¡Viva Cataluña española!

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Seriyadan: Historia #188
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Durante el acto se ha desgranado el programa político del PNE. Mediada la comida, es el propio Albiñana el encargado de anunciar a la concurrencia la llegada de los delegados de la «españolísima entidad barcelonesa de la Peña Ibérica que a tantos obstáculos ha de hacer frente en Cataluña». Aparecen en la sala José María Poblador, Manuel del Castillo Arechaga, Matías Colmenares y Pedro Pujol. Una atronadora ovación recibe a los barceloneses.

La delegación ibérica llevaba en Madrid desde el día 2, llegada «con el exclusivo objeto de conferenciar con el doctor Albiñana y recibir personalmente sus instrucciones». El día siguiente los ibéricos, acompañados del propio Albiñana, habían participado en el banquete mensual que organizaba el órgano primorriverista La Nación. Allí pudieron departir con su director, Manuel Delgado Barreto, y con José Antonio Primo de Rivera, principal accionista del periódico, que presidía el banquete. Ahora, día 4, son presentados ante los correligionarios de Albiñana.

El neurólogo ve en los ibéricos a unos españolistas viscerales que no rehúyen la violencia física y que además actúan en territorio hostil. Dan el perfil de esos Legionarios de España que está promoviendo. A la Peña Ibérica le ha atraído el discurso españolista y violento del PNE y se han puesto en contacto con ellos. Acuden a Madrid a confirmar su adhesión al proyecto y a estudiar con el líder su organización en Cataluña. Será la Peña Ibérica la plataforma que utilice Albiñana para extender su proyecto a territorio catalán. Se trataba de un refuerzo importante «por su peso en el conjunto de la derecha radical catalana y porque permitía al PNE dotarse sin esfuerzo de la colaboración de una organización ya consolidada».33

Albiñana está encantado con sus aliados barceloneses. En un artículo en La Nación afirma con su retorcido estilo:

Hay en Barcelona una fuerte agrupación españolista –¡Y no es poco tratándose de Cataluña!– llamada Peña Ibérica [...]. Los ibéricos, bravos campeones de pértiga, manejan tan gentilmente el Código Nacional, con nudos y contera, que siembran el pánico en las desatentadas hordas separatistas. Los jefes del separatismo, personas adineradas y que no quieren «líos», cuando presumen que van a perder, en vez de hacer frente a tan bravos españolistas han inventado un artilugio, cómodo y barato, para atenuar, ya que no anular la acción de los «ibéricos». Consiste en denunciar a las autoridades, «como agentes provocadores», a los patriotas de la Peña Ibérica [...] creen deshacerse de sus adversarios fichándoles como alborotadores.34

La alianza entre la Peña Ibérica y Albiñana acaba de sellarse con la visita del líder del PNE a Barcelona a finales del mismo mes de mayo de 1930. Albiñana conoce la ciudad, ha estado matriculado, siempre por libre, en diferentes ocasiones, en la Universidad de Barcelona. En el curso 1905/1906 se matriculó en cinco asignaturas de Medicina, en 1912/1913 lo hizo en cinco de Farmacia y en el curso siguiente en cuatro asignaturas de Filosofía y Letras, Sección Historia. Además, en 1913 y 1914 visitó la Ciudad Condal como presidente de la Federación Nacional de Sanidad Civil, la última vez pronunciando una conferencia en el Ateneu Barcelonès. Fueron estancias fugaces, para matricularse y realizar los exámenes, para conferenciar, pero seguramente le sirvieron para percibir el crecimiento de lo que para él acabará convirtiéndose en «el auténtico talón de Aquiles de la construcción nacional española», el catalanismo.

El día 27 llega al apeadero de Gracia. Lo espera una nutrida representación de ibéricos, que lo acompaña, entre vítores, hasta el local social en la calle Aribau. Allí pronuncia un discurso de agradecimiento en el que deja fluir toda su retórica demagógica. Afirma que el PNE «tiene como uno de sus primordiales fines rescatar Cataluña de las garras del separatismo», que no es más que «un fantasma explotado por unos cuantos negociantes para obtener directa o subrepticiamente todas las gangas del poder». No deja de utilizar tópicos anticatalanistas: «la moneda española tiene las armas nacionales, y a pesar de esto ningún catalán la rechaza» y, como es habitual en sus mítines, defiende la violencia, habla de virilidad, patriotismo, anticomunismo y en una misma frase hace gala de su antiintelectualismo y antisemitismo, criticando a esos «seudointelectuales, monopolizando las columnas de una prensa judía y sin entrañas para dar al mundo el timo de una España revolucionaria y decadente». Finalmente, como doctor, ofrece su diagnosis y da su receta: «España padece en estos momentos una forma de psitacosis, especie de verborrea fétida localizada en la región izquierda, que se cura fácilmente con jarabe de estaca legionaria, médicamente novísimo y activo, que viene a enriquecer la farmacopea nacional».35 El público congregado no esperaba menos de él, palmas y vivas lo aclaman.

Albiñana pasa algunos días en la Ciudad Condal. Se desplaza a Terrassa, donde pronuncia un mitin en el local de la Peña Ibérica egarense y es agasajado por los ibéricos con una cena en el Hotel Metropolitano, de la avenida Tibidabo. Según la prensa afín, son trescientos los asistentes al banquete. En el comedor se coloca una enorme bandera española, que ocupa toda una pared y que es izada a los acordes de la Marcha Real. A la hora de los brindis toma la palabra el canónigo José Montagut Roca, que aprovecha para recordar «la inmensa obra de progreso espiritual y material que Cataluña debe a la Dictadura». Se escuchan los primeros vítores en la sala, resuena un ¡Viva Primo de Rivera, salvador de la Patria!

José Montagut Roca, originario de Mora d’Ebre, era un anticatalanista furibundo e integrista católico que, procedente del carlismo, había pasado por el mellismo y se había convertido en un reconocido propagandista de la Dictadura. Había sido uno de los oradores estrella de los círculos de la Unión Patriótica de Barcelona, además de consiliario de su Agrupación Femenina. También había tomado la pluma para ensalzar las bondades del régimen. En 1928 publicó El Dictador y la dictadura, donde se deshacía en elogios hacia Primo de Rivera y su obra. En 1930 había escrito una réplica al libro crítico con la Dictadura de Francesc Cambó y, a pesar de la caída de la Dictadura, seguía siendo un firme primorriverista, como el propio Albiñana.

Tras Montagut, toma la palabra el agasajado, «que pronuncia una oración grandilocuente, plena de masculinidad y patriotismo». Así lo escribe La Nación, que denuncia que la prensa regional ha ocultado la visita de Albiñana y «se ha conjurado para silenciar esta campaña de vindicación patriótica». En su discurso, Albiñana denuncia a la izquierda, que «pretende destruir los altos valores de España, poniendo la Religión, el Ejército y la Monarquía a los pies de un desvergonzado comunismo ruso, que avanza por Europa impulsado por el dinero judío», un comunismo que «se ha enroscado en Cataluña al separatismo, comenzando su obra con la ruptura de la unidad nacional». Afirma que «todo el esplendor actual de la magnífica Barcelona es debido a la gestión honrada y fecunda de la Dictadura» y finaliza entusiastamente: «¡Españoles! ¡Catalanes de Prim! i Los Legionarios de España, amos de la calle, al servicio de la Patria, conquistaremos el Poder para imponer la prosperidad y el engrandecimiento y el respeto a nuestra nación ¡inmortal!».36 El desatado ponente es aclamado por un público entregado.

Albiñana deja todo atado para la fundación de la delegación del PNE en Barcelona y Terrassa. En junio la Peña Ibérica queda autorizada por el Comité Central del PNE para organizar el partido en Barcelona. Sitúa su sede en Aribau 21, su propio local. En julio, una vez el PNE es legalizado en Madrid, se convoca asamblea general de la Peña Ibérica. La junta dimite «no por disensiones sino para que se designe nueva ahora que Albiñana los ha escogido para que organicen en Cataluña el PNE y Legionarios de España». Son designados «para que sean los que única y exclusivamente se encarguen de los trabajos de organización del PNE» Manuel del Castillo, Catalá de Bezzi y José María Poblador. La Peña Ibérica, a pesar de ser la base de la nueva organización, no perderá su personalidad y mantendrá su autonomía. Francisco Palau seguirá como su presidente.37

A mediados de julio también se inicia la organización del PNE en Sabadell. «El enrolamiento de adeptos [...] es a base de momento de excombatientes de las campañas de África».38 Uno de los que se acercan al albiñanismo en Sabadell tiene este perfil; se trata del comandante retirado Carlos López Manduley, y pronto se convertirá en el nuevo líder.

El 16 de julio se realiza en Madrid la asamblea nacional del PNE, que aclama a José María Albiñana como jefe supremo. En su discurso fustiga a «los restos putrefactos de los partidos sin contenido y sin hombres, porque todos desaparecieron con Primo de Rivera» y afirma «que los legionarios no colaboraron con la pasada dictadura, pero que impondrán la próxima». Aprovecha para declararse «amante de Cataluña» y presumir de sus amigos barceloneses, «los diez mil afiliados de la Peña Ibérica de Barcelona, capaces de tomar la ciudad en 24 horas». La Peña Ibérica no llegaba al centenar de militantes.

Los albiñanistas barceloneses no descuidan sus relaciones con otros monárquicos. El 3 de agosto, miembros de la Peña Ibérica, en representación del PNE, asisten al mitin de la UMN en el Cine Reina Victoria que sirve de presentación en Barcelona del partido monárquico. Para ello han llegado personalidades de Madrid, como el conde de Guadalhorce, jefe del partido, o José Antonio Primo de Rivera, hijo del dictador. José Antonio no regresará a Madrid hasta dos días después. En la estación lo despedirán, con vítores y aplausos, la dirección de la UMN catalana, miembros de la Juventud Monárquica e ibéricos.

 

Los ibéricos, presentados ahora por la prensa como Legionarios de España, no olvidan su faceta más bronca. El 6 de septiembre de 1930 está anunciada la conferencia «El cas del Centre de Dependents», de Frederic Roda Ventura, miembro de la Lliga y secretario del Colegio de Abogados, en el local de la Joventut de la Lliga Regionalista en Gracia. El tema del CADCI se había ido envenenando. En 1926 los del Libre se habían hecho, gracias al apoyo del ministro Martínez Anido, con la dirección de esta entidad sindical de orientación catalanista. La junta usurpadora había sido nombrada a dedo saltándose los estatutos de la entidad. En ella estaban algunos ibéricos como Fernando Ors o Gaspar de la Peña. Para mantenerse en el poder, los libreños recurrieron a pucherazos en elecciones y a peleas y tiros en las asambleas. Los del Libre «españolizaron» el CADCI. La recuperación de la entidad se convirtió en objetivo del catalanismo y las fuerzas democráticas durante la «Dictablanda». Este acto, en el que se denuncia la ilegalidad en la que vive la entidad, forma parte de esa campaña. Entre el público se encuentran algunos ibéricos. No les gusta lo que oyen, gritan un provocador ¡Viva Martínez Anido! e interrumpen al orador. La conferencia acaba a silletazos. Tres ibéricos son detenidos. El CADCI no será devuelto a sus legítimos socios hasta febrero de 1931.39

En noviembre de 1930 la Peña Ibérica inaugura su nuevo local en el segundo segunda de la plaza Universidad número 1. Se sitúan, así, «en el mismo enclave de comunicaciones urbanas, en el mismo centro de Barcelona, donde los universitarios hacen su formación» y allí hacen «que ondee la bandera española». Para celebrarlo organizan una serie de charlas. Del ciclo programado destaca la conferencia pronunciada por Ramón López de Jorge, que lleva por título «Orientación nacionalista». En ella define a la Peña Ibérica como nacionalista, «fue formada por los que quizás, sin darse exacta cuenta de lo que el nacionalismo en sí significaba, lo sentían, quedando cristalizado en los estatutos de la entidad». Destaca que la

novedad en la política española la constituye el Partido Nacionalista Español que tiene muchos puntos de contacto con la Peña Ibérica, pero que no está identificado con ella. Peña Ibérica le interesa concretar en un programa sus ideales nacionalistas y ver cuáles son los partidos o grupos que aceptan el mismo programa. [...] Consiste la verdadera fuerza de Peña Ibérica en la íntima compenetración y hermandad entre sus componentes, que no sienten ambiciones personales de clase alguna; y así, es necesario que quienes se unan a Peña Ibérica lo hagan con el mismo espíritu de abnegación y sacrificio qué anima a los actuales componentes.40

En esta conferencia se hacen públicas, por primera vez, las discrepancias que están surgiendo entre ibéricos y albiñanistas. No todo ha ido como se esperaba. Los nuevos militantes que se acercan al PNE barcelonés no son jóvenes nacionalistas dispuestos a pelear por España, no casan con las ganas de acción de la Peña Ibérica. La mayoría son veteranos militares y acomodados profesionales, provenientes de la Unión Patriótica, que no quieren saber nada de peleas callejeras. Los ibéricos más antiguos creen que se están repitiendo las circunstancias que los llevaron a romper en su día con el carlismo, la oposición de casino, el abandono de la acción directa. Tampoco son entusiastas del discurso reaccionario que despliega el PNE, con su lema «Religión, Patria y Monarquía». Creen que el albiñanismo se está convirtiendo en un remedo de la Unión Patriótica. En el discurso de la Peña Ibérica, la religión y la monarquía han dejado de tener un papel central. Solo su ultraespañolismo y el elogio de la violencia los unen, el resto los separa.

Los ibéricos siguen cultivando sus relaciones con el españolismo barcelonés. En diciembre participan en un mitin de afirmación nacional, junto a otras entidades españolistas. Ese mismo mes, ante la sublevación republicana de Jaca, acuden a Capitanía General, junto con miembros del Libre, para ofrecerse a los militares. No los necesitan, la sublevación fracasa. En fin de año reciben la visita en su local de una delegación de la UMN; con ellos comparten la llegada del año nuevo, que celebran haciendo «flamear por vez primera en el balcón social el sacro santo emblema de la Patria. A las doce de la noche quedó izada la bandera española a los acordes de la Marcha Real y al sonoro grito de ¡Viva España!».41 En estos actos toman contacto con otros españolistas, tan reaccionarios como los albiñanistas, pero al menos más dispuestos al combate. Inician su alejamiento del PNE y la aproximación a ellos.

Como veremos, tras la ruptura con los ibéricos, el PNE prácticamente dejó de tener vida pública en Barcelona al menos hasta 1933. En cambio, la Peña Ibérica se embarcó en un nuevo proyecto, breve, pero ruidoso, el Comité de Acción Española. Allí confluyó con personalidades españolistas de Barcelona y con los mellistas del Círculo Católico Tradicionalista, con los que ya habían participado en octubre de 1930 en un acto conjunto en conmemoración de la Fiesta de la Raza. Hablaremos más a fondo de este acto, pero antes conozcamos a los mellistas.

TRADICIÓN, CATOLICISMO, PATRIA, MONARQUÍA: LOS MELLISTAS42

Unos doscientos comensales llenan el 7 de junio de 1921 el salón de actos del Hotel Majestic para escuchar a Juan Vázquez de Mella. Este concluye su intervención así: «Gracias a todos desde el fondo de mi corazón, y, para expresaros mi sincera gratitud, dos vivas que resumen mi pensamiento: ¡Viva la Religión! ¡Viva Cataluña!». Los asistentes aplauden y le contestan con más vivas a la religión, Cataluña y España. Desde la mesa presidencial el político saluda. Detrás de él una enorme bandera española. Está acompañado de la Junta Regional Tradicionalista de Cataluña, sus correligionarios en su nueva aventura política.

Juan Vázquez de Mella lleva ya tres días en Barcelona. Ha pronunciado un mitin en el Teatro Goya y tiene otro programado en el Centro del Ejército y la Armada. Ha venido de gira propagandística para defender su programa político. Su proyecto ha dividido a los carlistas. Ha roto con el pretendiente don Jaime y los jaimistas no se lo perdonan. En su llegada al apeadero de Gracia se dieron los primeros incidentes; las fuerzas del orden tuvieron que recurrir a mangueras de riego para separar a mellistas y jaimistas. Al día siguiente, durante el mitin, nuevas trifulcas entre jaimistas que habían entrado a reventarlo y mellistas que tratan de expulsarlos a patadas. El carlismo barcelonés muestra, una vez más, su perfil más bronco.

Juan Vázquez de Mella había destacado como diputado tradicionalista en las Cortes, en las que ocupó escaño desde 1893 a 1916. Tanto como parlamentario, como en los innumerables mítines en los que participó, destacó por su oratoria, acompañada de un tono de voz áspero y duro. Director de prensa y teórico del tradicionalismo, rompió en 1918 con el pretendiente don Jaime. Las primeras desavenencias habían estado motivadas por la postura ante el conflicto europeo. Vázquez de Mella, admirador de los imperios centrales, se mostró como un decidido germanófilo, frente a la defensa de los aliados que hacía el pretendiente. Esta fue una de las causas de la escisión, pero no la única.

En 1919 Vázquez de Mella presenta su nueva organización, un partido católico tradicionalista. Su programa político trata de dar una salida posibilista al carlismo, dotarlo de más realismo para conseguir su desarrollo político. Habla de monarquía tradicional, voto imperativo, representación por clases y regionalismo federativo. Se pone el énfasis en la unidad de la patria, pero respetando el foralismo y, en el tema social, se muestra partidario del corporativismo. A pesar de participar en las elecciones, aboga por una dictadura militar que acabe con el parlamentarismo liberal. La cuestión dinástica, fundamental para los jaimistas ortodoxos, se convirtió en algo secundario. El mellismo aspiraba a superar el enfrentamiento entre ortodoxia carlista y alfonsismo liberal. Añadían a su credo una defensa cerrada del catolicismo, una postura integrista respecto al tema religioso. Su lema era «Tradición, Catolicismo, Patria, Monarquía». Aspiraban así a liderar un gran proyecto contrarrevolucionario, una federación de extremas derechas, pues según su fundador la lucha había de ser con las extremas izquierdas, ya que los partidos moderados estaban condenados a desaparecer.

Es un proyecto político antiliberal y contrarrevolucionario con semejanzas a otros que surgieron en Europa tras la Primera Guerra Mundial. En suma, una derecha autoritaria que veía con buenos ojos el golpe de Primo de Rivera, convirtiéndose en firmes defensores de la Dictadura. Esto lo acercó a un reconocimiento de facto de la rama alfonsina.

En Cataluña, las ideas de Vázquez de Mella, ya antes de la escisión, habían seducido al sector más españolista del carlismo, opuesto a los acuerdos y las alianzas con la Lliga Regionalista. Además, este sector era el más clerical y ultraderechista del tradicionalismo catalán. Francisco de P. González Palou, fundador del Círculo Obrero Tradicionalista La Margarita y del Requeté en Barcelona, explicaba las razones que le llevaron a separarse del jaimismo y abrazar el mellismo: «la estrecha alianza con el catalanismo, la negativa de don Jaime a contraer matrimonio, la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles en mayo de 1914 por el rey don Alfonso XIII [...] y el manifiesto de Don Jaime [...] desautorizando a los que durante la guerra mundial de 1914 se pusieron de parte de los imperios centrales». Españolismo, integrismo y germanofilia.

Los mellistas catalanes convocaron una asamblea regional en mayo de 1920 en el Círculo Tradicionalista El Loredán de Badalona para organizarse. Asistieron más de un centenar de delegados. Allí estaba su jefe regional, el abogado Teodoro de Mas, el también abogado Pedro Vives, el canónigo José Montagut o Ildefonso Cebriano, director de Monarquía Cristiana. Mella puso especial interés propagandístico en Cataluña, donde pensaba que sus ideas autoritarias y tradicionalistas podían encontrar eco en unos momentos de grave enfrentamiento social y político, donde ya existía un «partido militar» y una derecha que pedía mano dura. En junio de 1921 Vázquez de Mella se embarcó en la gira propagandística por Cataluña que hemos visto y que, además de a Barcelona, lo llevó a Badalona, Vic, Girona, Olot y Tarragona.

En Barcelona, los mellistas se habían agrupado en 1920 en el Círculo Católico Tradicionalista. En agosto abren la que será su primera sede, en Alta San Pedro, hasta entonces local de sindicatos católicos. En el momento de su inauguración no llegaban a la cincuentena de socios. Crecerán. Su presidente es el abogado Pedro Vives Garriga, un veterano carlista, ferviente germanófilo, sospechoso de espiar para los alemanes. Vives es, además, hombre de acción. Había estado implicado en peleas callejeras en sus años mozos, en 1909 fue detenido por atropellar a Santiago Gubern, diputado del Centre Nacionalista Republicà, y era acusado por los cenetistas de haber pagado a pistoleros del Sindicato Libre y de servirles de enlace y coordinador desde el Círculo. Durante el mitin de Vázquez de Mella en Barcelona, Vives no dudó en ir a buscar a los alborotadores jaimistas que habían silbado y pataleado al inicio del acto. De resultas de la trifulca resultó mordido en un dedo.

En Badalona, la escisión mellista se hizo durante unos años con la dirección del Círculo Tradicionalista El Loredán, la principal entidad carlista de la ciudad. De sus filas saldrán algunos de los fundadores de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (JONS). Pero eso es una historia que conoceremos más adelante.

Los mellistas del Círculo Católico Tradicionalista dieron un apoyo entusiasta a la Dictadura de Primo de Rivera. En noviembre de 1923 celebraron una asamblea para reorganizarse tras el golpe militar. Se nombró una nueva directiva y se aprobó «exteriorizar un aplauso fervoroso y una felicitación efusiva a la gestión purificadora realizada por el Directorio». Como premio por su apoyo, Pedro Vives será nombrado concejal del Ayuntamiento de Barcelona en 1924. En ese cargo se mantendrá hasta 1930. Disuelto el mellismo como organización política tras la muerte de su fundador en 1928, sus antiguos partidarios barceloneses se convirtieron en un grupo de apoyo a la Dictadura. Sus características, más ultraderechistas que tradicionalistas, las vieron reflejadas en el nuevo régimen. Vives siempre defenderá que «en el terreno político» debían cooperar con la labor de Primo de Rivera «ya que después de haber barrido a los partidos políticos que empobrecieron a España, nos libró de la anarquía, que amenazaba hundirnos en el caos, y ha resuelto el problema de Marruecos merced a su clarividencia y energía». A pesar de ello nunca se disolvieron dentro de la Unión Patriótica, como sí hicieron sus correligionarios de Badalona o Manresa.

 

El Círculo tiene juventudes, sección dramática y de Excursiones y Tácticas, que encubre actividades paramilitares. Pronto llegarían a ser dos centenares de socios. Además de por su españolismo, la entidad destaca por su integrismo católico. En 1925 son los principales promotores de un peregrinaje a Roma con motivo del Año Santo. Esos días, por las salas de la entidad atruena la voz del canónigo José Montagut, organizador de la expedición. Montagut, proveniente de la corriente integrista del tradicionalismo, se había convertido en un firme defensor del programa de Vázquez de Mella. Sus ortodoxos principios católicos y el decidido españolismo del mellismo casan a la perfección con el integrismo religioso y feroz anticatalanismo del padre Montagut. Para el canónigo está claro el objetivo de la peregrinación: «una manifestación de españolismo en la capital del cristianismo». Además, como sabemos, se convirtió en un fanático primorriverista y publicista de la Dictadura.

En octubre de 1926, el Círculo Católico Tradicionalista lanza su propia publicación, Plus Ultra. Su objetivo es «elevar en cada corazón español un altar de veneración perpetua a la SANTA MADRE ESPAÑA». El españolismo, el antiseparatismo y la defensa de la religión llenarán sus páginas, sin descuidar las loas al Directorio y al dictador. A pesar de salir con pretensiones de «semanario de batalla», solo publicaron seis números en su año y medio de existencia.

El mellismo barcelonés no estuvo exento de tensiones internas. En marzo de 1924 se organizó, al margen del Círculo Católico Tradicionalista, la Juventud de Acción Tradicionalista. La presidía Francisco de P. González Palou, al que ya conocemos. Duró poco, ya que un año después se disolvió cuando un sector cuestionó su colaboración con la Dictadura. El secretario era José M. Thió Rodés, que en 1920 había participado en la Unión Española de Estudiantes de Cataluña, y como bibliotecario figuraba Ildefonso Cebriano, al que conoceremos mejor.

Otros disidentes del Círculo Católico Tradicionalista crearon en febrero de 1927 el Círculo Social Tradicionalista de Barcelona. Estaba presidido por el médico Ramon M. Condomines. Tenían su sede en el local del Centro de Defensa Social de la calle Cucurella. Más que una organización política, se trataba de una entidad cultural dedicada a conmemorar la onomástica del rey, el aniversario del golpe de Estado y a organizar actos musicales y de exaltación católica.

RECOGIENDO EL SENTIR ESPAÑOL DE CATALUÑA: EL COMITÉ DE ACCIÓN ESPAÑOLA

El salón de actos del Círculo Católico Tradicionalista, sito desde 1922 en el principal de la calle de la Boria 17, junto a la plaza del Ángel, aparece ese 19 de octubre de 1930 engalanado para la ocasión con banderas y gallardetes. Es una amplia sala en la que se han celebrado veladas musicales y representado obras teatrales de carácter religioso. En una de sus paredes se encuentra fijada una imagen del Sagrado Corazón de Jesús, al que los mellistas, faltos de pretendiente real para su causa, hacían invocaciones monárquicas. Se ha convocado un acto en conmemoración de la Fiesta de la Raza y de afirmación españolista.

La Fiesta de la Raza, oficial desde 1918, había sido popularizada durante la Dictadura como forma de «propagar el discurso primorriverista contra la Leyenda Negra, destacar la supremacía del castellano frente a las demás lenguas españolas y exaltar el legado del imperio español». Se le dio un carácter militar y católico, ya que coincidía con la celebración de la Virgen del Pilar, patrona de España. El régimen organizó para ese día desfiles y marchas, ceremonias de santificación de la bandera y misas de campaña. Para ello movilizó a los delegados gubernativos, al Somatén y a la Unión Patriótica. Ese año de 1930, tras la dimisión de Primo de Rivera, «el gobierno de Berenguer eliminó las connotaciones militaristas de la Fiesta de la Raza y optó por una celebración más discreta» (Quiroga, 2009: 251-253). Los mellistas no quieren rebajar el tono de la celebración.

Dando los últimos toques se mueve nervioso por la sala Emilio Guiamet Borrás, que desde hace pocos meses es el presidente de las reorganizadas juventudes del Círculo, las Juventudes Tradicionalistas. Guiamet es un barcelonés de 27 años, trabaja de albañil y es miembro de los Sindicatos Libres. Es otro españolista que no desdeña el enfrentamiento directo con sus rivales sindicales. Tendrá una larga trayectoria en el mundo ultra.

El salón se llena. Preside el acto Pedro Vives, al que acompañan en la mesa representantes de entidades afines, como Carlos Comamala, de la UMN de Gracia, o José Ponz, de la Peña Ibérica. El acto pretende también ser un paso en la unidad de acción de los grupos españolistas barceloneses más lanzados. Toman la palabra Emilio Guiamet, el ibérico José Ponz y el abogado Juan Sabadell Mercader, que se había iniciado políticamente en las filas del tradicionalismo, para pasar después por el integrista Centro de Defensa Social antes de acabar en 1930 en el mellismo. Además, era socio de la Peña Ibérica.43 Pedro Vives resumirá los exaltados y entusiásticos parlamentos:

... estos ardores bélicos día llegará que la religión y la patria, necesite de ellos, y entonces tendremos ocasión de reverdecer pretéritas gestas que costaron dolorosos sacrificios; pero ello ha de ser aliento para emular a aquellos héroes, nosotros como ellos, hemos de levantar muy alta la bandera de España y no abatirla hasta que sea vencida la revolución y exterminado el separatismo que pretende alterar la vida normal; o perecer, si es preciso envueltos con sus sagrados colores.44

Este proceso de unidad españolista tendrá su continuidad. En enero de 1931 se formará un comité de acción política encargado de «reunir las adhesiones y la colaboración de todas las entidades constituidas que deseen ir a una acción común de intensa campaña españolista, que recoja y dirija el sentir español de Cataluña».45 Lo bautizarán como Comité de Acción Española. Un nombre que rememora el de Action Française y que se convierte en el reverso españolista de la que entonces se consideraba que sería la principal fuerza catalanista, Acció Catalana. Un nombre que evoca el irracionalismo nietzscheano y el maurrismo.

A la llamada españolista responde la Peña Ibérica, ya desligada del PNE, que nombra a José Ponz para el Comité, las Juventudes Tradicionalistas, representadas por Emilio Guiamet, y la UMN de Gracia, que envía a René Llanas de Niubó. Más adelante se sumarán los mauristas disidentes de Derecha Nacional. Acuerdan nombrar presidente a Pompeyo Claret Martí.

Pompeyo Claret se había licenciado en derecho en 192446 y pronto había destacado como orador en actos españolistas. Interesado en la historia, había editado en 1927 la versión catalana de Obra dels alcayts e dels jutges, un texto del siglo XIII del Maestro Jacobo sobre derecho romano. Se había adherido al partido único. En 1927 era presidente de la Comisión de Propaganda de Unión Patriótica del Distrito III. Pompeyo Claret se convierte así en orador de referencia para los círculos upetistas de Barcelona. Un ejemplo de su tono lo tenemos en marzo de 1928, cuando habla en el Círculo de Unión Patriótica de la Derecha del Ensanche. Su conferencia, «Los sentimientos españolistas de Cataluña a través de la historia». Así lo explicaba La Vanguardia: