Gobernante, Rival, Exiliado

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Seriyadan: De Coronas y Gloria #7
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La otra empezó a chillar mientras la arrastraban hacia el altar.

A Irrien no le importaba. En particular, tampoco le importaba ni la esclava que arrastraba tras él cuando salió de la habitación. Los débiles no importaban. Lo que importaba es que un hechicero estaba involucrado en sus asuntos. Irrien no sabía lo que significaba esto, y le fastidiaba no poder ver las intenciones de Daskalos.

Le costó casi todo el camino hasta los aposentos reales convencerse a sí mismo de que no tenía importancia. ¿Quién podía comprender la manera de hacer de los que se aventuraban en la magia? Lo que importaba es que Irrien tenía sus propios planes para el Imperio y que, por ahora, esos planes avanzaban exactamente como él quería.

Lo que venía a continuación sería incluso mejor, aunque había una nota amarga en ello. ¿Qué quería del chico este hechicero? ¿Qué había querido decir con lo de convertirlo en un arma? De algún modo, Irrien se estremecía con tan solo pensarlo e Irrien odiaba eso. Aseguraba no temer a ningún hombre, pero a este Daskalos…

Lo temía enormemente.

CAPÍTULO CUATRO

Thanos sabía que debería haber estado observando el horizonte, pero ahora mismo lo único que podía hacer era observar a Ceres con una mezcla de orgullo, amor y asombro. Estaba en la proa de su pequeña barca, tocando el agua con la mano mientras se dirigían hacia mar abierto desde el puerto. A su alrededor, el aire continuaba resplandeciendo, la neblina que marcaba su invisibilidad parecía distorsionar la luz que la atravesaba.

Thanos sabía que un día se casaría con ella.

—Creo que ya es suficiente —le dijo Thanos en voz baja. Podía ver el esfuerzo en su cara. Era evidente que el poder le estaba pasando factura.

—Solo… un poco… más lejos.

Thanos puso una mano encima de su hombro. Escuchó que Jeva suspiraba en algún lugar detrás de él, como si la mujer del Pueblo del Hueso esperara que el poder lo arrojara hacia atrás. Pero Thanos sabía que Ceres nunca le haría eso.

—Está despejado —dijo—. No hay nadie detrás nuestro.

Vio que Ceres miraba a su alrededor evidentemente sorprendida al ver que ahora remaban a través de aguas más profundas. ¿Había necesitado tanta concentración para mantener el poder en orden? En cualquier caso, ahora no había nadie tras ellos, solo el océano vacío.

Ceres levantó la mano del agua, tambaleándose un poco. Thanos la cogió y la levantó. Le sorprendía que pudiera demostrar tanta fuerza después de todo lo que había pasado. Él quería estar allí para ella. No solo parte del tiempo, sino siempre.

—Hice lo que pude —dijo Ceres.

—Hiciste mucho más que eso —le aseguró Thanos—. Eres increíble.

Más increíble de lo que podía haber pensado. No solo porque Ceres era hermosa, inteligente y fuerte. No solo porque era poderosa o porque parecía poner el bien de los demás por delante del suyo tan a menudo. Era por todas estas cosas, pero había algo especial más allá de eso.

Era la mujer a la que amaba y, después de lo que había sucedido en la ciudad, era la única mujer a la que amaba. Thanos se puso a pensar en lo que eso significaba. Ahora podían estar juntos. Estarían juntos.

Entonces ella lo miró y se acercó para besarlo. Fue un momento dulce y de cariño, lleno de ternura. Thanos deseaba que esto llenara el mundo entero y que no tuvieran que preocuparse de nada más.

—Me escogiste a mí —dijo Ceres, tocándole la cara mientras se separaban.

—Siempre te escogeré a ti —dijo Thanos—. Siempre estaré allí por ti.

Ceres sonrió al escucharlo, pero Thanos también vio un toque de duda en su gesto. No podía culparla por ello, pero a la vez deseaba que esa incertidumbre no estuviera allí. Deseaba poder ahuyentarla, para dejar que todo quedara bien entre ellos. Había estado a punto de pedirle más, pero sabía cuándo las cosas no se debían forzar.

—Yo también te escojo —le aseguró Ceres, a la vez que se apartaba—. Debería ir a ver qué hacen mi hermano y mi padre.

Fue hacia donde Berin estaba junto a Sartes y Leyana. Una familia que parecían felices de estar juntos. Una parte de Thanos deseaba sencillamente poder ir hasta allí y ser parte de ella. Quería ser parte de la vida de Ceres y sospechaba que ella también lo quería, pero sabía que llevaría un tiempo sanar las cosas entre ellos.

Por esa razón, no fue corriendo hacia ella. En su lugar, Thanos se quedó pensando en el resto de los ocupantes de la barca. Para ser una barca tan pequeña, había muchos. Los tres combatientes a los que Ceres había salvado eran los que se encargaban en mayor parte de remar, aunque ahora que se habían alejado del puerto, podían levantar la pequeña vela de la barca. Akila estaba tumbado a un lado, un recluta al que Sartes había liberado le apretaba la herida.

Jeva fue hacia él.

—Eres un idiota si vas a dejar que se escape —dijo Jeva.

—¿Un idiota? —replicó Thanos—. ¿Estas son formas de darle las gracias a alguien que te acaba de salvar?

Vio que la mujer del Pueblo del Hueso encogía los hombros.

—También eres idiota por hacer eso. Arriesgarte para ayudar a otro es estúpido.

Thanos inclinó la cabeza hacia un lado. No estaba seguro de poder entenderla nunca. Por otro lado, pensó mientras miraba a Ceres, esto era algo que se podía aplicar a más de una persona.

—Arriesgarte es lo que haces por los amigos —dijo Thanos.

Jeva negó con la cabeza.

—Yo no me hubiera puesto en peligro por ti. Si es el momento de reunirte con tus antepasados, lo es. Es incluso un honor.

Thanos no estaba seguro de cómo tomárselo. ¿Lo decía en serio? Si era así, parecía incluso un poco desagradecida después del peligro que él y Ceres habían corrido para salvarla.

—De haber sabido que ser el mascarón de uno de los barcos de la Primera Piedra era un honor tan grande, te hubiera abandonado a tu suerte —dijo Thanos.

Jeva lo miró con el ceño ligeramente fruncido. Parecía que ahora le tocaba a ella adivinar si él hablaba en serio o no.

—Estás de broma —dijo ella—, pero deberías haberme dejado. Te lo dije, solo un estúpido arriesga su vida por los demás.

Era una filosofía demasiado dura para Thanos.

—Bueno —dijo él—. Por lo menos, me alegro de que estés viva.

Jeva pareció pensar por uno o dos instantes.

—Yo también me alegro. Lo cual es extraño. Los muertos estarán molestos conmigo. Quizás me quedan cosas por hacer. Os seguiré hasta descubrir cuáles.

Lo dijo sin alterarse, como si ya fuera un cosa establecida en la que Thanos no tuviera ni voz ni voto. Se preguntaba cómo sería ir por el mundo con la certeza de que los muertos eran los responsables.

—¿No es extraño? —le preguntó él.

—¿Qué es extraño? —respondió Jeva.

—Vivir tu vida dando por sentado que los muertos toman todas las decisiones.

Ella negó con la cabeza.

—No todos ellos. Pero saben más que nosotros. Ellos son más que nosotros. Cuando hablan, debemos escuchar. Mírate.

Eso hizo que Thanos frunciera el ceño. Él no era uno de los del Pueblo del Hueso para recibir órdenes de los oradores de sus muertos.

—¿A mí?

—¿Estarías en las circunstancias en las que estás si no fuera por las decisiones que tus padres y los padres de tus padres tomaron? —preguntó Jeva—. Tú eres un príncipe. Todo tu poder descansa en los muertos.

Tenía algo de razón, pero Thanos no estaba seguro de que fuera lo mismo.

—Yo decidiré qué hacer a continuación por los vivos, no por los muertos —dijo.

Jeva rio como si se tratara de un chiste especialmente bueno y, a continuación, estrechó un poco los ojos.

—Oh, lo dices en serio. También tenemos gente que dice eso. En su mayoría, están locos. Pero, en fin, este mundo es para los locos. Así que, ¿quién soy yo para juzgar? ¿A dónde iremos ahora?

Thanos no tenía una respuesta a aquella pregunta para ella.

—No estoy seguro —confesó—. Mi padre me dijo dónde podría saber de mi verdadera madre, después la antigua reina me dijo que estaba en otro lugar.

—Bien —dijo Jeva—. Entonces debemos ir. Noticias de los muertos como esta no se deben ignorar. O podemos regresar a las tierras de mi pueblo. Nos recibirían con las noticias de lo que le sucedió a nuestra flota.

No parecía atemorizada ante la perspectiva de informar a su pueblo de tantas muertes. También parecía echar un vistazo a Ceres de vez en cuando, mirándola con evidente asombro.

—Ella es todo lo que dijiste que sería. Sea lo que sea lo que se interpone entre vosotros, solucionadlo.

Hizo que sonara como si fuera muy sencillo y directo, como si fuera igual de fácil que decirlo. Thanos dudaba que las cosas fueran alguna vez así de sencillas.

—Lo estoy intentando.

—Inténtalo más —dijo ella.

Thanos quería hacerlo. Quería ir hasta Ceres y declararle su amor. Más aún, quería pedirle que fuera suya. Parecía que había estado esperando siempre que eso sucediera.

Con una mano señaló hacia ella.

—Ve, ve hacia ella.

A Thanos no le convencía que le echaran de esa manera, pero debía admitir que Jeva tenía la idea correcta referente a ir tras Ceres. Fue hacia donde estaban ella y los demás y vio que estaba más seria de lo que esperaba.

Su padre se giró y le agarró la mano a Thanos.

—Me alegro de volverte a ver, chico —dijo—. Si tú no hubieras venido, las cosas podrían haberse complicado.

—Hubierais encontrado una solución —supuso Thanos.

—Ahora debemos encontrar nuestro camino —respondió Berin—. Aquí parece ser que cada uno quiere ir a un sitio diferente.

 

Thanos vio que Ceres asentía con la cabeza al escuchar aquello.

—Los combatientes piensan que debemos ir a los páramos libres y convertirnos en mercenarios —dijo ella—. Sartes está hablando de colarnos en el campo que rodea el Imperio. Yo pensé que quizás podríamos volver a la Isla de las Neblinas.

—Jeva estaba hablando de volver a su pueblo —dijo Thanos.

—¿Y tú? —preguntó Ceres.

Pensó en hablarle de las tierras de las montañas de las nubes, de su madre desaparecida y de la posibilidad de encontrarla. Pensaba en vivir en cualquier lugar, en cualquier lugar con Ceres. Pero entonces dirigió la mirada hacia Akila.

—Iré a donde vosotros vayáis —dijo—, pero no creo que Akila sobreviva a un largo viaje.

—Yo tampoco —dijo Ceres.

Thanos la conocía lo suficientemente bien como para saber que ya había pensado en algún lugar al que ir. A Thanos le sorprendía que no se hubiera puesto al mando todavía. Aunque podía imaginar el porqué. La última vez que se había puesto al mando había perdido Delos, primero ante Estefanía y, más tarde, ante los invasores.

—Está bien —dijo Thanos, alargando una mano para tocarle el brazo—. Confío en ti. Decidas lo que decidas, yo te seguiré.

Imaginaba que no sería el único. La familia de Ceres iría con ella, a la vez que los combatientes habían jurado seguirla, dijeran lo que dijeran sobre escapar a otro lugar en busca de aventuras. Y en cuanto a Jeva… bueno, Thanos no aseguraba conocer lo suficiente a la mujer para saber lo que haría, pero siempre podrían dejarla en algún lugar, si ella quería.

—No podemos alcanzar el barco de contrabando que te trajo a Delos —dijo Ceres—. Aunque supiéramos dónde está, esta pequeña barca no irá tan rápido como aquella. Y si intentamos ir muy lejos… creo que Akila no lo aguantará.

Thanos asintió. Él había visto la herida que la Primera Piedra le había ocasionado a su amigo. Akila había sobrevivido más que nada por la fuerza de voluntad, pero necesitaba un curandero, y pronto.

—Entonces ¿hacia dónde? —preguntó Thanos.

Ceres lo miró a él y después a los demás. Aún parecía casi asustada de decir lo que tenía que decir.

—Solo hay un lugar —dijo Ceres. Alzó su voz a un nivel en el que todo el barco pudiera escuchar—. Debemos ir hacia Haylon.

Su padre y su hermano empezaron a negar con la cabeza de inmediato. Incluso algunos de los combatientes no parecían estar muy contentos.

—Haylon no será seguro —dijo Berin—. Ahora que Delos ha caído, será un objetivo.

—En ese caso, debemos ayudarlos a defender —dijo Ceres—. Tal vez no habrá quien quiera quitárnosla si lo hacemos esta vez.

Eso tenía sentido. Delos había caído por muchas razones: el mismo tamaño de la flota de Felldust, la gente que no se había quedado para luchar, la falta de estabilidad mientras Estefanía llevaba a cabo su golpe. Quizás las cosas serían diferentes en Haylon.

—No cuenta con su flota —remarcó Thanos—. Convencí a la mayoría para que ayudaran a Delos.

Sintió una ola de culpa por ello. Si no hubiera convencido a Akila para que ayudara, mucha gente buena no estaría muerta, y Haylon tendría los medios para defenderse. Su amigo no estaría herido tumbado en la cubierta de su barco, esperando ayuda.

—Nosotros… escogimos venir —consiguió decir Akila desde donde estaba tumbado.

—Y si no tienen una flota, todavía hay más razones para intentar ayudarlos —dijo Ceres—. Todos vosotros, pensad, es el único lugar aliado de por aquí cerca. Frenó al Imperio cuando este era tan fuerte que Felldust no se atrevió a atacar. Necesita nuestra ayuda. Igual que Akila. Vamos a ir hacia Haylon.

Thanos no podía discutir nada de eso. Además, veía que aquello convencía a los demás. Ceres siempre había tenido la habilidad de hacerlo. Había sido su nombre, y no el de él, el que había traído al Pueblo del Hueso. Había sido ella la que había logrado convencer a los hombres de Lord West y a la rebelión. Cada vez que lo hacía lo impresionaba más.

Bastaba con que Thanos la siguiera a donde quisiera ir, a Haylon o más lejos. Por ahora su intento de encontrar su origen podía esperar. Lo que importaba era Ceres; Ceres y ocuparse del daño que Felldust provocaría si se extendía más allá de Delos. Lo había escuchado en los muelles de Puerto Sotavento: no sería un ataque rápido.

—Existe un problema si queremos ir a Haylon —puntualizó Sartes—. Para llegar hasta allí, deberíamos atravesar la flota de Felldust. Esa es la dirección de la que vienen, ¿cierto? Y no creo que estén todos posados en el puerto de Delos.

—No lo están —coincidió Thanos, pensando en lo que había visto en Felldust. Había flotillas enteras de barcos que todavía no habían partido hacia el Imperio; los barcos de las otras Piedras se habían quedado para ver lo que sucedería, o estaban allí para reunir provisiones para poderse unir al saqueo.

Serían una auténtica amenaza si su pequeña barca intentaba navegar hacia Haylon por la ruta directa. Simplemente sería cuestión de suerte si se encontraban a los enemigos por el camino, y Thanos no estaba seguro de que Ceres pudiera hacerlos desaparecer con su truco de nuevo.

—Tenemos que dar un rodeo —dijo—. Bordearemos la costa hasta que estemos lejos de cualquier ruta que ellos puedan tomar y, a continuación, llegaremos a Haylon por su lado más apartado.

Vio que los demás no estaban contentos con esa idea, y Thanos supuso que no era solo por el tiempo de más que implicaba. Sabía lo que aquella ruta significaba.

Jeva fue la que lo dijo.

—Tomar esa ruta nos llevaría al Pasaje de los Monstruos —dijo ella—. Probar suerte con Felldust podría ser mejor.

Thanos negó con la cabeza.

Si nos ven, irán a por nosotros. Por lo menos, de este modo, tenemos la oportunidad de pasar desapercibidos.

—También existe la posibilidad de que nos coman —puntualizó la mujer del Pueblo del Hueso.

Thanos encogió los hombros. No veía opciones mejores. No había tiempo para ir a ningún otro lugar y ningún camino mejor. Podían arriesgarse o esperar hasta que Akila muriera, y Thanos no abandonaría así a su amigo.

Ceres parecía sentir lo mismo .

—Iremos por el Pasaje de los Monstruos. ¡Levantemos la vela!

CAPÍTULO CINCO

Ulren, la Segunda Piedra, se acercaba a la torre de cinco lados con la relajada determinación de un hombre que ha tramado todo lo que podría suceder. A su alrededor, el polvo de la ciudad se arremolinaba en su habitual danza interminable, haciendo que deseara toser o taparse la boca. Ulren no hizo ninguna de las dos cosas. En este momento debía parecer fuerte.

Había guardias en las puertas, como siempre. Presumiblemente pagados por las cinco Piedras, pero que en realidad eran los hombres de Irrien. Por esa razón, cruzaron sus picas desafiantes, un pequeño recordatorio para cualquier Piedra inferior de cuál era su lugar.

—¿Quién anda ahí? —exclamó uno.

Ulren sonrió al escucharlo.

—La nueva Primera Piedra de Felldust.

Por un instante pudo ver la sorpresa en su mirada antes de que sus hombres salieran de entre el polvo con sus ballestas levantadas. No tenía el mismo peso en armas que Irrien o los astutos espías de Vexa, la riqueza de Kas o los amigos nobles de Borion, pero tenía suficiente de cada y ahora, por fin, tenía la valentía de usarlos.

Disfrutaba de ver que las flechas de las ballestas acertaron en el pecho de los guardias después de que estos lo hubieran retenido tantas veces. Era mezquino, pero en aquel instante debía ceder ante la mezquindad. En ese instante, debía hacer todo lo que siempre había deseado.

Abrió la puerta con su llave, entrando a la luz de la torre. ¿Qué decía de la ciudad el hecho de que el aire del interior, iluminado por quinqués y lleno de humo, fuera aún mejor que el del exterior? Aun así, hoy incluso eso parecía agradable.

—Sed raudos —les dijo a los hombres y las mujeres que le seguían—. Atacad con rapidez.

Se dispersaron, el negro de las lámparas atenuaba el brillo de sus armas. Cuando los guardias salieron de uno de los pasillos, se lanzaron hacia delante en silencio y atacaron. Ulren no se detuvo para observar la sangre y la muerte. Ahora mismo, nada de eso importaba.

Empezó a subir los tramos de escaleras que llevaban a la sala superior y que parecían no tener fin. Ya lo había hecho muchas veces y, en todas las ocasiones, había sido con la expectativa de que estaría allí como algo inferior, segundo o tercero o menos en una ciudad en la que la Primera de las Cinco era el único lugar que importaba.

Esta era la cruel broma de la ciudad, bajo el punto de vista de Ulren. Todos luchaban por estar arriba del todo, cinco trabajaban juntos, pero todo el mundo sabía que la Primera Piedra era el más fuerte. Hacía tanto tiempo que Ulren conspiraba para ser la Primera que ya no recordaba un tiempo en el que hubiera deseado otra cosa.

Había sido cauteloso, aunque siempre había sido suyo. Él había construido su poder, empezando con las tierras de su familia pero añadiendo más, cuidando sus recursos del mismo modo que un jardinero podría cuidar una planta. Había tenido paciencia, demasiada paciencia. Había trabajado hasta el límite para conseguir el asiento de la Primera Piedra.

Entonces apareció Irrien, y tuvo que tener paciencia de nuevo.

Las matanzas continuaban alrededor de Ulren, mientras él continuaba subiendo. Los sirvientes que vestían los colores de la Primera Piedra morían, derribados por sus hombres. Sin dudas, sin remordimientos. Felldust era una tierra donde incluso un esclavo de inocente apariencia podía llevar un puñal, con la esperanza de avanzar.

Un soldado que salió de entre las sombras lo atacó. Ulren forcejeó con él, buscando ventaja.

El hombre era fuerte, aunque tal vez solo era que la edad le pesaba. Ahora, a Ulren le dolía el cuerpo cuando estaba en la arena de entrenamiento en casa, y las esclavas que antes iban hacia él casi por su propia voluntad ahora tenían que esconder sus miradas de asco y consternación. Había días en los que entraba en una sala y apenas podía recordar por qué se había tomado la molestia.

Pero no había perdido nada de su astucia. Se giró con la fuerza del ataque del otro hombre enganchándolo con el pie por detrás de la pierna y empujándolo con todas sus fuerzas. El soldado tropezó y se cayó, bajó las escaleras de caracol que subía por la torre de cinco lados dando vueltas sobre sí mismo. Ulren dejó que sus guerreros acabaran con él. Bastaba con no haber parecido débil.

—¿Está todo en su lugar en el resto de la ciudad? le preguntó a Travlen, el sacerdote que había dejado la orden paracaminar a su lado.

—Sí, mi señor. Mientras hablamos, sus guerreros están atacando a la gente de Irrien que queda en la ciudad. Algunos de los que tenían negocios se han ofrecido para pasarse a su lado, y me dicen que, con los que no lo han hecho, la matanza ha sido suficiente como para satisfacer a los dioses.

Ulren asintió.

—Eso está bien. Acepta a los que deseen unirse a nosotros y, a continuación, ocúpate de quién puede sustituir a los que los gobiernan. No tengo tiempo para traidores.

—Sí, mi señor.

—Dios mío —dijo Ulren—, ¿no terminan nunca estas escaleras?

Otro hombre hubiera pensado en cambiar el centro del poder de Felldust una vez tuviera su control, pero Ulren sabía que era mejor no hacerlo. En una tierra como esta, la tradición tan solo era una forma más de mantener el control.

Llegaron a la planta más alta, donde los sirvientes y los esclavos cortaban fruta y llevaban agua, a la espera de cualquier antojo de las otras Piedras. Ulren se quedó allí, con sus guerreros desperdigados a su alrededor.

—¿Hay esclavos o sirvientes de la Primera Piedra aquí? —exigió.

Algunos dieron un paso adelante. ¿Cómo iban a hacer otra cosa? Irrien los había abandonado aquí. Tal vez, querría encontrarlos en el mismo lugar cuando regresara. Tal vez, sencillamente no le importaba. Ulren examinó a los hombres y mujeres que estaban allí. Imaginó que Irrien estaría disfrutando del miedo de sus rostros ahora mismo. Había pasado el tiempo suficiente cerca de la Primera Piedra para saber exactamente qué tipo de hombre era su rival.

A Ulren, sencillamente, le daba igual.

—Desde este momento, todos vosotros sois mis esclavos. Mis hombres decidirán a cuáles de vosotros vale la pena mantener y cuáles serán entregados a los templos para el sacrificio.

 

—Pero yo soy un hombre libre —se quejó uno de los sirvientes.

Ulren fue hacia allí y lo apuñaló con una espada serrada, desde el esternón hasta que salió por la espalda.

—Un hombre libre que escogió el bando equivocado. ¿Alguien más desea morir?

En su lugar, se arrodillaron. Ulren los ignoró, se dirigió hacia las grandes puertas dobles que marcaban la entrada principal a la sala del consejo. Había otras entradas, una para cada una de las Piedras. Su propósito era mostrar su independencia. Realmente, les proporcionaba un modo de escapar si era necesario.

Pero no pensaba que ellos escaparan de esto. No si él hacía las cosas bien. Ulren hizo una señal a su gente para que no pasaran y esperaran. Había modos de hacer estas cosas. Era algo que Irrien jamás había entendido, al ser un bárbaro del polvo. Esta era una ventaja que la Segunda Piedra tenía por encima de la Primera, y él intentaba sacarle el mayor provecho.

Extendió la mano y uno de los sirvientes le pasó su túnica de alto cargo oscura. Ulren se la puso por encima, con la capucha hacia atrás y se dirigió hacia las puertas. La espada sangrienta todavía estaba en su mano. Era mejor dejar claro de qué iba esto.

Fue hacia una de las ventanas altas que había allí y echó un vistazo a la ciudad. Con el polvo era difícil ver algo, pero podía imaginar qué estaba sucediendo allá abajo. Los guerreros se estarían desplazando por las calles, capturando a los que Irrien había dejado atrás. Los pregoneros les seguirían, anunciando el cambio. Los matones les estarían diciendo a los comerciantes a quién debían sus impuestos ahora. La ciudad estaba cambiando bajo ese polvo, y Ulren se había asegurado de que cambiaría a su manera.

Aun así, iba con cuidado. Una vez ya había estado dispuesto a tomar el asiento de la Primera Piedra. Había preparado a los mercenarios más fuertes, se había abastecido de secretos, para encontrarse con un engreído que tomó el trono antes de que él pudiera llegar hasta él.

¿Quién era la Primera Piedra por aquel entonces? ¿Maxim? ¿Thessa? Era difícil recordarlo, el gobierno de la ciudad había cambiado muy a menudo durante aquellos días. Lo único que importaba era que Irrien había venido y se había llevado lo que debía ser suyo. Ulren había sobrevivido aceptándolo. Ahora, la Primera Piedra se había excedido y era el momento de hacer algo más.

Entró en la sala donde las Cinco Piedras tomaban sus decisiones. Los demás ya estaban allí, tal y como él esperaba que fuera. Kas se acariciaba su barba en forma de tridente preocupado. Vexa estaba leyendo un informe. Borion tenía la bravuconería de un hombre que sabía que había problemas.

—¿De qué se trata? —preguntó.

Ulren no malgastó el tiempo con cumplidos.

—He decidido retar a Irrien por su asiento.

Observó las reacciones de los demás. Kas continuó acariciándose la barba. Vexa levantó una ceja. Borion fue el que más reaccionó, pero Ulren ya lo esperaba. ¿De cuántos contrincantes había alertado Irrien al vanidoso? ¿Cuántas veces había ayudado al hombre con sus deudas de juego?

—Irrien no está aquí para retarle —puntualizó Borion.

Como si no hubiera un precedente para ello. ¿Pensaba que Ulren no había visto todas las transformaciones del consejo en el tiempo que llevaba como una de sus Piedras?

—Entonces esto debería hacerlo más fácil, ¿no es cierto? —dijo Ulren. Se adelantó para tomar el asiento de Irrien.

Ante su sorpresa, Borion se puso delante de él y desenfundó una espada fina.

—¿Y tú crees que te proclamarás a ti mismo Primera Piedra? —dijo—. ¿Un anciano que tomó su posición hace tanto tiempo que nadie puede recordarlo? ¿Qué mantiene el lugar de Segunda Piedra sobre todo porque Irrien no quiere interrupciones?

Ulren se dirigió hacia un espacio abierto del suelo, se despojó de su túnica formal y se rodeó un brazo con ella de forma holgada.

—¿Crees que me aferro a eso? —dijo—. ¿De verdad quieres probarme, chico?

—Lo he querido durante años, pero Irrien siempre me decía que no —dijo Borion. Levantó su espada con la postura de un duelista. Ulren sonrió al ver eso.

—Esta es la última oportunidad que tienes para vivir —dijo Ulren, aunque lo cierto es que esto fue después del momento en que el hombre levantara la espada contra él. —Fíjate que Kas y Vexa tienen más sensatez como para no intentarlo. Aparta tu arma y toma tu asiento. Incluso deberías poder escalar una posición.

—¿Por qué escalar una cuando puedo matar a un anciano y escalar tres? —replicó Borion.

Se lanzó hacia delante y Ulren tuvo que admitir que el chico era rápido. Seguramente Ulren había sido más rápido en su juventud, pero de aquello hacía mucho tiempo ahora. Sin embargo, había tenido el tiempo suficiente para aprender las técnicas de la guerra, y un hombre que calculaba bien la distancia no necesitaba para nada ser rápido. Hizo un barrido con su túnica enrollada para girar y enredarse con la espada de Borion.

—¿Esto es lo único que tienes, anciano? —exigió la Quinta Piedra—. ¿Trucos?

Ulren rio al escuchar eso y, a continuación, atacó en el centro. Borion fue lo suficientemente rápido para saltar hacia atrás, pero sin que la espada de Ulren le arañara el pecho.

—No subestimes los trucos, chico —dijo Ulren—. Un hombre sobrevive como puede.

Se echó hacia atrás, a la espera.

Borion se lanzó a toda prisa. Evidentemente, se lanzó a toda prisa. Los jóvenes reaccionaban, se movían de acuerdo con sus emociones. No pensaban. O no pensaban lo suficiente. Borion intentó una medida de astucia, con fintas que Ulren ya había visto cien veces. Este era el peligro de ser joven: pensabas que habías inventado cosas que habían matado a muchos hombres antes que tú.

Ulren se apartó y lanzó su túnica sobre el joven al pasar con su verdadero golpe. Borion sacudía la tela para intentar sacársela de encima y, en aquel momento, Ulren atacó. Se acercó, agarró el brazo de Borion con fuerza para que no pudiera resistirse con su espada y empezó a apuñalarlo.

Lo hacía de forma metódica, regularmente, con la paciencia que había forjado tras años de lucha. Ulren veía que la sangre se filtraba por la túnica con la que estaba envuelto Borion, pero no se detuvo hasta que el hombre cayó. Había visto a hombres recuperarse de la peor de las heridas. No iba a correr ningún riesgo.

Se quedó allí, respirando con dificultad. Ya le había costado bastante subir todas las escaleras. Al matar a un hombre parecía que sus pulmones podían explotar por el esfuerzo, pero Ulren lo ocultó. Fue hacia el asiento de Irrien y primero se colocó detrás de él.

—¿Alguno de vosotros desea oponerse? —preguntó a Kas y a Vexa.

—Solo al caos —dijo Kas—. Pero imagino que los esclavos están para estas cosas.

—¡Viva la Primera Piedra! –dijo Vexa, sin especial entusiasmo.

Era un momento de triunfo. Era más que eso, era un momento hacia el que Ulren había trabajado durante años. Ahora que había llegado, realmente se le hacía extraño sentarse en el asiento de la Primera Piedra, mientras se dejaba caer sobre su granito.

—Ya he cogido los intereses de Irrien —dijo Ulren. Hizo una señal con la mano en dirección a Borion—. Pero no dudéis en serviros del chico.

Lo harían. Ulren no tenía ninguna duda de que lo harían. Al fin y al cabo, así era esta ciudad.

—Y, evidentemente, necesitaremos nuevas Cuarta y Quinta Piedras —dijo Ulren.

Eso debería haberles dado pie para subir una posición. Pero ninguno de los dos lo hizo. Conservaron los asientos por los que habían luchado, dejando vacío el asiento de la Segunda Piedra. Ulren no estaba seguro de que aquello le gustara, aun cuando podía comprender el miedo que había detrás. No iban a ir a por su nuevo asiento, pero esto era una señal de que no pensaban que esto estuviera decidido y no iban a aceptar la nueva orden.

Se estaban conteniendo del mismo modo que lo hicieron cuando Irrien llegó al poder.

No solo eso, actuaban como si esto no hubiera terminado.

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