca serán admitidas en la cena de los hombres, y los amigos cenarán con los cuatro cogelones que no estén de servicio por la noche y cuatro muchachos. Los otros cuatro servirán, ayudados por las viejas.

Terminada la cena, se pasará al salón de la reunión para la celebración de lo que se llama las orgías. Allí se encontrarán todos, los que hayan cenado aparte, y los que hayan cenado con los amigos, pero siempre excepto los cuatro cogelones del servicio de noche.

El salón estará muy calentado e iluminado por candelabros de cristal. Todos estarán desnudos: narradoras, esposas, muchachas, muchachos, viejas, cogelones, amigos, todos mezclados, todos tumbados sobre cojines en el suelo y, semejantes a los animales, se cambiarán, se mezclarán, se cometerán incestos y adulterios, se sodomizará y siempre, salvo las desfloraciones, se entregarán a todos los excesos y a todos los desenfrenos que mejor puedan excitar la imaginación. Cuando tengan que efectuarse estas desfloraciones, será el momento de proceder a ellas, y una vez haya sido desflorado un muchachito se podrá gozar de él cuándo y de la manera que se quiera.

A las dos en punto de la madrugada cesarán las orgías, los cuatro cogelones destinados al servicio de noche, ataviados con elegantes saltos de cama, vendrán a buscar a cada uno de los amigos, el cual se llevará consigo a una de las esposas, o a uno de los muchachos desflorados cuando los haya, o a una narradora, o bien a una vieja para pasar la noche entre ella y su cogelón, y todo a su gusto, pero con la cláusula de someterse a arreglos ingeniosos de los que pueda resultar que cada uno cambie todas las noches o pueda cambiar.

Tal será el orden y acomodo de cada día. Independientemente de esto, cada una de las diecisiete semanas que debe durar la estancia en el castillo será marcada con una fiesta. Primero, se celebrarán matrimonios, cuya fecha y lugar se indicarán. Pero como los primeros de estos matrimonios se efectuarán entre los chiquillos más jóvenes y no podrán consumarse, no dislocarán en nada el orden establecido para las desfloraciones.

Como los matrimonios entre mayores sólo se realizarán después de las desfloraciones, su consumación no perjudicará tampoco nada, ya que, al obrar, sólo gozarán de lo que ya había sido recogido.

Las cuatro viejas responderán de la conducta de los cuatro muchachitos cuando cometan faltas, se quejarán al amigo que esté de turno y se procederá en común a aplicar los castigos, los sábados por la noche, a la hora de las orgías. Se llevará una lista exacta de dichos castigos hasta entonces.

Con relación a las faltas cometidas por las narradoras recibirán la mitad de castigo que los muchachos: su talento sirve y siempre hay que respetarlo.

En cuanto a los castigos de las esposas o de las viejas serán siempre el doble que el de los muchachos.

Toda persona que se niegue a hacer cosas que se le hayan pedido, aunque se halle en la imposibilidad de hacerlas será severamente castigada; a ella le toca prever y tomar sus precauciones.

La menor risa o la menor falta de atención o de respeto o sumisión en las orgías será considerado como una de las faltas más graves y más cruelmente castigadas.

Todo hombre sorprendido en flagrante delito con una mujer será castigado con la pérdida de un miembro cuando no haya recibido autorización de gozar de ella.

El más pequeño acto religioso por parte de alguien, sea quien sea, será castigado con la muerte.

Se encarece expresamente a los amigos que en las reuniones sólo empleen las palabras más lascivas, más libertinas y las expresiones más soeces, las más fuertes y blasfemas.

El nombre de Dios sólo se pronunciará acompañado siempre de invectivas o imprecaciones, y se repetirá lo más a menudo posible.

En cuanto al tono de voz será siempre el más brutal, más duro y más imperioso con las mujeres y los muchachos, pero sumiso, homosexual y depravado con los hombres que los amigos, representando con ellos el papel de mujeres, deben considerar como sus maridos.