Por qué te aferras a lo que te hace daño

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Capítulo 4. Etiquetas inconscientes

El juicio que hoy emitimos viene de una etiqueta, que aprendimos y todavía usamos. En nuestros juicios se expresa nuestra historia y esta tiñe de tal forma la realidad que a veces la deforma. Y para entender más como con nuestros juicios no vemos las cosas como son, sino a través de nuestras etiquetas, habría que sumarle a esto lo que está oculto en el inconsciente. El 95% de la información que tenemos es inconsciente. Nuestro pasado no es solo lo que recordamos de él. También hay una historia, experiencias, vivencias, aprendizajes que se realizaron lejos de lo que nuestra mirada consciente percibía y, por lo tanto, hoy no recordamos. Antes que pudiéramos pensar o hablar ya aprendimos lecciones grabadas a fuego en nuestra alma. Y estos aprendizajes también formaron un modelo mental, una etiqueta, con la que rotulamos sin darnos cuenta toda experiencia similar.

Muchos de nosotros, y sin que pase nada grave, fuimos víctimas de un tipo de abuso o carencia que sucedió sin que pudiéramos darnos cuenta. En otro capítulo veremos las necesidades vitales insatisfechas que teníamos. Ahora solo nos referimos que muchas de estas experiencias las guardamos en el inconsciente. Así, cuando una situación sea similar a lo vivido, reaccionaremos con la intensidad de la primera experiencia antigua que nos enseñó a ver algo de una manera determinada. A veces, lo que vivimos en lo cotidiano, nos puede hacer sentir o reaccionar, en un instante, de forma desproporcionada. A veces, no nos entendemos, ni nosotros mismos. Pero al saber cómo es nuestra naturaleza, podemos mirarnos con cariño y comprensión. En la oración contemplativa aprendemos a aceptar este mundo que no conocemos de nosotros mismos con confianza y paz. Aceptarnos no es descubrir todos los rincones inconscientes de nuestra alma. Basta con saber que existen en nosotros, como un mar profundo del que no podemos sondear todas sus aguas. Aceptar que nuestra mirada está teñida por una historia consciente o inconsciente nos ayuda a desprendernos de nuestros juicios, a no creerle a todas nuestras emociones y a confiar en la verdad. En la oración contemplativa, aprendemos a aceptar esta condición humana en la que tenemos juicios, memorias, aprendizajes conscientes e inconscientes, creencias y etiquetas que nos hacen percibir el mundo de una manera determinada. Así entendemos por qué no vemos la verdad. La verdad es que todo va a estar bien, Dios es un sol de amor que brilla más fuerte que cualquier oscuridad que haya en nuestra vida. Se trata de soltar la mentira que vemos y creer en la verdad.

Aceptar que no vemos nada puramente como es, nos ayuda a dar el salto de la fe que si ve. La fe, ve la realidad del amor de Dios, y construye su casa sobre esta roca firme. Esto lo practicamos en la oración, aprendiendo a aceptar este mundo emocional, dejándolo ser y al mismo tiempo amándonos como somos.


Capítulo 5. Aprender a recibir

Aceptar lo que acontece no es fácil. Suceden muchas cosas que lamentamos día a día. Nos resistimos a ellas, tratando de que no existan. Pero no pensemos que solo nos cuesta aceptar lo que consideramos malo. También nos cuesta aceptar lo bueno. Estamos tan acostumbrados a los problemas y conflictos, a nuestra oscura manera de percibir que nos cuesta entrar en la luz. Nos resistimos a una nueva manera de vivir, en donde lo primero que tenemos que hacer es aprender a recibir una buena noticia.

En nuestras etiquetas y juicios aprendimos algo que no es verdad. Y para entrar en la verdad necesitamos romper con esas viejas creencias conscientes o inconscientes. En nuestra mentalidad a veces estamos buscando problemas todo el tiempo. Si no es esto, es lo otro. Siempre hay algo inquietante qué pasa o puede pasar. El miedo termina siendo una constante en nuestra vida. Y hay miedos que existen desde niños, que solo cambian de objeto, pero siempre están activos buscando algo que temer.

Todos tenemos nuestra cruz, pero aprender a recibir, es un cambio de mentalidad en la que descubrimos un orden, una belleza, mucho más grande que los clavos de nuestra cruz. Y esa bondad infinita de Dios es lo que más nos cuesta aceptar. Tal vez los clavos de nuestra cruz, los terminemos aceptando, pero aceptar la vida en abundancia que nos trae Jesús, nos resulta imposible. Dios nos quiere dar, pero nosotros no queremos pedir. O pedimos sin fe, porque hemos perdido la confianza.

“Pide...” le dijo Dios a Acaz, pero este no quiso. Entonces el profeta Isaías le dijo: “¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Por tanto, el Señor mismo os dará una señal...” (Is 7,12)

Dios también nos dice a nosotros: pide. Pero nosotros no creemos en esta verdad, no confiamos en ella. Cansamos a Dios como Acaz. No sabemos recibir la buena noticia. Seguimos mirando la oscuridad, temiéndola, o escapando de ella en vez de mirar la luz. Eso le pasaba a Acaz que, estando sitiado por su enemigo, solo veía esto sin escuchar a Dios que le decía: ¡Pide...!

Dios a veces no elimina la tormenta, pero nos hace caminar sobre ella. No elimina la espina clavada en la carne, pero nos dice: “Te basta mi gracia”.

Así también nosotros, necesitamos aprender a dejar de mirar la tormenta o la espina, todo el tiempo, tratando de controlar lo que nos supera, para volver a Dios y aprender a recibir su gracia.

Soltar, es aceptar no solo lo que acontece sino sobre todo aprender a recibir lo que Dios hace en y a través de lo que acontece. Dejar que Dios sea Dios en nuestra vida no es fácil, hay que aprender a ser como niños.

“Yo les aseguro a ustedes que, si no cambian y no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los Cielos”. (Mt 18,3)

Para entrar en el Reino, para entrar en la Verdad, tenemos que dejar de luchar por ser lo que no somos y volver a hacernos como niños. La verdad, la realidad, es una buena noticia, que muchas veces rechazamos cuando rechazamos nuestra niñez. La buena noticia de la salvación la experimenta el que no rechaza su niñez. El que cree que puede lograrlo todo por su cuenta, tal vez algo consiga, pero no conocerá a Dios hasta que se dé cuenta que en realidad es un niño. Porque solo el que se sabe pequeño como un niño, puede confiar que todo lo que necesita le será dado. En algún momento dejamos de confiar, porque nos alejamos de nosotros mismos. Dejamos de ser niños, perdimos la alegría de recibir.

Recibir es peligroso, porque no lo manejamos, dice nuestro orgullo. Mejor es luchar por construir nuestro reino. Pero cuando luchamos por construir con nuestra fuerza nos alejamos de los que somos, también nos alejamos de Dios. Como no aceptamos que somos niños, tampoco quien quiere ser Dios para nosotros. Estamos fuera de nuestro eje. La verdad es que él es el creador y nosotros sus creaturas.

Cuando aceptamos nuestra pequeñez, aceptamos que Dios es grande. Nos cuesta sabernos pobres, pequeños, impotentes, limitados, pecadores; y por eso también nos cuesta confiar en la grandeza del amor de Dios, la gracia y la salvación que nos ofrece cada día, como la luz del sol, como el aire que respiramos, como el pan de cada día que nos alimenta. La buena noticia es que somos pequeños, y si nos hacemos como niños, descubriremos que Dios todo el tiempo, minuto a minuto, nos da su gracia. Dejar ser y aceptar nuestra pequeñez también es dejar ser y aceptar la grandeza de Dios. Pero si no aceptamos nuestra pequeñez, tampoco entraremos en este reino en el que el amor de Dios es algo real, constante, presente y poderoso. Cuando no aceptamos nuestra pequeñez, tampoco aceptamos nuestra identidad, porque nuestra identidad es que somos seres tan limitados y débiles, que vivimos de la gracia. Y repito, esa es la buena noticia. Pero no es fácil aceptar esta condición y abrir la puerta a una belleza que no conocemos. La belleza de recibir. La belleza de la gracia. La belleza de dejarnos salvar. La belleza de ser pobres en paz. Aceptar la verdad no es fácil, no queremos sabernos pequeños, ni débiles, ni mucho menos impotentes. Pero la vida, tarde o temprano, nos enfrenta a un abismo en el que nos desesperamos o aprendemos a soltar, confiar, recibir. Así, no solo estamos en paz con nuestros límites, sino que estos nos enseñan a recibir una nueva libertad que ya no viene de nuestra fuerza, de nuestra capacidad, sino de sabernos salvados, sostenidos. Esta es la verdad y conocerla nos libera del peso de querer manejar algo que nos supera. Conocer la verdad nos devuelve la paz que viene de aceptar lo que uno, solo, no puede cambiar.

Aceptar nuestra impotencia personal no significa que desconfiemos de nuestra capacidad, como quienes dudan de sí mismos y no se valoran. Todo lo contrario, nuestra impotencia personal nos abre la puerta a la verdad: todo lo puedo en Dios. Él busca que seamos fuertes, sanos, ricos, plenos, felices como cualquier papá o mamá lo busca en sus hijos y lo realiza introduciéndonos en un camino que parece contradictorio. Para ser fuerte, hay que saber que uno es débil, para ser rico hay que saber que uno es pobre, para poderlo todo hay que saber que uno no puede nada... y así. Porque solo se puede construir desde la realidad, y la realidad es que nada podemos solos. Este saber, no significa que uno no actúe, no trabaje, sino que nos invita a trabajar sabiendo que Dios trabaja con nosotros y él lo hace todo posible. Y cuando vamos descubriendo que todo lo podemos en él, también sentimos el misterio casi innombrable de nuestra identidad en la que somos débiles niños y al mismo tiempo, hijos de Dios que todo lo pueden con su amor.

 

Ser hijo de Dios, es descubrir que somos como él, creados a su imagen llamados a una plenitud de vida que se basa en conocer nuestra identidad y vivir de acuerdo con esta buena noticia. Este conocimiento nos introducirá en la experiencia de la gracia que nos rodea y la rechazamos encerrados en nosotros mismos, mejor dicho, en lo que creemos que somos. Nos enredamos en nuestro débil poder que se ha olvidado del poder de Dios y así no se da cuenta que todo lo puede en Dios. Cuando dejamos ser nuestra pequeñez y nos aceptamos como somos, descubrimos la paradoja de que cuando uno experimenta que no puede, lo puede todo. Las frases bíblicas “Todo lo puedo en el que me fortalece” (Flp 4,13) y “sin mí nada pueden” (Jn 15,5), hacen referencia a que, sí lo podemos todo, pero ese poder viene de abrirse a la gracia sin la que no podemos nada. Esta paradoja nos guía por el camino en el que lo más importante no es lo que uno hace, sino aprender a recibir. El actuar no es lo primario, sino creer y confiar.

La experiencia de salvación la conoce quien se da cuenta que no tiene posibilidades por sí mismo. Por eso aceptar que no podemos, es parte del poder que Dios quiere enseñarnos. Quien acepta su impotencia total, absoluta, encuentra la mayor victoria, descubre su poder, que no es suyo, pero sí le es dado. Se lo da aquel que no lo dejará caer. Aquel que no nos dejará caer, porque ha puesto sus ojos en nosotros que confiamos en su misericordia, intervendrá en nuestra vida. La acción permanente y poderosa de Dios no será de la manera que nosotros pensamos, sino de la manera correcta y perfecta para cada uno. No entendemos a Dios, su amor es tan infinito, que no lo entendemos. Sus caminos no son nuestros caminos, que generalmente buscan una solución demasiado mundana e inmediata a nuestros problemas. Quiero decir que no nos damos cuenta de que nuestro mayor problema es espiritual. Queremos que las cosas cambien, sin hacernos cargo de que nosotros también tenemos que cambiar. La intervención de Dios, la pensamos externa a nosotros, como que él debería hacer algo, un milagro para ayudarnos, y no vemos que el cambio comienza por uno mismo.

Dejarlo ser y decir te amo, no es una filosofía oriental que busca la estabilidad emocional. Si bien esta puede resultar de este camino, lo que proponemos es la oración contemplativa que acepta la realidad, pero mirando la realidad suprema. Dios es la realidad suprema que con su belleza nos invita a aceptar su amor. La salvación viene no de una filosofía, sino de recibir a Dios como señor y fuente de todo bien. Así en la oración contemplativa aprendemos a recibir el don.


Capítulo 6. Modelos, programas y paradigmas

En la práctica de la oración contemplativa vamos despertando a un nuevo orden de ser y existir distinto a lo que veníamos viviendo. El Reino de Cristo que está cerca de nosotros y el Padre quiere dárnoslo.

“No temas pequeño rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el reino” (Lc 12,32)

Que Dios quiera, no significa que vaya a avasallar nuestra libertad. También nosotros tenemos que abrir la puerta.

Es como si estuviéramos encerrados en una habitación llena de nuestros juicios y etiquetas. Creemos que vemos el mundo, pero solo vemos nuestras propias ideas. Hay una puerta y del otro lado la realidad del amor de Dios. Él ha estado ahí siempre, pero nosotros no podíamos verlo porque nuestros pensamientos y emociones no nos dejan abrir la puerta. Por la oración contemplativa ahora vemos una puerta. Al soltar y confiar la abrimos.

Pero no es fácil asimilar que lo que vemos y sentimos nos tiene encerrados. Por eso nos detendremos en este punto un momento. Vamos a desarrollar un poco más que lo que no nos deja ver la realidad, son nuestros modelos, programas y paradigmas.

Tantas experiencias vividas, tantos juicios y etiquetas que fuimos aprendiendo, fueron labrando en nosotros un modelo con el que vemos el mundo. Ese modelo son nuestros propios paradigmas que están en nosotros y vienen de nuestra cultura y educación.

Cuando un misionero de Alemania llegó por primera vez a la Argentina fue a una parroquia de Santiago del Estero, donde estaban velando a un difunto. Era un recién llegado que no hablaba el idioma y una señora, para hacerlo entrar en confianza, le acercó un mate. Él lo agarró y ante el asombro de todos, empezó a rociar al difunto haciendo la señal de la cruz con la bombilla del mate.

Para este misionero lo que le estaban ofreciendo era un calderillo e hisopo que se usa en la bendición. No vio un mate, sino que vio lo que su paradigma cultural le indicaba. Lo que había aprendido. Todas las culturas tienen sus paradigmas. Modelos de comunicación, modelos de comportamiento. Modelos que los hacen ver las cosas de una u otra forma. En algunas culturas se recibe al visitante ofreciéndole lo mejor de la casa. Si este no lo acepta, el anfitrión lo toma como un desprecio. En otras, simplemente, lo toman como que no gusta algo sin molestarse en lo más mínimo. En algunas culturas un aro en la nariz resulta agradable, en otras no. En algunas las mujeres se tapan el rostro con velos y en otras usan poca ropa.

Estos paradigmas, pueden cambiar. Las personas pueden ver las cosas de otra manera. Un cacique de una comunidad originaria, cuando veía llegar a su territorio una camioneta de alta gama pensaba que era alguien que iba a robar. Con el tiempo conoció personas generosas y desinteresadas que venían a ayudar en esas camionetas. Entonces cambio su paradigma. Al ver estas camionetas, pensaba que tal vez era alguien que venía a ayudar.

En el caso del misionero alemán, cuando luego de lo sucedido le explicaron qué era el mate, pudo diferenciarlo del elemento que se usa para bendecir e incluso pudo aprender a tomar mate. Los paradigmas cambian cuando aprendemos que lo que pensamos que es algo, no lo es. Pero aprender que lo que pensamos es falso es mucho más fácil que aprender que lo que sentimos es falso. Falso significa que no corresponde con la realidad. Un pensamiento verdadero de uno falso se diferencia en que uno corresponde a algo que existe en la realidad y el otro no. Pensar en algo y descubrir que el pensamiento es falso es gracias a nuestra capacidad inteligente. Pero con las emociones, es muy distinto. Nuestra capacidad inteligente puede ver que lo que siente es falso, pero igual nuestras emociones nos dominan. Si uno siente que el avión que viaja se va a caer, es una emoción falsa. El tema es que esta emoción nos puede dominar tanto, que no nos deje subir a un avión. Así tenemos muchos paradigmas emocionales que nos gobiernan. Nos quitan la paz. Nos preocupan he inquietan. Creemos que nos preocupa la realidad, pero el problema no está afuera sino en nosotros. Por eso estuvimos hablando de las etiquetas y juicios que nuestras experiencias produjeron. El conjunto de estos los llamaremos paradigmas. Un paradigma es la forma con la que vemos algo. Una metáfora podría ser la de unos anteojos. Si tenemos anteojos negros, vemos las cosas negras. Si son azules, vemos las cosas azules. Se ve la realidad, no estamos hablando que estamos locos e inventamos las cosas. Pero se las ve por medio de un anteojo de color. Este anteojo es lo que llamamos paradigma. Y este paradigma se construye a través de nuestras experiencias. La mayoría de las personas creen que ven las cosas como son, porque siempre han llevado puesto sus anteojos. Dios ve la verdad, nosotros vemos las cosas de determinada forma. Esta forma está impresa en nosotros como un modelo que nos hace ver desde el modelo. Un modelo interno con el que vemos algo de modo que nos hace experimentar ese algo, no de modo puro, como es, sino con el color de nuestros anteojos. Alguien nos puede enseñar otra manera de ver. De niños nuestros padres nos fueron enseñando una manera de ver. Y la aprendimos rápidamente. Incluso en esta etapa era más fácil que ellos mismos nos enseñen una nueva manera de ver y que esta cambie nuestra manera de sentir. Con el tiempo esto fue formando nuestros anteojos. Todavía tenemos la capacidad de cambiar nuestra mirada. Con las ideas y conceptos, es más fácil. Podemos aprender nuevas formas de pensar de manera instantánea. Tenemos la capacidad inteligente de llegar a las verdades y así cambiar nuestra manera de pensar. Pero esta capacidad, no puede cambiar nuestra manera de sentir tan fácilmente. Un pensamiento falso, puede cambiarse. Pero si nos dicen que lo que sentimos es falso, es decir, no corresponde a la realidad, no por eso nuestras emociones cambiarán. Las emociones que fuimos aprendiendo fueron construyendo una manera de sentir. Y transformar nuestra mirada emocional es un proceso.

En la oración contemplativa buscamos, disponernos a este proceso. Hacer silencio y contemplar la realidad, es también contemplar nuestros propios paradigmas emocionales. Estos no los podremos apagar, como quien apaga una llave de luz, pero si podremos, captarlos, contemplarlos y soltarlos. Ese será el fruto de la oración.

Otra manera de entender nuestros paradigmas emocionales es imaginarnos que nuestro cerebro es como una computadora en la que se fueron cargando muchos programas. Estos programas funcionan automáticamente de acuerdo a como fueron programados. Por ejemplo, al aprender a conducir un automóvil uno incorpora determinados conocimientos que los transforma en una capacidad. Luego con el tiempo uno conduce sin siquiera pensar en lo que hace. No piensa de que tiene que apretar el freno o el acelerador, de cuando pasar el cambio o de qué manera soltar el embrague. Sucede automáticamente porque por el aprendizaje se instaló en nosotros un programa que nos permite conducir el vehículo. Así el solo sentarnos en el lado del conductor y encender el automóvil nos activa un conocimiento que se realiza al conducir el vehículo. Este programa, por así llamarlo, es uno de tantos que tenemos para vivir. Y en este caso, es una capacidad. El problema es que muchos de nuestros programas nos enseñan cosas que en vez de hacernos bien nos hacen daño. Como el niño que aprendió a defenderse de los golpes y que luego ve golpes en todos lados, cuando en realidad buscaban acariciarlo.

Nuestros programas emocionales más profundos los aprendimos en nuestra niñez. En el capítulo sobre las necesidades vitales insatisfechas, los describiremos mejor. Ahora solamente queremos comenzar a hablar de un tema que es muy importante para que nuestras emociones no nos dominen.

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