Kitabı oxu: «Postmodernismo y metaficción historiográfica. (2ª ed.)», səhifə 6

Şrift:

Por supuesto, este recorrido argumental deja de lado un gran número de situaciones y personajes. Una descripción exhaustiva de los mismos nos llevaría a una reescritura de la novela. El presente esquema, por otra parte, no pretende tampoco reflejar con exactitud el contenido de la obra. Por ejemplo, se pone en forma cronológica lo que en la novela se presenta como una sucesión de flashbacks y narraciones entrecortadas y se establecen conexiones que la obra solo sugiere sutilmente. Mi intención es presentar inicialmente la síntesis de una posible interpretación sobre la cual se llevará a cabo el análisis de los motivos metaficticios e historiográficos de la novela de Fuentes. Dicho análisis se organizará en torno a las tres grandes partes en que aparece dividida la novela.

En “El viejo mundo” se discuten las estructuras monolíticas del poder representadas en la figura del Señor y en el palacio-necrópolis del Escorial. El correlato historiográfico de esta primera parte lo constituye la España autoritaria, fúnebre y dogmática que abarca desde la expulsión de los judíos en 1492 hasta la muerte de Francisco Franco. El foco se sitúa en la España imperial y, en particular, en el reinado de Felipe II. En “El mundo nuevo” se analiza la reinvención que Fuentes lleva a cabo de los mitos prehispánicos y de las crónicas de la conquista. Finalmente, “El otro mundo” contempla todos aquellos movimientos de oposición presentes en Terra Nostra y, en especial, el poder herético de la imaginación representado en la figura del estamento intelectual (escritores, artistas, y científicos) y en la metáfora autorreflexiva del Teatro de la Memoria de Valerio Camillo. Cada una de estas tres partes se divide, asimismo, en tres secciones. La primera comenta la selección de motivos historiográficos en la novela a la luz de la obra total del propio Fuentes y en relación con las fuentes documentales empleadas por el novelista. En la segunda se lleva a cabo el análisis propiamente textual de los temas historiográficos escogidos, y en la tercera se comentan esos mismos temas a la luz de las metáforas autorreflexivas presentes en cada una de las partes y en relación con el proyecto general del autor.

“El viejo mundo”

En su ensayo sobre Cervantes, Fuentes especifica las tres grandes fechas que configuran las coordenadas temporales de Terra Nostra: 1492, 1521 y 1598 (1976: 36). La primera de estas fechas, 1492, hace alusión a cuatro acontecimientos que habrían de cambiar el panorama histórico y cultural de la España renacentista: la expulsión de los judíos, la caída de Granada, el “descubrimiento” del Nuevo Mundo y la publicación de la primera gramática castellana. La expulsión de los judíos y la persecución de los falsos conversos supuso el fin de una fructífera coexistencia multicultural de siete siglos. Pero, como señala Fuentes, dicha expulsión no solo significó un trauma cultural, sino que también tuvo graves implicaciones para el futuro económico de España. Los judíos estaban a la vanguardia del cambio económico del país. Ocupando puestos clave de la economía nacional (banqueros, prestamistas, comerciantes, administradores, recaudadores y embajadores), constituían, según Fuentes, “la cabeza de lanza de la naciente clase capitalista de España” (1976: 39). Su expulsión tuvo lugar en el momento en que más se habría de necesitar su ayuda: cuando, terminada la Reconquista de la península tras la caída del reino moro de Granada, el afán expansionista de los Reyes Católicos apuntó hacia nuevos horizontes. Las empresas transoceánicas de la monarquía española, aceleradas desde el descubrimiento del Nuevo Mundo ese mismo año, y su expansionismo europeo habrían de necesitar de un financiamiento permanente que se buscó paradójicamente en las potencias extranjeras que constituían sus rivales políticos y económicos. La publicación de la gramática de Antonio de Nebrija (primera gramática de una lengua europea) tuvo, asimismo, una importancia fundamental en el proyecto unificador de Isabel y Fernando, pues la lengua castellana era concebida por primera vez, no solo como vehículo de comunicación oficial en la península, sino también como instrumento de dominación imperial (Elliott 1963: 128). Los cuatro acontecimientos mencionados apuntan hacia un objetivo primordial del reinado de los Reyes Católicos: el afianzamiento de la unidad nacional y la creación de las bases para el futuro imperio español.

El proyecto imperial de la monarquía no habría de consumarse hasta el reinado de Carlos V. Bajo su reinado, en 1521, se producen dos hechos simultáneos de interés especial para Fuentes: la conquista de México acaudillada por Hernán Cortés y la represión de la rebelión de las Comunidades de Castilla. La marcha de los conquistadores españoles sobre la capital del imperio azteca es uno de los temas centrales de la segunda parte de Terra Nostra. El alzamiento y represión del movimiento comunero, por su parte, es presentado por Fuentes en “El otro mundo” (tercera parte) y es objeto de análisis en sus ensayos, especialmente en Cervantes (CCL 53-60) y The Buried Mirror (BM 153-4). La fecha de 1598, por último, alude a la muerte de Felipe II y, por tanto, al ocaso del imperio español que habría de dar lugar a formas cada vez más degradadas de organización política. La forma en que, como veremos, Fuentes presenta estos acontecimientos históricos va configurando progresivamente su gran visión histórica del mundo hispánico. En concreto, subraya las dificultades de la modernidad para penetrar en suelo español y, por extensión, en Hispanoamérica. La entrada de la modernidad fue obstaculizada, pues, a varios niveles: económico, mediante la expulsión de los judíos; político, mediante la represión del movimiento comunero; y religioso, mediante la represión sistemática del pensamiento heterodoxo. La conquista de América supuso, por tanto, la exportación a nivel oficial de un modelo caduco y deficiente que se encontraba más cerca del oscurantismo medieval que de la apertura del pensamiento que supuso el Renacimiento europeo, pero también significó la entrada en América de una realidad tricultural que permaneció oculta y en oposición a la política oficial de persecución religiosa (BM 88).

Contexto histórico

Para entender la figura del Señor en Terra Nostra es necesario revisar la visión del reinado de los Austria que Fuentes presenta en sus ensayos. Según el novelista, Carlos V introdujo en España el ideal expansionista del Sacro Imperio Romano Germánico. Este concepto de un estado central de dimensiones continentales, unido al esfuerzo unificador de los Reyes Católicos, acabó con las tendencias pluralistas y democráticas de una España medieval en tránsito hacia la modernidad y en busca de un compromiso entre sus culturas y formas de gobierno autónomo (CCL 53).

En su retrato de la personalidad de Carlos V, Fuentes ofrece detalles que ayudan a comprender la personalidad del Señor. En The Buried Mirror comenta la naturaleza dual del emperador, al que describe como seguro e inseguro, duro y gentil, divido por sus alianzas nacionales y atrapado entre su educación erasmista, que le llevaba a buscar la conciliación, y su inclinación imperial que le obligaba a presentar batalla a sus enemigos declarados (las naciones indígenas, el imperio otomano, Francia y el protestantismo alemán). Agotado por los problemas políticos de su reinado, Carlos V se retiró al monasterio de Yuste, donde, rodeado de relojes y tras ensayar su propio funeral, murió en 1558 (BM 155).25

La subida al trono de Felipe II se produjo en un momento en que España se veía necesitada de cambios urgentes. No solo no se produjeron estos cambios, sino que se agravaron los problemas políticos y económicos. En lugar de modernizar las formas del poder Felipe II demostró a lo largo de su reinado una “voluntad suicida de mantener inmóvil la estructura orgánica del imperium medieval” (Fuentes 1976: 63). En lugar de abrirse a las reformas iniciadas en gran parte de Europa por el Renacimiento, España se aisló progresivamente del resto de Europa. De hecho, la orientación imperial de la corona dejó de ser europea (como al fin y al cabo lo había sido bajo Carlos V), para pasar a dirigir sus esfuerzos a la expansión transatlántica.26 En Europa se sucedieron, sin embargo, las campañas militares, pero el objetivo de las mismas era más estratégico y religioso (lucha contra las herejías y el protestantismo), que propiamente económico. La forma de financiación del imperio tampoco cambió sustancialmente. A las deudas contraídas por Carlos V con banqueros y prestamistas del norte de Europa se sumaron las de su hijo Felipe II, alcanzando niveles desproporcionados que solo pueden explicarse en función del oro y la plata que fluía constantemente del Nuevo Mundo y que servía para pagar tanto los intereses de los prestamos como los bienes manufacturados procedentes de los centros industriales de los Países Bajos. Como resultado se produjo una acumulación de capital sin precedentes en el norte de Europa, que habría de tener trágicas consecuencias para la economía española e hispanoamericana. España estaba financiando indirectamente la Europa protestante a la que pretendía combatir, pero lo peor de todo es que estaba endeudándose con las potencias extranjeras sobre la insegura base de extracción de metales preciosos en las Américas. Como señala el propio Fuentes, “Spain became the colony of capitalist Europe, and we in Spanish America became the colony of a colony” (1992: 157).

De acuerdo con la versión histórica de Fuentes, el final del reinado de Felipe II reproduce los últimos años de Carlos V. Como su padre, Felipe II se aisló finalmente tras las paredes de un monasterio.27 En medio de la Sierra de Guadarrama erigió un inmenso monumento a la ortodoxia de la fe, que además habría de servir de mausoleo de los reyes de España y de memorial por la victoria sobre los franceses en San Quintín (1557). Rodeado de cadáveres reales y reliquias de santos coleccionadas por toda Europa, Felipe II pasó sus últimos años, según Fuentes, sumido en la soledad y la duda. El retrato de Felipe II que el novelista mexicano nos presenta en sus ensayos incide en la misteriosa personalidad del monarca, concediendo especial atención a su carácter inseguro, su extraordinaria capacidad de trabajo, su espíritu burocrático, su vida ascética y su atroz muerte excrementicia (BM 157-64).

Los reinados de Felipe III, Felipe IV y Carlos II son contemplados por Fuentes como el comienzo de la ruina política de España. Durante esta época, el país se convierte en una nación de mendigos en la que se suceden las bancarrotas. En la descripción del declive de la dinastía de los Austria en España, Fuentes hace hincapié en la decadencia física de los monarcas que se manifestaría en rasgos biológicos que van desde el prognatismo apreciable en Carlos V hasta el retraso mental de Carlos II, llamado eufemísticamente el Hechizado. Pero en medio de esta degradación generalizada, se produjo, paradójicamente, un florecimiento cultural: el llamado “Siglo de Oro” español. La obra de Velázquez, El Greco, Zurbarán y Murillo, en las artes visuales, Lope de Vega y Calderón de la Barca, en el teatro, y Quevedo y Góngora, en la poesía, lleva a Fuentes a recordar como en los momentos de decadencia y corrupción se dan a veces las más altas cuotas de creatividad (BM 169).28

La historia en la novela

Como en el resto de Terra Nostra, la visión historiográfica que presenta “El viejo mundo” no busca reflejar objetivamente la realidad histórica o usarla como simple trasfondo de una trama ficticia. El proyecto historiográfico de Fuentes apunta, en cambio, hacia una reescritura del pasado que permita iluminar las áreas oscuras de la historia oficial. En el caso de “El viejo mundo”, se busca una explicación al origen de las formas de poder que dominan la esfera política del mundo hispánico moderno. Recordemos que en el momento de producción de Terra Nostra (1969-1974), España e Hispanoamérica vivían o bien bajo regímenes militares totalitarios, o bien en frágiles democracias donde las formas de representación popular estaban supeditadas a los intereses y voluntad de las oligarquías dominantes y del capital extranjero. Esta primera parte de la novela indaga precisamente en las raíces de esta situación, es decir, en el momento en que se crearon las bases para la actual condición de dominio y dependencia que padecen los países de habla hispana. Para ello sitúa la acción principal de la novela en la España de los Austria, periodo en el que la península alcanza su cenit imperial y la América latina comienza a sufrir los efectos de una colonización deficiente.

De entre la multitud de personajes y voces que se entrecruzan en esta primera parte de la novela, es el Señor quien recibe un trato preferente. Aunque este personaje compendia rasgos de los diferentes miembros de la dinastía de los Austria,29 Fuentes crea la figura del Señor sobre la base de Felipe II, con algunos elementos de Carlos V. De este último se adoptan ciertos datos biográficos extravagantes (su nacimiento accidental en una letrina de Gante, su alcoba tapizada de negro o sus últimos días dedicados a la reparación de relojes y al ensayo de su propio funeral), así como elementos de gran relevancia histórica, como la represión del movimiento comunero o la conquista de México llevada a cabo bajo su reinado. De Felipe II, se toman su carácter meticuloso y su gusto por la burocracia, su personalidad insegura, su ascetismo, la implacable lucha contra la heterodoxia religiosa y la melancolía de sus últimos años. La descripción de los rasgos físicos del Señor se corresponde con la de ambos monarcas (prognatismo, mandíbula colgante, hemofilia, sífilis). La vida retirada del Señor en su palacio necrópolis repite, asimismo, el legendario aislamiento de Carlos V en el monasterio de Yuste y el de Felipe II en El Escorial. La construcción del gran monumento del Escorial está obviamente tomada de la vida de Felipe II y de las numerosas obras sobre el tema que Fuentes cita en la “bibliografía conjunta” incluida en Cervantes.30 De igual modo, la muerte excrementicia del Señor rememora la terrible agonía de Felipe II y en algunos detalles llega incluso a anunciar la de Francisco Franco.31

Pero muchos de los elementos en la caracterización del Señor son de naturaleza puramente fantástica. La compresión de un largo periodo histórico en una sola generación tiene como resultado la alteración de las cronologías. América es descubierta un siglo después. El Señor, representado principalmente como Felipe II, es el hijo de Felipe El Hermoso y de Juana la Loca, cuando en la realidad lo fue de Carlos V e Isabel de Portugal. La vivencia directa de las herejías que el Señor tiene durante su juventud carece de toda fundamentación histórica. Asimismo, la batalla que dio origen a la creación del Escorial (la batalla de San Quintín), descrita en el capítulo 2, no fue contra las herejías, como se afirma en la novela, sino contra Francia.32 En la novela el Señor contrae matrimonio con Isabel Tudor, pero nunca llega a consumarlo. Agraviada por el trato excesivamente cortés que recibe de su marido, Isabel, representada como una ninfómana, regresa a Inglaterra, donde prepara la destrucción de la Armada Invencible.33 El elemento fantástico en la caracterización del Señor culmina con su transformación final en un lobo, como resultado de la maldición que pesa sobre su dinastía.

Como el resto de los personajes que pueblan Terra Nostra, el Señor es, pues, un compendio de varias figuras históricas y de elementos puramente fantásticos. Fuentes recurre tanto al collage historiográfico como a la fabulación literaria para caracterizar a un personaje que, si bien evoca inicialmente al “solitario del Escorial”, nos remite en última instancia a todo un conjunto de tendencias retrógradas que forman parte de la memoria colectiva de los pueblos hispánicos. En él se condensa el oscurantismo y la ortodoxia a todos los niveles: político, religioso y cultural.

Desde el punto de vista político, el Señor representa el poder autoritario concentrado en la figura del monarca absoluto. Su visión de sí mismo como el Rey, el único, le lleva a no tener descendencia, erigiéndose así en último monarca de su dinastía. El Señor aparece permanentemente envuelto en una lucha obsesiva contra todo lo que amenaza su autoridad. Las nuevas ideas y descubrimientos son negados por decreto ley. Los tres náufragos, sus hermanos, que representan la amenaza de la sucesión, son confinados en su gran mausoleo. Los disidentes, como Miguel de la Vida y el Cronista, son aniquilados o condenados a galeras. Sin embargo, el Señor fracasa en sus intentos por mantener la realidad bajo su control. Su poder va menguando a medida que transcurre la novela. De hecho, Terra Nostra es, en muchos sentidos, la radiografía de un poder moribundo. Desde la primera vez que aparece en la novela (en una cacería en la que sus vasallos ignoran sus órdenes), asistimos a la impotencia de un monarca vencido por los acontecimientos, derrotado por una realidad que es incapaz de comprender. Mediante la representación de esta progresiva pérdida de poder político y personal, Terra Nostra representa a nivel inmediato, la decadencia del imperio español que empieza a percibirse durante el reinado de Felipe II, pero a un nivel más profundo la novela dramatiza el fracaso de los sistemas imperiales en su afán por someter la realidad bajo su control. Una de las lecciones que se desprenden de Terra Nostra es que el poder, como sugiere Foucault, no es una propiedad sino una estrategia, no es un privilegio que alguien pueda poseer, sino una dinámica red de relaciones que está permanentemente en tensión (1977: 26).

A nivel religioso, la visión del mundo que representa el Señor es heredera del pensamiento teocéntrico medieval. A diferencia del resto de Europa, donde, según Fuentes, se produjo una “coincidencia victoriosa del pensamiento crítico, expansión capitalista y reforma religiosa” (CCL 33), la España de Felipe II seguía sujeta a la “perspectiva jerárquica y unitaria” (TN 625) propia de la escolástica. De acuerdo con tal perspectiva, sistematizada por Tomás de Aquino, la ley humana debe basarse en la ley natural, que es a su vez la imagen perfecta de la ley divina. En esta cosmovisión, el Estado tiene que subordinarse a las directrices de la Iglesia, por ser esta la única que puede facilitar el fin último del hombre: su unión con Dios.34 Fuentes convierte al Señor en portavoz del tomismo. A lo largo de una disquisición teológica entre el Señor y Ludovico, el primero establece los principios de esta concepción del mundo medievalizante: “El libro de Dios solo puede leerse de una manera: cualquier otra es locura”; “la visión del mundo es única”; “todas las palabras y todas las cosas poseen un lugar para siempre establecido y una función precisa y una correspondencia exacta con la eternidad divina”.

En la esfera cultural, el Señor se opone a la revolución estética del perspectivismo renacentista o a la amplitud de miras que representó el humanismo erasmista. Las revoluciones científicas que triunfan en Europa no tienen cabida en el mundo inmóvil del monarca. Para él, la tierra sigue siendo el centro del universo, y no es redonda sino plana. Al tener noticias de un Nuevo Mundo, decreta su inexistencia. El Señor defiende una unidad imposible en un mundo dominado por la multiplicidad y la expansión de los horizontes tanto físicos como intelectuales.

Ante el fracaso de sus cruzadas en defensa de la ortodoxia total, el Señor ordena la construcción de una fortaleza que sirva de microcosmos de su mundo caduco. Su fortaleza deviene en última instancia necrópolis, no solo porque es su propio mausoleo, sino por su misma condición de museo de lo inerte: el Señor embalsama y amortaja la realidad de España que busca aprisionar entre las paredes de su palacio. En una última fantasía necrofílica intenta superar el hecho mismo de la muerte y lo consigue, puesto que llega a gobernar literalmente desde una tumba, El Escorial, asistiendo a su propia descomposición, en una alusión al hecho histórico de su prolongada agonía. La ironía final de la novela consiste en que su gobierno absoluto y eterno está circunscrito, como su palacio, al mundo de la muerte, de ahí que cuando ascienda la escalera que comunica su palacio con el mundo del futuro se vea a sí mismo en otro mausoleo, El Valle de los Caídos, la tumba que Franco se hizo construir en vida. El único futuro que parece reservado a este sombrío monarca es el eterno vagar por un laberinto interminable de necrópolis.

Estructura especular

Hasta aquí se han comentado algunos de los intertextos historiográficos que conforman el marco referencial de “El viejo mundo”. Sin embargo, la discusión del aspecto referencial de una novela como Terra Nostra requiere, asimismo, el análisis de su naturaleza autorreflexiva, es decir, la tendencia de la novela a presentar abierta y sistemáticamente su condición de artificio narrativo. No podemos olvidar el doble movimiento en espiral, centrífugo y centrípeto, que caracteriza la metaficción historiográfica. A la reflexión sobre las áreas oscuras de la realidad histórica se suma la meditación sobre los mecanismos de representación de la ficción y de la historia. La novela despliega un laberíntico diseño especular en el que los espejos de la ficción capturan imágenes de la realidad exterior, pero también reflejan la realidad interior que ellos mismos ayudan a formar.

Dentro del mundo interior que va configurándose en la primera parte de Terra Nostra, Fuentes recurre a una organización dualista en la que cada elemento se define por oposición a su contrario. A la visión genésica que abre el primer capítulo, se opone el apocalipsis parisino que ese mismo capítulo describe;35 el caos y dinamismo de estas imágenes iniciales se oponen al orden estático de la España de Felipe II, que la novela presenta en el capítulo siguiente; a la ortodoxia empecinada del monarca español, se opone, a su vez, el mundo de las herejías descrito en el capítulo 3 (“Victoria”). La lista sería interminable, pero pronto empieza a vislumbrarse un patrón común a todas estas oposiciones: el enfrentamiento entre el mundo del poder representado por el Señor y el mundo de la imaginación emblematizado por el pensamiento heterodoxo. Aunque en “El viejo mundo” se dan cita ambos universos en conflicto, el énfasis recae en la representación de la maquinaria autoritaria que rodea al Señor. Habrá que esperar hasta la tercera parte, para comprender el desafío que suponen en la novela la heterodoxia política, religiosa y cultural.

Varios elementos metaficticios sirven de correlato a la reflexión sobre el poder que se lleva a cabo en “El viejo mundo”. De entre ellos, el más sobresaliente es sin duda el palacio-necrópolis del Escorial. Los críticos han señalado frecuentemente el valor del Escorial como metáfora del proyecto estético al que se opone la novela.36 Concebido como materialización arquitectónica del espíritu de la Contrarreforma y como mausoleo de los reyes de Castilla, el Escorial es el monumento de Felipe II a la ortodoxia de la fe y al culto hispánico de la muerte. El Escorial funciona, aparentemente, como mise en abyme en negativo de la visión del mundo que Fuentes propugna en Terra Nostra. Este lúgubre mausoleo representa, para el novelista mexicano, todo lo peor de la herencia española: el ascetismo desproporcionado, el oscurantismo religioso, la negación de la sensualidad, la visión unívoca y autosuficiente del universo, el aislamiento del mundo exterior, la pureza incontaminada de las formas y las ideas, el inmovilismo recalcitrante y la ausencia de lo diferente y extravagante.

En el capítulo 35 (“Duerme el Señor”), un sueño del monarca permite caracterizar con más detalle la naturaleza totalizadora y opresiva del palacio-necrópolis, y lo hace a través de una de las complejas estructuras especulares que pueblan Terra Nostra. Tras ingerir un narcótico, el Señor cae en un profundo sopor. En su sueño, se ve a sí mismo dentro de un paisaje fantástico, transposición onírica de la geografía donde se levanta El Escorial. Acosado por “águilas y azores”, busca desesperadamente una salida a una realidad que se presenta como laberíntica y carcelaria: “el valle era una prisión al aire libre, un solo vasto y profundo calabozo de escarpados muros”.37 En su pesadilla, el monarca se sueña escindido en tres hombres diferentes. Al aproximarse al primero, ve reflejados en cada uno de sus ojos (o “ventanas”) escenas de muerte y destrucción que ocurrieron en su adolescencia. En el rostro del tercero se reconoce a sí mismo en un viejo tendido al sol y en proceso de descomposición. Reintegrado a su yo original, como el actual Señor atormentado por la pesadilla, finaliza su sueño con una nueva visión de un universo carcelario, dominado por la esterilidad: “Alta cárcel, helado sol, carne de cera, carnicería, el soñador sollozó: ¿dónde, mis hijos; a quién heredar lo que yo heredé?” (TN 145).

La pesadilla del Señor sintetiza los dos tipos básicos de mise en abyme discutidos por Dällenbach (1989): la mise en abyme del enunciado y de la enunciación. Se trata de una mise en abyme del enunciado, por cuanto resume acontecimientos presentados anteriormente (adolescencia del Señor y matanza del alcázar) y adelanta otros que tendrán lugar después (muerte y descomposición del monarca y ulterior metamorfosis en lobo). Pero también es una mise en abyme de la enunciación, ya que el pasaje refleja aspectos de la producción y recepción del texto. El sueño nos presenta al creador megalómano atrapado en el laberinto de su propia creación: una obra monumental, pero estéril, en la que solo tienen cabida el miedo, la violencia, y la degradación. Igualmente, el Señor se revela también en este pasaje como lector que fracasa en su intento de producir significado. Incluso su propia realidad monolítica se resiste a sus interpretaciones unívocas. Como ocurre en numerosos momentos de la novela, sus intentos de establecer conexiones entre los múltiples acontecimientos fracasan en última instancia, provocándole ansiedad y desconcierto.

A la esterilidad del poder representada en la pesadilla del Señor, Fuentes opone la fecundidad de la imaginación, adscrita a la esfera del arte. Esta contraposición tiene su desarrollo desde el comienzo de “El Viejo mundo”. En el capítulo 8 (“Todos mis pecados”), el Señor contempla un tríptico anónimo traído de Orvieto (luego sabremos que se trata de una obra de Fray Julián). Las descripciones del retablo, consistentes en momentos de la vida de Cristo y que se incluyen bajo el epígrafe “El cuadro”, alternan con pasajes en que se comenta la arquitectura del Escorial, y que aparecen bajo el epígrafe “El palacio”. “El cuadro” y “El palacio” se constituyen en una nueva oposición que incorpora, a su vez, una larga serie de binomios: heterodoxia / ortodoxia; antropocentrismo / teocentrismo; hedonismo / ascetismo; afirmación del presente / negación del tiempo; perspectivismo / bidimensionalidad; dinamismo / estatismo; metamorfosis / fijeza; mundo abierto / mundo sellado.38 El cuadro incorpora elementos del programa estético de Fuentes. El palacio, por el contrario, se presenta, de nuevo, como antítesis de aquel.

Muchos de los elementos que aparecen fugazmente presentados aquí adquieren mayor consistencia en otros momentos de la novela. Por ejemplo, la historia del cuadro confirma su condición proteica frente a la fijeza de las formas del palacio. En el capítulo 132 (“Quinta jornada”) Fray Julián disuelve las formas del cuadro con un espejo mágico y estas reaparecen en el Nuevo Mundo sometidas a nuevas combinaciones. El lienzo ahora vacío se llenará de formas diferentes que poco a poco irán concretizando una nueva obra, que por la forma en que es descrita sugiere el Jardín de las delicias de El Bosco. Frente a estas múltiples metamorfosis, el palacio se mantiene de principio a fin como “un cuadrilátero de granito”, “una fortaleza”, “un probo castillo con ángulos de bastión”, “implacablemente austero”, “tallado como una sola pieza de granito gris” (TN 99).

De todos los rasgos que enfrentan estas dos obras, el más significativo, quizás, se refiere a la cadena comunicativa que establecen o niegan. La ambigüedad del cuadro, como la que Fuentes persigue en Terra Nostra, fuerza al receptor a participar activamente en la producción del significado. El espectador, como el lector, se convierte en protagonista activo de la obra de arte. Esta relación entre obra y receptor se dramatiza en el juego de miradas que se establece entre los contempladores del cuadro (el Señor, la Señora y Guzmán) y los personajes representados en el mismo (un Cristo humanizado que mira a un grupo de hombres desnudos de espaldas al espectador). La complejidad del esquema direccional de estas miradas, en la que el perceptor es percibido, culmina con la ruptura final de los marcos estructurales entre la obra de arte y la realidad exterior: “el cuadro lo mira a él” (TN 96). El efecto de esta aparente inversión de los papeles en el acto de la percepción lo toma Fuentes de Las meninas. Frente a la obra de Velázquez, “we are free to see the painting, and by extension the world, in multiple ways, not in one dogmatic, orthodox way. And we are aware that the painting and the painter are watching us” (BM 181).39

El palacio, en cambio, niega toda participación al contemplador.40 Como El Escorial en la descripción de Ortega y Gasset, es la obra herméticamente sellada que se cierra sobre sí misma, despreciando todo lo que le es ajeno (1987: 356).41 Se trata de una obra hecha a la medida del Señor, donde el monarca, aterrorizado ante la idea del cambio, pretende aprisionar la realidad bajo su autoridad (TN 325).42 Es esta misma voluntad de poder, este enfebrecido deseo de control, lo que le mueve a consignar su mundo por escrito. El acto de escribir se presenta, así, como una actividad necesaria para que algo cobre vida. “Escribe”, le ordena el Señor a Guzmán, “nada existe realmente si no es consignado al papel, las piedras mismas de este palacio humo son mientras no se escriba su historia” (TN 111). La construcción del Escorial y la escritura de la historia que promueve el Señor responden, por lo tanto, a un mismo impulso. Ambas son para él formas de dominar la realidad y reducirla a su esfera de poder.43

Janr və etiketlər

Yaş həddi:
0+
Həcm:
631 səh. 3 illustrasiyalar
ISBN:
9788491346715
Müəllif hüququ sahibi:
Bookwire
Yükləmə formatı:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

Bu kitabla oxuyurlar